Читать книгу El hospital del alma - Lourdes Cacho Escudero - Страница 45

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Las acuarelas del mar

A Tomás.

“Al pasar la barca me dijo el barquero, las niñas bonitas no pagan dinero” — cantaban mi abuela y mi madre mientras me daban a la comba—.

El barquero pasaba en su barca las acuarelas del mar. En el estuario del verano y a veces, en abril, la casa del pintor abría sus puertas y la calle se llenaba de colores. En sus lienzos, la luna parecía poner en práctica su influjo y la asombrosa voz de las mareas susurraba en el blanco y rectangular tímpano que sobre un caballete narraba en azules y violetas su atenta escucha. A veces eran los barcos de los pescadores quienes llegaban al puerto de una Pasaia que él conocía de memoria y que imprimía seguro en un atardecer que sabía a pescado. Años más tarde, “Buenavista” puso en mis ojos su memoria, la barca y el barquero que amarraban la vida en las orillas de la luna, la paleta de colores de los veranos de sal y caracolas. La piedra de una puerta abierta al océano erosionó mis pupilas y tuve la sensación de haber estado allí antes, quizás transportada por el banco de madera que pegado a la pared de su casa me ofrecía un sitio de recreo desde el cual leía la escritura de sus pinceles. Ahora miro su trozo de mar y, desde la orilla donde el Txotxolo es aroma de marisco y vino, veo la entrada de los barcos que buscan las luces del amanecer y las casas que cuelgan sobre el agua. La calle del verano y de abril, se convierte en un puerto de regreso y un banco de madera en desembocadura de acuarelas.

“Al pasar la barca me volvió a decir, las niñas bonitas no pagan aquí” —cantan mi madre y mi abuela mientras salto a la comba—.

El barquero pasaba en su barca las acuarelas del mar.

El hospital del alma

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