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PREÁMBULO

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La situación mundial se caracteriza por una serie de crisis de todo tipo y por graves perturbaciones que ponen en peligro la continuidad de nuestra civilización e incluso la subsistencia de la vida en el pla- neta. Por eso, son muchos los que se preguntan angustiados: ¿adónde vamos?; ¿cuándo cesarán los niveles de erosión de la biodiversidad, dado que dependemos de ella para garantizar nuestro futuro?

Nadie, ni siquiera sabio alguno perteneciente a los grandes centros que se ocupan sistemáticamente del estado de la Tierra, se atreve a pro- nunciarse con absoluta certeza. Nos hallamos en una especie de vuelo sin visibilidad, con la esperanza de no acabar estrellándonos contra alguna montaña. El 18 de junio de 2015, el papa Francisco publicó su encíclica Laudato si’, sobre el cuidado de la Casa Común. Allí encontramos palabras muy alentadoras. El papa conoce los riesgos que corren la Tierra y la humanidad, pero confía siempre en los seres humanos, en su inteligencia y sabiduría y, evidentemente, en el Dios Creador, que se revela como «el soberano amante de la vida» (Sab 11,26) y no permitirá que su creación, nacida del amor, sucumba miserablemente.

Aun así, creemos y esperamos que los dolores del tiempo presente no son los estertores de una persona agonizante, sino los dolores de parto de otro tipo de mundo que nos permita seguir viviendo en este pequeño y hermoso planeta Tierra.

Intuimos que no puede desembocar en un súbito colapso, a seme- janza de una persona que se encuentra conversando tranquilamente y, de pronto, cae pesadamente, fulminada por un infarto. Es verdad que hemos agredido excesivamente a la Madre Tierra, pero esta, aun encontrándose enferma, sigue dándonos con generosidad cuanto necesitamos. Pero ¿hasta cuándo? Ya podemos avistar sus límites físicos, por lo que no podemos ir más allá, so pena de que ella ya no quiera que sigamos pisando su suelo. Su capacidad de aguante, la famosa «resiliencia», tiene un límite que no puede ser traspasado.

Estas son las cuestiones que vamos a abordar en el presente libro, tratando de denunciar las amenazas, pero, sobre todo, intentando ofrecer unas vías de salida esperanzadoras.

Si, por un lado, se constatan peligrosos acontecimientos extre- mos y situaciones caóticas en casi todos los niveles –el ecológico, el político, el cultural e incluso el religioso–, por otro lado se percibe la emergencia de alternativas que constituyen auténticos brotes de esperanza. Tal es el caso de las zonas de producción industrial no contaminante y de alimentos orgánicos. Es perceptible una creciente preocupación por las aguas y su vegetación de ribera. Se busca la pre- servación de las semillas criollas y el aprovechamiento sistemático de materiales sólidos reciclables. Surgen actitudes de un mayor respeto hacia la naturaleza, desde la conciencia de nuestra responsabilidad por el «bien vivir» y el «bien convivir» de todos, en orden a superar el inmenso abismo entre ricos y pobres. Se verifica una innegable preocupación por la Tierra como un todo, aceptada cada vez más como Madre y como un superorganismo vivo, denominado «Gaia» por los modernos, y «Pachamama» por los pueblos originarios.

Finalmente, la humanidad no está paralizada, aguardando impa- sible y resignadamente el «Big One», la gran catástrofe que puede afectarnos profundamente. Queremos anticiparnos y transformar una posible tragedia en una crisis de paso hacia un nivel superior de convivencia con la naturaleza y con los diferentes pueblos.

Todo ello se encuentra dentro de las posibilidades no solo de la historia humana, sino de toda persona, susceptible de experi- mentar los necesarios cambios, dado que es, por naturaleza, un ser versátil, flexible y adaptable a las más diversas circunstancias.

Fue así como en el pasado atravesamos las numerosas crisis, tanto en lo referente a los cambios climáticos como en lo tocante al paso de una civilización a otra.

Dos poderosas eras ecológicas se confrontan, ambas producidas por el ser humano: la del antropoceno y la del ecozoico.

El antropoceno sería, según diversos científicos, la nueva era geo- lógica inaugurada en el siglo xix, cuando los europeos occidentales se lanzaron ferozmente a la conquista y dominación de la naturaleza y del planeta entero con los instrumentos suministrados por la tec- nociencia. En gran parte, este propósito tuvo éxito y se hizo global, pero cobrando unos elevadísimos costos tanto a la sociedad como a la naturaleza.

La voluntad de dominio, en orden a acumular cada vez más y con- sumir de manera ilimitada, ha ocasionado el perverso abismo que se abre entre los pueblos ricos y los numerosos pobres: la injusticia social. Este proyecto expolió despiadadamente ecosistemas enteros, sin tener en cuenta los límites de los bienes y servicios no renovables de la naturaleza, dejando tras de sí tierras calcinadas, ríos prácticamente secos, suelos envenenados y aires contaminados, dando lugar a una auténtica injusticia ecológica.

Ambos tipos de justicia (social y ecológica) han puesto en peligro la calidad de la vida humana y han sometido a una profundísima tensión tanto al sistema-vida como al sistema-Tierra, hasta el punto de hacer que nos preguntemos, como hacíamos más arriba: ¿hacia dónde nos dirigimos con este tipo de estrategia? Difícilmente va a conducirnos al Monte de las Bienaventuranzas. El peligro de asomarnos a un abismo sin posibilidad de vuelta atrás es enorme.

La era del ecozoico ha sido formulada en los últimos años por quie- nes han caído en la cuenta de los riesgos que corren la vida y el planeta si prolongamos el camino ya recorrido. Ecozoico es un término acuñado por dos norteamericanos, el conocido cosmólogo Brian Swimme y el antropólogo cultural Thomas Berry, en el libro escrito en colaboración The Universe Story (1992), una de las mejores síntesis de todo el proceso evolutivo acaecido desde el Big Bang hasta nuestros días.

Según ellos, estamos entrando forzosamente en una era en la que la ecología ganará protagonismo y en la que todos los saberes serán ecologizados, en el sentido de que todos ellos harán su aportación a la regeneración y salvaguarda de la vida y del planeta Tierra.

En el ecozoico se elabora una alternativa real a nuestra civilización de muerte, proponiendo una civilización de sustentación de toda la vida. El eje estructurador de las sociedades o de la geosociedad será la vida: la vida en su inmensa diversidad, la vida humana y la vida de la Madre Tierra.

Habrá que producir, naturalmente, para atender a las necesidades humanas, pero siempre dentro de los límites que puede soportar cada ecosistema, respetando las leyes y los ritmos de la naturaleza y reconociendo el valor intrínseco de cada ser, más allá de su posi- ble uso por parte del ser humano. Particularmente, se prodigará un especial cuidado a la Madre Tierra, que será amada y respetada, tal como hace cada uno de nosotros con su propia madre.

Se toma en serio la grave advertencia con que se abre la Carta de la Tierra: «Nos encontramos en un momento crítico de la historia de la Tierra, en una época en que la humanidad debe escoger su futuro...; y la elección es esta: o formar una alianza global para cuidar de la Tierra y cuidar los unos de los otros, o bien arriesgarnos a nuestra propia destrucción y al exterminio de la diversidad de la vida» (Preámbulo).

Como resulta fácil deducir, la situación es amenazadora y exige la colaboración de todos en la construcción de un Arca de Noé que pueda salvarnos a todos.

Como ya se ha dicho, si el peligro es grande, mayor aún habrá de ser la posibilidad de salvación, porque el sentido prevalece sobre el absurdo, y la vida tendrá siempre la última palabra.

Es en este espíritu de urgencia en el que han sido elaboradas las pre- sentes reflexiones, en la confianza inquebrantable de que aún tenemos futuro y que la Madre Tierra habrá de darnos cobijo generosamente.


La Tierra está en nuestras manos

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