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LA GORDITA FALCONE

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“DESDE PRIMERO hasta séptimo grado estuve con ella, nos sentábamos juntas”, recuerda Alejandra Rodríguez Pujol, amiga y compañera en el Normal 2. “Le decían, ‘la gordita Falcone’. Claudia era muy gordita, tenía ojos celestes y un flequillo bien tupido, era muy divertida”.

Concurrían al turno tarde del Normal 2 y a la salida solían irse juntas a tomar la leche a la casa de los Falcone. Con la supervisión de Nelva, hacían la tarea y luego se divertían jugando a las muñecas en la habitación de Claudia.

“Dibujaba muy bien, era una artista Claudia, y ella a mí siempre me retaba porque cuando había que hacer una figura humana, yo le hacía siempre los brazos cortos, y ella me decía, ‘¡No te das cuenta Alejandra que le haces los brazos cortos!’, (se ríe) me retaba mal, y entonces ella me los arreglaba y me hacía dibujar los brazos a la distancia que tenían que ser. Era excelente como alumna. Claudia era la chica diez, la que sabía todo y ayudaba a los demás. Yo la admiraba. Era la compañera de oro, y, además de ser muy inteligente y muy capaz, era muy buena compañera”.

Cuando jugaba con sus amigas, Claudia hacía un gran despliegue de personajes que ella misma había inventado. A partir de su gorrito de pompón surgió, “Ueti-Ueti”, mi pomponcito de lana amarillo; la glamorosa corista “Happyway”; o el caballo “Paisano”, héroe de las pampas. Uno de sus tesoros más preciados era su colección de cajitas de fósforos y de trapitos para vestir muñecas.

Para su cumpleaños Claudia invitaba a su casa a todos sus compañeros de la escuela. Nelva, que le encantaba festejar los cumpleaños, al culminar la celebración les entrega una bolsa con golosinas a cada chico. Jorge, que soñaba con estudiar la carrera de Cine, en la Facultad de Bellas Artes, para agasajar a la cumpleañera, era el encargado de proyectarle películas en súper 8 milímetros.

A veces también iban a jugar a la casa de Alejandra. Claudia se quedaba toda la tarde y antes de que bajara el sol, su papá pasaba a buscarla.

A partir de cuarto grado habían logrado la autorización de sus familias para regresar solas del colegio. Las pocas cuadras que caminaban eran suficientes para matarse de risa con las travesuras de su compañera Maide, calificada por la maestra como “la más traviesa del curso”. Al llegar a la casa de la calle 8 número 1334, Nelva les tenía preparada la merienda.

“Después de séptimo grado no nos vimos nunca más”. Dice Alejandra, lamentándose. “Me enteré que con un grupo de personas iba a ayudar a las villas, que estaba militando, pero no mucha más información que esa. Recuerdo un año que fui a Luján y entré a la Basílica para conocerla, y las Madres de Plaza de Mayo habían puesto todos los pañuelos con nombres de desaparecidos. Y el primer pañuelo que veo decía el nombre de mi gran amiga: María Claudia Falcone”.

María Claudia Falcone

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