Читать книгу El hospital del alma - Lourdes Cacho Escudero - Страница 48

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Duérmete niño

Las cantadoras de nanas deambulaban por los pasillos de las calurosas noches del verano. El mecer de la carne y el olor de la leche amamantando el sueño refrescaba el sudor de una calle cerrada a las aguas del río por el toque de queda. Las ventanas eran sigilosas cuevas de murmullos donde manos entrelazadas bajo las sábanas de un tiempo de asperezas escuchaban el canto de las madres y obviaban la cantinela del sexo, fatigadas por la tarea de sufrir. Las vagalumes que llegaban en las cartas de América iluminaban el camino de la memoria, los arbustos que ofrecían cama a los amantes y brotes de sabor a las yemas de unos dedos aprendices de un cuerpo, los deseos que volaban con las estrellas fugaces antes de ser desterradas. “Duérmete niño, duérmete pronto” Y una cuna, un celemín, unos brazos… crujían y daban voz al suelo y alivio al insomnio. “Duérmete niño, duérmete pronto” Y agosto hipnotizaba las pupilas aun tiernas y el deseo cruzaba la frontera de almohadas y colchones… Las cantadoras de nanas moldeaban los corazones de barro con los pechos desnudos y el pie en el torno de las lágrimas de un niño. El pezón y la boca calmaban la sed impuesta por el verano y el hambre exigida a los pobres. Los besos de las nanas eran de leche y los lobos nunca se atrevieron a devorar la tierna partitura de la noche.

El hospital del alma

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