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LA MADRE

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En este punto debe proponerse una reflexión cuidadosa sobre el significado, en este contexto, de las observaciones hechas hasta ahora sobre la madre. Atribuirle una responsabilidad fundamental en el desarrollo saludable o no de su hijo es en cierto modo natural, porque generalmente, la madre es el entorno físico y mental del que se nutre el pequeño con alimentos y afecto, y donde es sostenido y apoyado cuando se enfrenta a las dificultades de su desarrollo. Sin embargo, hay que hacer dos observaciones al respecto.

La primera, la más simple, es la que se refiere a la necesidad, aclarada en primer lugar por John Bowlby, de sustituir el concepto de madre por el de cuidado materno.30 En muchas situaciones, las funciones maternas son desempeñadas, en parte y a veces exclusivamente, por otras figuras, desde el padre a los abuelos, desde los hermanos mayores a otros miembros de la familia, desde las niñeras a los educadores del hogar familiar. Y el término «madre», digámoslo aquí de una vez por todas, debe entenderse, en todo lo que he escrito hasta el momento, como una simplificación del término más correcto «cuidado materno ». Sin embargo, lo que hay que tener en cuenta es que cuando le toca a la madre cuidar de su hijo, sus niveles de implicación son viscerales, profundos y siempre muy superiores a los de las figuras sustitutivas que intervienen cuando ella no puede. La intensidad de las frustraciones que experimenta una madre que teme o siente que no puede manejar el cuidado adecuado de su hijo puede alterar peligrosamente su equilibrio personal y llevarla a reacciones extremas que son difíciles de predecir para quienes la rodean.31

La segunda, un poco más compleja y menos compartida, es la que reexamina la distribución de las responsabilidades. Desde el momento inicial de la simbiosis de la «madre oceánica» de Winnicott –en la que el niño no distingue el self del objeto materno– y para todos los pasos subsiguientes hasta los «fatídicos segundos dieciocho meses de vida» de Mahler –en los que el niño integra las representaciones buenas y malas del mismo objeto–, la tarea de la verdadera madre es a menudo ayudar al camino de crecimiento comportándose «suficientemente bien». Sin embargo, es un grave error atribuirle a ella y sólo a ella el posible fracaso de este camino porque es fundamental pensar en el contexto interpersonal en el que esa madre particular, con sus recursos y dificultades personales, está llamada a realizar una tarea tan delicada y difícil.

De hecho, este tipo de razonamiento contextual es fundamental en todas las fases de las que hemos hablado antes. A partir de la primera, en la que el niño es uno con el objeto materno, las investigaciones de los terapeutas familiares han subrayado la frecuencia con la que es posible que el clínico reconstruya la repetitividad de los patrones trigeneracionales que dan lugar a una pareja y, por tanto, a una madre «esquizofrenógena».32 Hace muchos años, yo mismo tuve la posibilidad de proponer, en un estudio de diez pacientes esquizofrénicos de tipo II,33 la medición de la frecuencia con la que, en la historia de sus familias, ocurrieron acontecimientos dramáticos extremos que hubieran traumatizado gravemente a sus madres en los últimos meses de su embarazo o en los primeros meses de la vida del niño y que hubieran puesto en peligro la primera fase de desarrollo. Ésta es la que está vinculada a la distinción entre el self y el objeto, y probablemente es muy importante en la determinación posterior de los trastornos psicóticos. Estos datos son obviamente difíciles de relacionar entre sí y no proporcionan ningún tipo de conclusión etiopatogenética definitiva, pero, sin embargo, juntos sugieren la posibilidad de asociar las dificultades de la madre en esta fase a causas muy diferentes y capaces, en definitiva, de poner en marcha el mismo mecanismo disfuncional. Lo que se puede formular en muchos casos a partir de estas reflexiones es, por lo tanto, una hipótesis sobre el posible origen contextual de este trágico error evolutivo. Massimo Marà ha desarrollado recientemente esta hipótesis de manera extremadamente lúcida, imaginando los avances en materia de investigación sobre la prevención.34

Sin embargo, de una manera similar y a menudo más fácilmente verificable, las cosas se desarrollan en las etapas sucesivas. Las dificultades del destete se experimentan en primera persona, generalmente por la madre. Pero no se necesita mucha imaginación para vincular la posibilidad de afrontarlas con éxito a una buena relación de pareja o el fracaso a la falta de armonía en relación con su propia madre o con una suegra intrusa o crítica, o con la dificultad que la nueva madre encuentra con su cuerpo o en su lugar de trabajo. Aquí, como en la fase posterior, en la que el niño tiene que alcanzar la constancia del objeto, la capacidad de la madre para relacionarse «suficientemente bien» con su hijo es fundamental, pero a menudo es sólo el resultado natural y de alguna manera obligatorio de una compleja secuencia de acontecimientos que se determina dentro de sus relaciones significativas.

Es en esta esta situación tan especial e importante para la madre y para los que la rodean –así como para el niño– cuando se pueden (deben) integrar los estudios psiquiátricos sobre el equilibrio interno de la persona y sobre el complejo juego de sus mecanismos de defensa con las observaciones de los terapeutas familiares sistémicos. El intento de reconstruir las razones de las dificultades que experimentan las madres que no pueden ser «suficientemente buenas» debería basarse teóricamente en un análisis de los problemas relacionados con su historia familiar y de la infancia. Cuando las dificultades del niño están en primer plano, la intervención centrada en el intento de protegerlo es una prioridad. Sin embargo, no se implementa la ayuda a la madre para que pueda actuar más adecuadamente con una intervención centrada en su situación vital actual. Ni se tiene en cuenta la forma en la que sus dificultades pueden ser agudizarse o suavizarse por el comportamiento concreto de su pareja y otras personas cercanas a ella, pero sin dejar de preocuparse ante todo por el niño y las consecuencias que el comportamiento concreto pueda tener en él.35

Este tipo de reflexión sobre los contextos interpersonales y la forma en la que influyen en el desarrollo de un niño es especialmente importante cuando se trabaja con niños que han sufrido maltratos graves, a fin de adoptar las medidas necesarias en cada caso durante la labor psicoterapéutica que se lleve a cabo con ellos. Lo que lleva a un retorno de la dignidad y el afecto a la imagen de la madre y a la de otras figuras significativas que sufrieron de alguna manera con él, es precisamente la reconstrucción de los acontecimientos que han condicionado el comportamiento de quienes han cuidado o no del niño, ofreciendo la posibilidad de superar este período necesario de la cólera.

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