Читать книгу El hospital del alma - Lourdes Cacho Escudero - Страница 51
ОглавлениеSusana
En la casa de mi bisabuelo Cacho el portal es de piedra y huele a sopa de la tía Salo. Una silla roja pequeña me recuerda las veces en las que me sentaba a esperar a mi prima Susana mientras leía una revista o cruzaba las piernas y capturaba musas. Ayer, me esperó ella, en el bar de las piscinas, en una silla blanca que yo pinté de rojo por eso de la nostalgia y en una mesa con amigos y buena comida que me supo a sopa de la tía Salo y a portal empedrado. Me olvidé el abanico aunque el aire de la buena tertulia o el color de sus ojos me trajeron una brisa de mar y los achaques propios de mis años se marcharon y me dejaron comer y disfrutar a gusto. Su sonrisa, que es como un caramelo de café con leche me recuerda a su padre, no lo puedo evitar, y ahora que dedico buena parte del día a observar el pasado, le veo en la parrilla de un sábado, en el aceite de un tomate o en un seiscientos amarillo que parecía el camarote de los hermanos Marx. Y luego recité; el vino, el bacalao y las croquetas, los hielos del cubata o el helado que hace pliegues en mi tripa pusieron en mis labios el poema que ella eligió; sabía que sería el de una Lourdes subida a la escalera ¡dónde va a ser si no! Sacando versos a un limpiacristales mientras pulía al estilo de Kárate Kid. “Luego escribirás algo”—suplicó tras cinco horas de sentada—. Y en la ermita, feliz y agradecida de encontrar tanto tiempo de mi vida en una sobremesa de palabras, mirando hacia la casa de mi bisabuelo, Montalbano inmortalizando en una foto mi sonrisa, le dije: “luego, luego me sentaré en la silla roja y cruzaré las piernas”.