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Capítulo I El pathos del filósofo y la fisiología ¿Cómo se relacionan filosofía y fisiología en el pensador?

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Comenzar la lectura de un filósofo proponiéndole una pregunta, con el fin de establecer un diálogo con él, es forzar a esa filosofía a que nos muestre sus más entrañables secretos. Ello, no obstante, conlleva un peligro. Si indicamos una dirección para nuestra búsqueda, corremos el riesgo de perder algunos de los derroteros más importantes de esa filosofía y quedarnos perdidos en un bosque de conceptos, dejando de lado la panorámica total necesaria para evaluar los alcances de ese pensamiento. Pero este es un riesgo que debe correrse, puesto que acercamientos neutros a la filosofía no existen. Siempre vamos a ella con algún tipo de pregunta, así sea como motivo inconsciente. Estamos buscando algo desde que nos proponemos pensar y entender los escritos de un autor. Algo hemos oído sobre él y por eso nos encaminamos por las sendas que nos propone. Se trata, pues, de una decisión y, como tal, no nos queda otro remedio que tomarla, por más riesgos que entrañe. Existen una visión y una ceguera al inicio del camino. Intentamos ver con la luz emanada de esa especie de linterna que es la pregunta con la que iniciamos. Al mismo tiempo, algo nubla nuestro camino, la incertidumbre de haber escogido la pregunta correcta o incorrecta, no sabemos si este tendrá un final exitoso. Por lo tanto, escojamos una pregunta que alumbre, en la incertidumbre, el camino que vamos a recorrer.

¿De dónde procede una filosofía? Es una pregunta que Nietzsche se formula de diversas maneras y podría guiarnos hacia los motivos más personales que animan los escritos filosóficos de nuestro autor. Pero no queremos formular esta cuestion de manera aislada, ya que la entendemos en relación con otro tema que atañe a esos motivos: ¿cómo se relacionan salud y filosofía en un filósofo? En los escritos de Nietzsche se lee en diversas ocasiones, y formulado de distintas maneras, que el pathos filosófico es una forma de existencia de la que no pueden separarse pensamiento y cuerpo, pensamiento y sufrimiento, pensamiento y enfermedad, pensamiento y modo de vivir… Pensamos que esas preguntas recién formuladas nos llevan a la búsqueda de la razón de ser de la filosofía como una interpretación del cuerpo. No se puede, sin más, desconocer que nuestro filósofo asume una perspectiva problemática y sugerente que determina la relación cuerpo-filosofía: concebir la enfermedad como una experimentación, más que como una forma de purificación, es una de las caras que adopta esta relación problemática. “En el filósofo nada, absolutamente nada es impersonal” (MBM, §6), nos dice. La experiencia de la enfermedad es muy personal, particular, pero puede ser elevada a un nivel más universal y ser vista en su relación con la producción de pensamiento. El filósofo eleva a filosofía lo que, en principio, era una experiencia puramente personal. En tal sentido, la filosofía aparece en Nietzsche como un asunto fisiológico: saber es saber del cuerpo. Ahora bien, que sea algo personal no significa que sea exclusivamente particular. La pregunta que surge a continuación es qué es lo que filosofa en un pensamiento. ¿Qué fuerza produce pensamiento? ¿Qué disposición corporal, si es posible formularlo así, lleva a pensar de determinada manera? En otras palabras, ¿la enfermedad surge como una fuerza fisiológica, al igual que la salud? ¿O estas últimas forman parte de un conglomerado de fuerzas que constituirían el cuerpo y no serían tan opuestas, como se estaría inclinado a creer?

En el comienzo del §6 de Más allá del bien y del mal se señala una posible respuesta a estas preguntas, cuando se observa un proceso inconsciente en el filósofo: “Poco a poco se me ha ido manifestando qué ha sido hasta ahora toda gran filosofía, a saber: la autoconfesión de su autor y una especie de memoires no queridas y no advertidas” (MBM, §6).

Ahondando más, puede descubrirse un “germen vital” del que surge toda filosofía como una planta: “las intenciones morales (o inmorales)” de un filósofo. A partir de lo cual, es necesario plantearse la siguiente pregunta: “¿a qué moral quiere esto (quiere él – ) llegar?” (MBM, §6). Pregunta vieja en Nietzsche. Ya en Humano, demasiado humano I llama la atención respecto de que “la decisión sobre las consecuencias del conocimiento la da el temperamento de cada persona” (HdH I, §34).

Dicho germen no puede ser, sin más, como podría pensarse, un ‘instinto de conocimiento’ (cf. MBM, §6). Podemos ir directo al fondo en las intenciones del filósofo, en lo que parece ser un aporte genealógico auténtico de Nietzsche y que se constituye, además, como una de las afirmaciones más atractivas de su filosofía. Se trata de la propuesta de seguir el cuerpo viviente como hilo conductor de la interpretación, del pensamiento y de la acción. Por lo mismo, devendría objeto de conocimiento y, al tiempo, de experiencia. En el mismo aforismo de Más allá del bien y del mal, la fisiología aparece en la base del conocimiento, en la forma de relaciones entre impulsos:

Aquí como en otras partes, un impulso [Trieb] diferente se ha servido del conocimiento (¡y del desconocimiento!) nada más que como un instrumento. Pero quien examine los impulsos fundamentales [Grundtriebe] del hombre con el propósito de saber hasta qué punto precisamente ellos pueden haber actuado aquí como genios (o demonios o duendes – ) inspiradores encontrará que todos ellos han hecho ya alguna vez filosofía, – y que a cada uno de ellos le gustaría mucho presentarse justo a sí mismo como finalidad última de la existencia y como legítimo señor de todos los demás impulsos. Pues todo impulso ambiciona dominar: y en cuanto tal intenta filosofar. (MBM, §6)

Se nos aclara aquí en qué sentido tendríamos que entender los motivos inconscientes enunciados arriba. Los impulsos vienen a actuar como motivos no confesados, no advertidos y no queridos, vinculados, eso sí, al tipo de moral al que se encaminan sus búsquedas. Es la cuestión sobre el valor de ciertas decisiones de una filosofía, cuya proveniencia debe buscarse en una, por decirlo así, inconsciente relación entre impulsos que quieren dominar. En el caso de los doctos y científicos puede que haya una especie de ‘impulso cognoscitivo’ [Erkenntnisstrieb] que, una vez sincronizado como un reloj, se pone a funcionar sin que otros impulsos intervengan. Por ello, los verdaderos intereses del docto están en otra parte, por ejemplo, en la familia, en el empleo… La contundente tesis nietzscheana habla del orden que han adquirido los impulsos en el filósofo, del “orden jerárquico” de sus impulsos. Es su moral la que filosofa, en tal sentido. Si un impulso domina en él, es, sobre todo, el que indica los verdaderos intereses de una filosofía. Hasta allí tenemos que ir cuando queremos saber qué es lo que hace filosofía. Así,

en el filósofo nada, absolutamente nada es impersonal; y es especialmente su moral la que proporciona un decidido y decisivo testimonio de quién es él – es decir, de en qué orden jerárquico se encuentran recíprocamente situados los impulsos más íntimos de su naturaleza. (MBM, §6)

Pueden ser la carencia o la abundancia de fuerza las que filosofan. Unos necesitan la filosofía como medicina y “autoextrañamiento”, otros, por el contrario, la necesitan como “lujo” y “voluptuosidad” y, con ella, logran un engrandecimiento de los conceptos. Sin embargo, cuando la enfermedad está vinculada con el hacer filosofía, las cosas cambian, depende de cómo se la asuma, porque es posible malinterpretar los propios estados fisiológicos. Puede llegarse, incluso, a pretender huir del sufrimiento y buscar los más eficaces medios de evasión y de consuelo.

El cuerpo duradero

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