Читать книгу El hospital del alma - Lourdes Cacho Escudero - Страница 44
ОглавлениеEl Oeste de la memoria
A Luis.
De todos los oficios que había en mi calle, el de ojeadora de puertas era el que más me gustaba. Porque me hacía ocupar un puesto de guardia con el sol de las cuatro junto al hueco por donde Noble, mi caballo del alma, asomaba su cabeza. Como una niña buena, yo peinaba con mimo a las muñecas y apuntaba la hora en que un Paul Newman, jovencito y serrano, pasaba ante mis ojos. La tienda imaginaria de bicicletas y artículos de cine era una tapia enfrente de mi casa en cuyo escaparate estaban escritas las iniciales del nombre de mi abuelo. Mi Paul Newnam de calle llevaba los vaqueros ajustados y fumaba a escondidas. Yo filmaba discreta el hoyuelo insinuante de su barbilla, su andar de actor seguro de sí mismo, la infinita complicidad de su rostro, en unos exteriores donde la primavera ya no era detenida y el cielo azul comenzaba a ser fútbol. Nunca llevó sombrero, aunque luego los años desprendieron su aroma de cowboy o la magia de un Oeste aprendido en la calle o la camisa recién planchada del sol de las cuatro. Ahora, en la ventana que una vez fue hueco, la parte de una puerta por donde Noble asomaba su cabeza, miro las bicicletas de la imaginaria tienda de enfrente, la esquina de la tapia donde firmó mi abuelo y hago hierba en las piedras y el cemento; y casa en el desierto de la tarde. De puntillas regreso a mis muñecas, a un estudio de cine en donde el calendario ya ha rodado su historia, a la espalda del tiempo. En el primer ojal de la camisa de mis años, Noble vuelve a asentir cual confidente hecho a mis caprichos mientras suelto a una niña sus coletas oscuras y ojeo lentamente la puerta abierta del Oeste de la memoria.