Читать книгу El hospital del alma - Lourdes Cacho Escudero - Страница 49

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Matrioskas

Las muñecas de madera que ocupaban la estantería de un salón que parecía haber llegado de otro mundo decoraban la imaginación de Inés con historias de amor y secretos de enaguas. Había salido de su calle de pueblo un uno de septiembre con la tierra empapada de lluvia y el vértigo de las tormentas encajado en el costado del corazón. Las manos de su madre, encorvadas por la artrosis apenas daban tregua a la mujer que mejor había bordado ajuares y sus hermanas, hechas para la conquista de salmos y rezos, no encontraban remedio para su dolor ni para la memoria distraída de un padre que apenas distinguía ya la realidad. Inés contaba catorce años y una maleta hecha con el indulto de la adolescencia. La ciudad no le impuso otra norma que la de cocinar y limpiar sin descanso, sin cháchara en la escalera, sin amantes en las esquinas de los recados, sin escaparates donde los vestidos desnudaban la inquietud de una virgen. Así que reparaba en las matrioskas y deshacía sus cuerpos hasta quedarse con la última y pequeña muñeca irrompible, como si en ella estuviera el festón aún necesario de su madre. La guardaba en el bolsillo de su delantal como si fuese un amuleto que acortara la interminable tarde o templara el anochecer enfriado por una sopa de letras que no formaba palabras y por la mesa rectangular del silencio ordenado. Al final de cada mes, un boticario que la hubiese esperado el tiempo necesario le preparaba ungüentos para calmar el dolor de su madre y hierbas para relajar la incertidumbre de su padre. Pero su familia esperaba el dinero que acortaba el hambre y los días, con el que Inés sabía que bordaba un remedio para la miseria y un lugar en el corazón de la calle.

El tiempo acomodó sus caderas a los ojos de un señorito caprichoso, a las noches de mano en la boca y trote rápido, a los jadeos de un hombre que deshacía su cuerpo cual si fuera una muñeca de madera. Pero Inés no tenía una pequeña Inés irrompible y nunca pudo regresar, ni a fin de mes siquiera, al bolsillo del delantal de su madre.

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