Читать книгу El hospital del alma - Lourdes Cacho Escudero - Страница 52
ОглавлениеTrashumancia
A Mero y Piano.
En Logroño, uno de los relojes que cuentan con música las horas junto a los quehaceres del espolón, te hace pastor y te lleva a Extremadura. La trashumancia, que yo no conocí, habita la cañada real de lo narrado en las tardes de invierno y acerca los lobos hasta el comienzo de una sierra que se queda triste y oscura. En mi calle, el invierno de los pastores era almuerzo de lana y de balidos, el monte mediodía y la tarde regreso. No había tren de piedras, ni huida de una nieve que nunca se quedaba más de siete días; si acaso en el verano, los corrales del monte que simulaban balnearios de hierba apartaban tres meses a las ovejas del ajetreo de los vecinos, de las tardes de cartas y abanico, de los balones, del regreso del campo. En junio, los esquiladores llegaban de la sierra y contábamos los días que quedaban para comenzar las vacaciones. Los vellones parecían patrones de un abrazo y una piel sin estancia se exhibía desnuda mientras las manos del tiempo se llenaban de piedras y de espera. A veces, nos dejaban probar y un mechón era el premio que nos bautizaba conquistadores, caballeros andantes de un ejército de metáforas. Y después era el sol quien desnudaba el silencio y la risa, el balar de las horas, el canto de un reloj, los años que pasaron sin darnos cuenta, la trashumancia del tiempo. En mi calle hubo ovejas y queso y cabras y leche, cabritos que no montaban y que fueron pasando de pastor en pastor, secretos de lana y hasta sueños de torero con espada de palo y capote de chaqueta.