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XV

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La imposibilidad del lenguaje tiene otro significado. Adopta una dimensión distinta. Sé quién es el interlocutor, el que profiere frases al aire, el que trata de dialogar con alguien que no existe.

¿Cómo sucede entonces la comunicación? ¿Con qué propósito, si al final te das cuenta de que lo único que haces es hablar para nadie? ¿Esperas que después de articular varias frases te responda, como una aparición momentánea que logres ver detrás de ti? ¿Por qué continúas con una labor abocada al fracaso? ¿Por qué no aceptas que es imposible entablar unas palabras con alguien que no está, que nunca estuvo? Lo mismo que te sucede con tu abuela en el salón de la residencia, cuando finges entender un idioma que no es el tuyo.

Y sin embargo continúas con esa charla unidireccional. Con ese diálogo que solo a ti te concierne. Es una única voz que modula su tono según quien hable. Quien imaginas que hable. Porque eres solamente tú el que selecciona las palabras. El que completa las frases que has comenzado. Tú eres el que elige los temas. El que polemiza. El que interroga. Así piensas que detrás hay alguien, porque te has concentrado tanto en esa voz familiar que confías en que te escuche desde alguna parte. Confías en que te responda tarde o temprano.

Cuando te enfrentas a ese diálogo con un ser ausente, descubres que el silencio es un discurso, la narración de un olvido. Quedarse callado impone sus propias normas y no hace falta decir nada más, porque todo se condensa en lo que ya no podrá ser dicho. Ahí estaba el verdadero lenguaje, en la imposibilidad de articularlo. En el espacio en blanco entre frase y frase. Y si decides mantener una conversación inútil, es porque piensas que los otros pueden hablar a través de ti, como si al imaginar lo que dirían lograras hacer que sus vidas no se borraran para siempre.

Los cuerpos partidos

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