Читать книгу Los cuerpos partidos - Álex Chico - Страница 29
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ОглавлениеFotografías, anécdotas, charlas con familiares o amigos, testimonios de primera y segunda mano… Así delimito una figura desdibujada. En otras ocasiones esa imagen adquiere una nitidez asombrosa y me da por pensar que ya conozco todo, que apenas hay flecos que se me hayan escapado. Pero entonces esa claridad se ensombrece y vuelve a sumirme en innumerables círculos de intriga. Son cuestiones que se van agolpando una tras otra. ¿Cuántas veces fue a París? ¿A quién conoció? ¿Qué espacios hemos compartido, en épocas distintas? ¿De quién heredó la bicicleta y a quién se la dejó cuando estaba de regreso en España? ¿Qué hizo durante los fines de semana, mientras cruzaba la frontera con el resto del grupo? ¿Cómo vivió las revueltas que originaron el Mayo del 68? ¿Qué queda de todo lo que habitó? ¿Es el mismo paisaje que me encontré tiempo después, cuando fui a visitarlo?
Lo único que conservo son datos dispersos que provocan aún más cuestiones. Cuando pienso en esta historia y cuando admito por fin que se trata de una narración inconclusa, recuerdo un fragmento de Ryszard Kapuściński: «Hoy en día, ningún libro que gire en torno a la contemporaneidad puede ser otra cosa que un texto abierto. Tenemos que acostumbrarnos a la idea de que escribimos libros inacabados».
Eso es lo que debo asumir ahora. Hacerme a la idea de que hay historias que jamás tendrán un final cerrado, porque nacen sin darnos cuenta y desaparecen sin que lo advirtamos. Son narraciones que nunca podrán completarse del todo. Están ahí, han sucedido y, sin percatarnos apenas, se van de nuestro lado. Por ese motivo no escribimos más que libros incompletos, segundas partes, epílogos que vamos añadiendo justo antes de dar por concluido algo que no tendrá ninguna conclusión. Porque cuanto más analizamos un suceso más nos queda por descubrir, como si entráramos en una ciudad sin nombre en la que siempre estuviéramos de paso.
En eso consiste vivir: en dar inicio a historias y en recomenzar luego otras distintas. Consiste en atesorar experiencias con el riesgo de que se crucen entre ellas. Aunque las creamos olvidadas, pueden volverse y reclamar un protagonismo momentáneo. Al fin y al cabo, vivir no es más que acumular memoria. No es más que ir sumando recuerdos, aunque esos mismos recuerdos aún nos duelan.
Tenía razón William Faulkner: el pasado no pasa nunca. Por eso es imposible detenerlo y por eso también no termina de cerrarse. Intentamos abarcarlo mientras lo narramos, pero siempre habrá algo que se nos escapa. Por muy cerca que estemos, logrará desviarse por algún lado.