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INTRODUCCIÓN
ОглавлениеLuigi Cancrini
La escucha terapéutica de los niños maltratados o que han sufrido abusos debería enseñarse en las universidades y practicarse en los servicios públicos. Sin embargo, los estudiantes de Psicología y Medicina nunca han oído hablar de ella, y esta enseñanza no se imparte ni siquiera en las escuelas de especialización en Psiquiatría, Neuropsiquiatría Infantil, Pediatría o Psicología Clínica. Las escuelas de Psicoterapia, en las que no siempre se habla del abuso y el maltrato de los niños, no pertenecen a las universidades y sólo asisten a ellas un número limitado de los psicólogos más concienzudos que suelen ocupar papeles marginales en los servicios dirigidos por médicos acostumbrados a tratar los trastornos psicológicos de adultos y niños con drogas psicotrópicas. El hecho de que la psicoterapia de los niños maltratados y que han sufrido abusos sólo se haya practicado en casos excepcionales y sea a menudo imposible depende sobre todo de esto, de un grave defecto de la cultura académica, porque la gran mayoría de los profesionales que trabajan en los servicios de salud no son capaces de ofrecerla o no ven la necesidad de hacerlo. Lo que sabemos de los niños heridos, como veremos con estos casos nuestros, es que pueden (podrían) ser curados y que se puede prevenir el desarrollo de graves dolencias en los adultos. Sin embargo, es una situación que recuerda a la del sida en África en un momento en el que los niños y los adultos no podían beneficiarse de un tratamiento que salvaba la vida de los enfermos de sida en Occidente.
En este punto es necesario reflexionar sobre los lugares donde las experiencias que hemos tenido fueron posibles, dónde y cómo fue posible entender lo que entendimos. En este sentido, es difícil no pensar en una coincidencia al menos curiosa, porque la mayoría de las novedades que hay en la historia de la psicoterapia nacieron en lugares fuera de la cultura académica y fueron despreciadas o ignoradas por ella durante mucho tiempo: desde el estudio de Sigmund Freud en Viena, donde nació el psicoanálisis, hasta el estudio itinerante de Melanie Klein (de Budapest a Berlín y a Londres), que exploró por primera vez los misterios de la correspondencia entre los mecanismos de defensa de la vida temprana y los síntomas de las psicosis; desde la Hampstead War Nursery, donde Anna Freud y Dorothy Burlingham sentaron las bases, junto con John Bowlby, de la psicoterapia y el psicoanálisis de los niños con trauma por la pérdida de sus seres queridos muertos por las bombas de Hitler en Londres, hasta la Chestnut Lodge de Washington, donde Sullivan intentó, junto con Frieda Fromm-Reichman y Harold Searles, intervenir terapéuticamente con los pacientes esquizofrénicos «inalcanzables». En gran medida encerrada en el marco inapropiado de la medicina, la psiquiatría de las universidades, hospitales y clínicas nunca se ha tomado realmente en serio las experiencias e investigaciones de los psicoterapeutas: experiencias e investigaciones que se mantienen a una distancia segura de la práctica real de la atención y la enseñanza que, con demasiada frecuencia, sigue centrada hoy en día en el intento de formular diagnósticos y dar respuestas médicas.
Sobre la base de estos precedentes mucho más prestigiosos, es más fácil entender la razón de la situación anómala en la que fue posible construir las experiencias, de varias formas pioneras, que se presentarán en este libro. La psicoterapia de los niños pequeños maltratados y que han sufrido abusos fue posible por primera vez, para mí, en el Centro de ayuda al niño maltratado y a la familia de la Comune di Roma y, más tarde, en Domus de Luna, un centro comunitario que también es totalmente ajeno a las universidades y el Servicio Nacional de Salud. En estas instituciones, los costes de los niños se sufragan con los fondos sociales de los que disponen los municipios y se complementan con la generosidad y la capacidad organizativa de personas que ofrecen su esfuerzo diario con el deseo de ayudar a sus pequeños huéspedes de la forma más avanzada y profesional posible. Niños que provienen en su mayoría de situaciones de degradación y extrema pobreza, pero que han tenido la suerte de encontrar en su camino a Ugo Bressanello, que ha logrado sumar a las actividades de las comunidades las del Exmè, una institución abierta a las necesidades de los adolescentes y niños de un barrio pobre de Cagliari, y las del restaurante Locanda dei Buoni e Cattivi, dedicados al alojamiento y la restauración, donde algunas madres y algunos jóvenes que salen de las comunidades encuentran un trabajo. A Franco Milia, que es el director de la propia comunidad; a Camilla Idda, Michela Onnis y Paolo Serra, que coordinan la actividad, y a Emanuela Giglio, que se ocupa de los niños en la psicoterapia.
Es precisamente a la pasión, la profesionalidad y la competencia de Emanuela Giglio a la que debemos las crónicas y los informes de cuatro de las cinco terapias narradas en los diferentes capítulos de este libro. El trabajo en el equipo y la supervisión que me que permitieron ofrecer tuvo su importancia, pero el mérito fundamental del trabajo hecho con los niños ciertamente sigue siendo suyo. Mientras que el mío, y sólo mío, es el intento de encuadrar teóricamente los comentarios al final de un esfuerzo de reflexión que los ha reelaborado continuamente y que ha sido posible también por la paciencia con la que Martina Fossati, Valentina Cavucci y Valentina Quochi han luchado con mis manuscritos. Ahora le toca al lector reflexionar no sólo sobre el uso de lo que se ha escrito aquí para los niños que se han beneficiado de esta obra, sino también sobre la posibilidad o necesidad de ofrecerla a todos los demás niños que la necesitan y tienen derecho a ella. Sin embargo, debemos saber que este sueño se hará realidad si estos temas y estas prácticas terapéuticas llegan a estudiarse en las instituciones, universitarias y especializadas, capaces de satisfacer realmente las demandas y necesidades de los estudiantes y de los niños que estos estudiantes tendrán que cuidar.