Читать книгу El hospital del alma - Lourdes Cacho Escudero - Страница 47
ОглавлениеPlanetas de mimbre
A Venancio y Chuchi.
En el camino que llevaba a la charca, el croar de las ranas anunciaba la hora de la algarabía. Los juncos de la orilla salían a mi encuentro para poner en mis manos el equipaje de un cestero que trenzaba la mimbre. Padre y abuelo de capitanes, su puerto era una calle donde amarraba cestos y cunachos y comportas con sueños de vendimia. Lo recuerdo sentado en mi puesto de guardia, en alguna mañana de un otoño templado al volver de la escuela. Las bases circulares rodeaban la sombra de sus piernas mientras esperaban los nudos de las ramas para simular un sol que podía tocarse. Después, sus manos, con el cuidado de un aprendizaje heredado, describían las órbitas de una habilidad que a mí me dejaba con la boca abierta. Los planetas de mimbre habitaban la galaxia del mediodía y la memoria de los juncos, la pana desgastada del pantalón de los años. En la charca, el influjo de Hipatia o de la luna, que ya habían precisado el horario de las mareas en mi vientre, descubrían la órbita del cestero y la perpendicularidad de los rayos del sol en las estaciones de los recuerdos. “Yo sí soy de esta calle” me decía a mí misma, como si lo tuviera delante y tuviera que mostrar la identidad que me hacía habitar en la galaxia en la cual él me juzgaba en broma, forastera. Al final de mi adolescencia, su nieto me enseñó la textura del verbo en una mesa de café de artistas con lenguaje de mimbre. Septiembre siempre es una base circular donde anudo verbos y ramas para simular un sol que puede tocarse.