Читать книгу El cuerpo duradero - Luis Antonio Cifuentes Quiñones - Страница 10
Introducción
ОглавлениеUn recuento de los motivos que despiertan el interés por un tema o un problema filosófico puede ser extenuante e infructuoso, en la medida en que lo que nos mueve puede ser del orden de lo inconsciente. Por el contrario, nos es más accesible enumerar aquellas inquietudes que mantenían fija nuestra atención en el momento de decidir poner en el papel el proceso de comprensión de un tema que nos proponemos explicar, porque media un espacio entre la forma como se van dando las ideas antes de verterlas en un escrito y el proceso de escritura. En este sentido, existían tres ideas que impulsaron nuestro interés por el tema del cuerpo en el ámbito de la filosofía.
La primera idea se encuentra en el terreno de las afirmaciones de Friedrich Nietzsche en el Crepúsculo de los ídolos acerca de que la embriaguez dionisíaca consiste en un estado fisiológico en el que se intensifica todo el sistema de los afectos, y sobre cómo esto implica la posibilidad de que se produzcan metamorfosis gracias a la descarga de todos los medios de expresión, histrionismo y transfiguración (cf. CI, “Incursiones de un intempestivo”, §10); estas capacidades expresivas y transformadoras pertenecen al cuerpo y son potenciadas en el estado fisiológico de la embriaguez. Esta idea era alimentada en nuestra imaginación por el complejo apartado 10 de Mil mesetas de Gilles Deleuze y Félix Guattari (1994, pp. 239-315), en el que estos dos autores recogen la idea kafkiana acerca del deseo actual por ‘practicar’ el regreso a lo natural en el ámbito de lo animal –Gregorio Samsa se desprende de la fatigosa vida humana metamorfoseándose en insecto: hoy “se regresa a la condición animal” (cf. Kafka, 1983, pp. 65-67).
El ir y venir sobre el texto de los devenires constituye el ámbito de nuestra segunda idea, que se relaciona con la importancia que Deleuze y Guattari le conceden a la duración bergsoniana en lo que ellos llaman “devenir-animal”, “devenir-intenso”, etc.; esta idea consiste en que es imposible entender cualquier transformación, fisiológica o interior, sin considerar la realidad del tiempo o, todavía mejor, sin la experiencia real del tiempo que en Bergson es la duración. Por último, la tercera idea es más del orden de la experiencia vital de una fisiología que se transforma: la fragilidad sentida del cuerpo, representada por la vivencia de la enfermedad y la inevitabilidad de la muerte, nos recuerda que estamos vivos y que poseemos, porque lo sentimos, por decir así, en carne propia, un cuerpo real, vivo, que nace, se desarrolla, se reproduce, envejece y muere, al tiempo que en ello se involucra el desarrollo de los afectos y de las ideas que nos son más propias.
No obstante la persistencia en nuestra mente de estas tres ideas, la última de ellas proveniente de nuestra experiencia concreta: no podíamos abordar una relación de las tres so pena de convertir nuestras preocupaciones en un trabajo agotador que llevaría a la total dispersión en el tema y sobrepasaría los límites de esta investigación. Decidimos, entonces, hacer algo parecido a lo que hacen muchos músicos de jazz o de música afrolatina cuando en sus melodías recuperan, como fuentes de inspiración constante, músicas más elementales como el blues o el son, debido a sus acordes básicos. De tal modo, vimos que lo mejor era dirigir la atención hacia las raíces de nuestro interés por el tema de la fisiología, de tal forma que nos dirigimos hacia los dos autores que habían inspirado nuestras preocupaciones más personales acerca de la filosofía: Nietzsche y Bergson. Ahora bien, no por ser los autores a los que siempre regresamos, sus filosofías dejan de ser complejas y difíciles de abordar, como no es fácil producir una nota musical en un tambor batá. Allí estaba el reto: la familiaridad y la posible amistad que podamos entablar con sus ideas no quiere decir que las comprendamos de por sí; según esto, el proceso de escritura sobre ellas consiste en una reapropiación de las dificultades de sus pensamientos, como se verá en los avatares de nuestra investigación. Así que el inicio de nuestro trabajo supuso abandonar el campo deleuziano del plano de inmanencia, junto con su formulación excesivamente abstracta, que no satisfacía en ese momento nuestra curiosidad acerca de la fragilidad del cuerpo vivo y del carácter irreductible con que se nos manifiestan inmediatamente sus cambios; en contraste, este aspecto sí lo encontramos en las filosofías mismas de nuestros dos autores de cabecera. Por esta vía emprendimos el estudio del problema que se propone en este libro.
De manera similar a como Pierre Montebello observa que las filosofías de Nietzsche y de Bergson, en contextos diferentes, se proponen “pensar el ser a partir de lo que se da, y definitivamente en la experiencia de lo ‘dado’” (2003, pp. 8-9), vemos que en las dos filosofías también existe una decisión de pensar eso ‘dado’ como cuerpo o, todavía más, como procesos fisiológicos que involucran, en la experiencia concreta, relaciones problemáticas con los procesos internos, sin que por ello se deje de considerar el todo de la realidad. Ahora bien, como el cuerpo se constituye en un dato irreductible, aspecto que podemos observar de manera privilegiada en la experiencia del dolor, ello nos sugirió, como se evidencia en los escritos del periodo medio de Nietzsche, que un problema filosófico no puede dejar por fuera las relaciones problemáticas entre los procesos fisiológicos y el pathos que impulsa el pensamiento del filósofo. Ello debido a que, en principio, la experiencia de la enfermedad o del dolor involucra necesariamente el interrogante acerca del sentido de la existencia y del valor de la vida. Por esto, el punto de partida tenía que estar apoyado en Nietzsche. Pero la filosofía no se reduce a dar cuenta del ‘dato’ corporal a partir de la mera sensación de la presencia inevitable del cuerpo cuando nos duele; Nietzsche saca de esa experiencia una consecuencia: la filosofía posee eminentemente un carácter transfigurador. Al elevar la experiencia del dolor a motivo para pensar, el filósofo descubre en el dolor un factor de profundización que supone dirigir nuestra atención hacia el campo de los procesos interiores; allí descubrimos una honda relación filosófica con Bergson que constata la imposibilidad que tiene la conciencia reflexiva para acceder a los estados internos valiéndose solo de la idea de espacio y de la simbolización de un lenguaje modelado a partir de las necesidades biológicas y sociales. Para Bergson, el dato inmediato de la conciencia lo constituye la duración de los procesos más profundos, es decir, los que nos son más personales, y en la intuición inicial de su filosofía no puede dejar por fuera la intervención del cuerpo, de ese modo se ve obligado a estudiar el esfuerzo muscular, donde se halla un motivo para comprender la continuidad de lo interior hacia lo exterior y de este hacia lo interior.
De ese modo, observamos dos filosofías que, al comprometerse a pensar el ser a partir de lo ‘dado’, consideran que es fundamental estudiar a fondo el tema de la fisiología porque es inseparable de la experiencia inmediata y, por lo mismo, deben concretar las múltiples relaciones que van de lo interior a lo exterior y, a su vez, del cuerpo a los estados internos. En ese proceso de desarrollo de sus propios pensamientos, Nietzsche y Bergson van redefiniendo el ejercicio filosófico, que, por lo pronto, podemos calificar como filosofías de la experiencia: el primero dirige su examen hacia los impulsos fundamentales, proponiendo la pasión del conocimiento como aquello que debe mover el trabajo de los filósofos del futuro; el segundo plantea volver sobre la duración interior, que ante todo es una experiencia inusual y original, con lo que concretará el método de la intuición con el fin de buscar, a partir de la experiencia inmediata y no mediada por los conceptos, la fuente misma de donde procede la experiencia humana. A nuestra manera de ver, ambas filosofías exigen, en el transcurso de sus propios desarrollos, estudiar el cuerpo en cuanto organismo vivo, así como el lugar que ocupa en el fluir del todo de la realidad junto con el papel que allí desempeña.
Así fue como al desarrollar la propuesta del presente libro buscamos acercar filosóficamente, en torno al tema del cuerpo, dos filosofías en apariencia disímiles. Nietzsche, muy preocupado por darle voz filosófica a las pasiones y apetitos humanos, logra esclarecer el lugar central ocupado por la fisiología en la constitución del llamado mundo humano, el cual es incomprensible sin el alto valor adquirido, a lo largo de la historia, por la verdad y las representaciones; esta perspectiva se constituye en la base de la crítica nietzscheana a la cultura, desde el punto de vista del despliegue de la acción de las fuerzas que la constituyen, cuya expresión privilegiada se encuentra en el temperamento del genio de la cultura. Dicha labor crítica quiere apuntar muy lejos hacia el futuro de la humanidad; por ello, Nietzsche pretende precisar el papel del trabajo intelectual del pensador en cuanto deseo irrestricto de conocer y como pasión del conocimiento.
En lo que respecta a Bergson, el punto de partida de su pensamiento, la consideración filosófica del tiempo que dura, cuyo detonante es la experiencia singular de la duración interior y que lo lleva a plantear la necesidad de esclarecer el papel de la conciencia en el fluir total de la realidad; en tal sentido, si lo que, por principio, entiende por duración es el tiempo interno, propio del dinamismo psíquico, este carácter interno de la duración misma se convierte en un principio de unidad del todo de la realidad.
Sin abusar de las generalidades, se puede decir que Nietzsche propone como realidad ineludible la de las pasiones y que Bergson, la del fluir del tiempo con su carácter interno, entendido ante todo como experiencia de la duración. Nietzsche desconfía de ‘lo humano’ cuando los hombres creen poder circunscribirlo en una esencia eterna, sin cambio real. Bergson desconfía del lenguaje y del trabajo de los conceptos que no den cuenta sino de la utilidad que podemos extraer de todo lo que nos rodea. No obstante, las dos filosofías sitúan el cuerpo en el centro de sus discusiones y de la forma de problematizar la labor del pensamiento que pretende dar cuenta del todo de la realidad.
En cuanto a los estilos filosóficos, las diferencias entre Nietzsche y Bergson parecen abismales, aunque en ambos se deja ver un gran cuidado por la expresión justa, por la precisión en el matiz que pretenden señalar y por el vigor en su forma particular de demostrar. No obstante, en Nietzsche se percibe un rechazo por la exposición sistemática de su pensamiento, hecho que se hace explícito en la forma aforística de su expresión filosófica; pero ello no significa que cada idea expuesta en sus textos haya salido de la nada, pues una sentencia, según el mismo autor, supone una “secuencia de pensamientos” (cf. FP II, 20[3] de 1876) y en la expresión precisa lo que cuentan son el tono y la energía que adquiere en el transcurso del texto –en esto radica, en buena medida, su fuerza demostrativa. En el caso de Bergson, en apariencia el vigor pasional de la escritura parece quedar relegado o no contar en el momento de la demostración; el autor sería más cerebral y la fuerza de sus demostraciones se encontraría en el orden de las razones y en la escogencia de los hechos científicos precisos que apoyarían sus ideas. Aun así, buena parte del método de la intuición extrae su fuerza de las imágenes –no metáforas– escogidas para que el pensamiento fije su atención en la intuición de la que se busca dar cuenta; este aspecto del método supone una cierta forma de discontinuidad ‘demostrativa’, por cuanto, de acuerdo con el propio Bergson, se deben buscar imágenes de diversos órdenes de cosas (cf. IM, pp. 1082-1085) para provocar el esfuerzo del pensamiento por mantenerse en lo concreto de lo dado intuitivamente. De la experiencia de la naturaleza interna de la duración se puede afirmar que Bergson extrae la fuerza que mueve sus ideas. El pensamiento filosófico se convierte, pues, en un esfuerzo renovado por aproximarse a la suave pendiente del fluir ininterrumpido de la realidad, rechazando con ello una exposición sistemática y acogiendo el ensayo como forma de acercarse al todo desde los diversos matices que lleva consigo la intuición de la duración.
Cuando se lee a Nietzsche y a Bergson parece, pues, percibirse una diferencia entre las “cumbres” nietzscheanas y las llanuras bergsonianas, más pegadas al orden de las razones, pero ello es una apariencia. Nuestro trabajo consistirá en mostrar la falda de la montaña que une la cumbre con lo que parece un valle –el alto valor de la duración interior en el pensamiento de Bergson es también una cumbre, si se piensa que proviene de la experiencia más interior que podemos tener. Si podemos afirmar que la filosofía de Nietzsche quiere transmitir el impulso de la pasión que nos proporciona un conocimiento peculiar del mundo, incluido el de nuestros afectos, y que la filosofía de Bergson nos quiere situar en la transparencia y contundencia de lo concreto de la duración, ambas filosofías, sin ser iguales, tienen un motivo que actúa como una corriente subterránea en el decurso de sus pensamientos: las dos quieren dar cuenta de lo concreto preconceptual y elevarlo al nivel de lo filosófico. Este hecho se entraña en los inconvenientes que lleva consigo la exposición de aquello que quieren mostrar, pues nos queda claro que esas dificultades no son puramente formales. Dichas complicaciones se hacen patentes en nuestra exposición de los dos autores.
En este contexto de aparentes diferencias y de profundos motivos en común, nos planteamos el problema del estatus ontológico de la fisiología en el pensamiento de los dos filósofos, puesto que en Nietzsche y en Bergson observamos un esfuerzo por hacer explícito en sus pensamientos el carácter irreductible, frágil y dinámico del cuerpo que, sin duda, interviene en la labor de la filosofía, no sólo como objeto de pensamiento, sino como fuerza que produce y transfigura el proceso del pensar mismo. De este modo, nos preguntamos: ¿hasta qué punto la presencia sentida, experimentada, del cuerpo cuestiona nuestro lugar en el mundo cuando lo ponemos frente a todo lo que, en cuanto humanidad, hemos valorado altamente? Hay que aclarar que este no es un problema exclusivamente nietzscheano; en Bergson aparece bajo la forma de por qué se ha valorado en tan alto grado el tiempo entendido bajo la forma espacial, que incluso nos ha impedido un acceso más inmediato, más ajustado a nosotros mismos y a nuestras relaciones con todo lo que nos rodea. De este modo, nuestro punto de partida va a suponer, de manera muy concreta, en contraste con los grandes problemas metafísicos, que lo ‘dado’ en primer lugar es el cuerpo y, todavía más, el cuerpo vivo. En el presente escrito queremos, entonces, preguntarnos por ese cuerpo que nace, madura, se reproduce, envejece, muere, se enferma; que es motivo de felicidad y el lugar en el que se manifiestan nuestros dolores más profundos y nuestras alegrías más espirituales; un cuerpo que está más allá del cuerpo etéreo, que no suda ni se cansa, en fin, sin vida, con el que nos bombardean las imágenes mediáticas, frente a las cuales, filosofías como las de Nietzsche y de Bergson entrañan un cariz realmente subversivo porque nos hablan de la fisiología de la concreta experiencia que hunde sus raíces profundas en el mundo.
Para la elaboración de esta cuestión de la fisiología, nos acogemos a la idea que anima, para el caso de Nietzsche, el trabajo de quienes alimentan el Hypernietzsche,1 a saber, concebir su filosofía en evolución; para el caso de Bergson, su misma filosofía supone que esta se encuentra en desarrollo, puesto que al tratar de renovarse siempre el esfuerzo de situarse en la intuición original, ello implica el rechazo explícito de la ilusión retrospectiva que brindan los desarrollos posteriores de cada uno de sus libros. De ese modo, vamos a suponer ambas filosofías en proceso y, por lo mismo, las tomaremos en periodos intermedios de su desarrollo, en los cuales se afianzan sus críticas y sus apuestas características en materia de fisiología. En Nietzsche nos centraremos principalmente en el periodo medio y en las notas de esa época; en Bergson, en el momento de Materia y memoria, pero sin abandonar el punto de partida de toda su filosofía presente en el Ensayo sobre los datos inmediatos de la conciencia. Para decirlo en otras palabras, nos situaremos en medio del desarrollo de sus pensamientos e intentaremos dar cuenta de lo que piensan acerca del cuerpo en su transcurrir. Nuestra intención no consiste en establecer una simple comparación entre las ideas de los dos autores; se trata, más bien, de ir entrecruzándolas en los momentos pertinentes, sin desconocer sus diferencias, y al final plantear un complemento entre sus apuestas particulares: rescatar la “seriedad” de la pasión y su carácter fisio-psicológico no se entiende sin una consideración de la fluidez de duración interior que entraña el vínculo o, mejor, la continuidad entre los procesos internos y los procesos fisiológicos.
Este camino lo emprenderemos a lo largo de cuatro capítulos, distribuidos en dos partes. En la primera parte estudiaremos, a manera de punto de partida, el cuerpo que se nos hace patente, en el caso de Nietzsche, en el dolor o la experiencia de la enfermedad, como aquello dado e ineludible que sentimos y que, en la labor del filósofo, está vinculado a sus ideas; en el caso de Bergson, en su determinación de la experiencia interior de la duración no deja de considerar las distintas influencias que tienen ciertos estados del cuerpo en esa consideración, como es el caso del esfuerzo muscular. Los dos filósofos observarán en la fisiología un factor que es capaz de profundizarnos o de permitirnos establecer con un mejor grado de precisión las relaciones y diferencias entre nuestra vida exterior y nuestra vida interior. En la segunda parte queremos probar con mayor detalle, entrando en los procesos propios de cada una de las dos filosofías, en qué forma el cuerpo es un factor decisivo en el proceso de interiorización exigido por el ejercicio de la filosofía y en qué medida este ejercicio se transforma cuando estamos más atentos a lo que nos es inmediatamente dado, sean nuestras pasiones y apetitos, sea el dinamismo interno del tiempo en su decurso real. En fin, si en la primera parte el cuerpo adquirió el sentido de lo inevitable e ineludible, en la segunda parte adquiere, para los filósofos, un carácter más dinámico, en la medida en que se lo ve desempeñar un papel más flexible dentro del fluir del todo real. De este modo, también la segunda parte, además de tener un tono principalmente demostrativo y analítico, en determinados momentos, será un esfuerzo por trenzar ciertas ideas donde se puede señalar que coinciden Nietzsche y Bergson, de tal forma que en la parte final haremos un ensayo de mostrar cómo las dos filosofías se complementan, dado que entender la pasión como una realidad fisio-psicológica adquiere un sentido más preciso si la vinculamos con la experiencia de la duración interna, que, como veremos, es parte constitutiva de los procesos que animan los estados fisiológicos.
Por último, queremos señalar dos aspectos que formaron parte de nuestro trabajo. Los dos textos más completos acerca de la relación entre Nietzsche y Bergson son, a nuestra manera de ver, Bergson, Schopenhauer, Nietzsche. Volonté et réalité de Arnaud François y L’autre métaphysique. Essai sur Ravaisson, Tarde, Nietzsche et Bergson de Pierre Montebello. El primero, un completo estudio sobre la relación entre voluntad y realidad en Bergson, Schopenhauer y Nietzsche, a partir de los temas fundamentales de sus filosofías, quiere mostrar la novedad y el aporte particular de Bergson al tema, en especial en lo referente a la conciencia, sin la cual no puede establecerse la naturaleza interior de la duración. El segundo es un texto que quiere mostrar el aporte que, a finales del siglo XIX, hicieron los cuatro filósofos estudiados, a partir de su distancia respecto del kantismo, en lo que tiene que ver con las relaciones entre la materia, la conciencia y la vida. Sin descuidar los aportes de estos dos textos, decidimos, por nuestra parte, concentrarnos en el tema del cuerpo en Nietzsche y Bergson, así como en el significado que adquiere la fisiología en el interior de sus respectivas filosofías.
El segundo aspecto tiene que ver con el llamado constante a las expresiones alemanas o francesas al lado de la traducción de los términos originales; unas tienen el sentido de mostrar su distancia de las traducciones consultadas en español, otras, el de llamar la atención sobre el término en cuestión, y pretenden resaltar su importancia o particularidad, otras, en fin, intentan mostrar también diversos sentidos que puede tener la palabra en el idioma original y en español, que enriquecen la imaginación filosófica del lector. Con todo ello hemos querido darle un fuerte énfasis a las posibilidades que tiene nuestro idioma como potencia expresiva filosófica. Emprendamos ahora el camino que nos propusimos.
1 Véase la página www.nietzschesource.org; cf. también D’Iorio (2004).