Читать книгу El cuerpo duradero - Luis Antonio Cifuentes Quiñones - Страница 17

La intensidad de los estados psicológicos simples como problema

Оглавление

En el primer capítulo del Ensayo, Bergson se plantea el problema de si es posible hablar de una ‘magnitud intensiva’ para los hechos de conciencia. Al parecer, cuando se concibe este tipo de magnitud aplicada a las sensaciones, interviene la idea de número: cuando se dice de un número que es mayor que otro, se establece una relación entre continente y contenido, es decir, el número mayor contiene en cierto sentido al menor; lo mismo sucede cuando se habla de un cuerpo mayor que otro. “En los dos casos, se trata de espacios desiguales […] y se llama espacio mayor a aquel que contiene a otro” (E, p. 51, énfasis agregado). Aplicar esta relación al carácter interno de la sensación complica las cosas y pone en cuestión la ‘magnitud intensiva’ referida a los hechos internos. Esto lo hace, en principio, el sentido común cuando pretende hablar de una mayor o menor intensidad de la sensación, introduciendo subrepticiamente el número, en cuya base está la idea de espacios distintos y su relación entre continente y contenido. De acuerdo con esto, una sensación de mayor intensidad contendría a la de menor intensidad. Surge, de este modo, un problema:

¿Cómo contendrá una sensación más intensa a una sensación de menor intensidad? ¿Se dirá que la primera implica la segunda, que se alcanza la sensación de intensidad superior tan solo a condición de haber pasado primero por las intensidades inferiores de la misma sensación, y que también hay aquí, en un cierto sentido, relación de continente a contenido? Esta concepción de la magnitud intensiva parece ser la del sentido común, pero no se la sabría erigir en explicación filosófica sin cometer un verdadero círculo vicioso. (E, pp. 51-52)

Bergson señala muy bien lo difícil de evaluar, a través de la magnitud, los hechos internos: el sentido común en el acontecer diario de la vida aplica esta forma de evaluar, originada en la idea del espacio, cuando quiere pensar las sensaciones, los sentimientos, las emociones, las pasiones, en una palabra, los hechos de conciencia. Y cuando este proceder se eleva a explicación científica o a nivel filosófico, se cae en innumerables contradicciones por no pensar nuestro interior de modo distinto a como se evalúan las cosas exteriores.

Bergson se pregunta por el signo para reconocer, en una serie de intensidades, un progreso dispuesto en orden creciente, como el de los números, donde reconocemos contenidos en el número mayor los precedentes en una serie natural. Qué significa, entonces, ‘intensidad’, para aplicarle el término ‘magnitud’,1 pues está claro que las intensidades “no son cosas que se puedan superponer” (E, p. 52).

Con esta entrada crítica también nos preguntamos por el carácter mismo de los hechos de conciencia. Si son intensidades, entonces ¿es posible aplicarles algún tipo de magnitud? En el Ensayo la forma de llevar a cabo el examen de los hechos de conciencia es la interpretación: ¿qué significa que un hecho de conciencia pueda ser intensivo? Pero, ¿un estado interno es más o menos intenso?, ¿posee él mismo una magnitud? Así, los hechos internos piden ser interpretados. Falta saber entonces si los criterios usados por el sentido común, por ejemplo, sirven para dar cuenta de lo propio de esos estados y si ha intervenido un criterio impropio para evaluarlos. Hay pues que ir a la ciencia y a la filosofía cuando han hecho esto y han extendido, de forma inapropiada, los criterios del sentido común.

Bergson no duda de la intensidad de un estado psicológico, pero hay que encontrarle significado. Por el momento, parecen darse dos órdenes de realidad que terminan vinculados cuando se trata de evaluarlos. Uno es el de lo extenso, cuya evaluación permite sin contradicciones las relaciones numéricas. El otro, el de lo inextenso que, debido a su intensidad, no permite una aplicación fácil de la magnitud en el momento de pensar el más y el menos en dicho orden. Se ha interpretado el orden inextenso como una ‘magnitud intensiva’, pero ello lleva a muchas contradicciones, con un agravante importante, y aquí viene otra característica relevante en el proceso filosófico del Ensayo: el uso del lenguaje y los distintos significados de los términos para la evaluación no sirven cuando los usamos en los estados internos. ¿‘Más’ y ‘menos’ significan lo mismo cuando hablamos de las cosas del mundo y cuando hablamos de los hechos de conciencia?

Se dan, pues, dos órdenes: por un lado, el de las cosas, el orden de lo extenso o, mejor, el del espacio y, por el otro, el de los hechos psicológicos, el orden de lo inextenso; al aplicar indistintamente ‘más’ y ‘menos’ a las relaciones numéricas entre los objetos o los fenómenos del mundo y a las variaciones de intensidad, digamos, de una sensación causada por estos últimos, viene la sospecha de si no ha habido una traducción injustificada de un orden por el otro. Sospecha que aparece ya en el prólogo del Ensayo, y que problematiza no solo el lenguaje, sino que también afecta la concepción misma de esos órdenes de realidad:

Cuando una traducción ilegítima de lo inextenso en extenso, de la cualidad en cantidad, ha instalado la contradicción en el corazón mismo de la cuestión propuesta, ¿sorprende que la contradicción se vuelva a encontrar en las soluciones que se le dan? (E, p. 49)

Del origen profundamente espacial de la idea de número y del lenguaje usado para nombrar nuestras representaciones parece provenir la concepción de una magnitud intensiva. Así, en un primer momento, hay que determinar si la intensidad puede ser una magnitud y qué significa intensidad en los estados simples y complejos del alma. A este respecto, en el Ensayo se nos dice que “la dificultad del problema” estriba en que “llamamos con el mismo nombre y nos representamos de la misma manera intensidades de naturaleza muy diferente” (E, p. 55).

En los estados simples la intensidad consiste en un “matiz” o coloración o, todavía mejor, en una cualidad del estado simple que correspondería a cierta medida de la excitación recibida de fuera. Ahora bien, antes del examen de la ‘intensidad’ en los estados internos causados por una excitación exterior, Bergson analiza los estados que se bastan a sí mismos y, por profundos, “no se muestran de ninguna manera solidarios de su causa exterior, y que no parecen tampoco envolver [envelopper] la percepción de una contracción muscular” (E, p. 63). En estos estados, por ser simples, podría definirse fácilmente la intensidad. Sin embargo, son raros y, prácticamente, no hay estado interno que no esté relacionado con unos síntomas físicos o con una causa exterior.

Estados simples del alma son la alegría, la tristeza, la pasión reflexiva, la emoción estética, etc. El “matiz” o “cualidad” (cf. M, p. 491) de los estados simples viene a ser la expresión de cierta multiplicidad, en principio proveniente de la causa exterior, y es constitutivo de una cualidad; pero no tiene un carácter cuantitativo, él mismo no es una magnitud, pero sí nos “advierte” de una magnitud “aproximativa”. En función del problema que venimos construyendo, solo nos detendremos en el análisis de la alegría, pues encierra algunos aspectos de particular interés.

En los casos donde no interviene ningún síntoma de carácter físico, la alegría no consistiría, sin más, en un hecho aislado que ocupa al principio un pequeño lugar en el alma y en su progreso iría ganando terreno. “En su grado más bajo, ella se parece bastante a una orientación de nuestros estados de conciencia en el sentido del porvenir” (E, p. 57). Es claramente una orientación constitutiva de un vínculo entre esos estados. Esa dirección es una especie de coloración, cuya orientación dinámica hacia el porvenir es, en cierta forma, forzada. Luego, la atracción parece disminuir, “nuestras ideas y nuestras sensaciones se suceden con más rapidez”, como sin esfuerzo. De inmediato, Bergson explica con claridad el matiz; lo caracteriza como una “indefinible cualidad”, comparándolo en la alegría extrema “a un calor o a una luz, y tan nueva, que en ciertos momentos, al volver sobre nosotros mismos, experimentamos como un asombro de ser” (E, p. 57).

Este asombro de ser es indefinible por ser cualitativo, pues la conciencia reflexiva, acostumbrada a establecer diferencias tajantes y a yuxtaponer términos, está mal preparada para percibir las coloraciones que tiñen, en este caso, un conjunto de estados internos. También el estado extremo de la alegría, además de adquirir una tonalidad especial para un conjunto de estados, se percibe como un cambio de cualidad, respecto del momento más bajo de la alegría, tanto que ahora esta se experimenta como un “asombro de ser” [étonnement d’être]. El cambio de naturaleza se observa entre el esfuerzo inicial de la orientación de nuestros estados y la rapidez o facilidad con que se suceden, hasta alcanzar este asombro de ser que nos invade. Sin embargo, seguimos llamando de la misma manera esas transformaciones sucesivas, como si se tratara de un mismo estado y, además, aislado de otros. En este último sentido, es la conciencia reflexiva, habituada a la multiplicidad discreta de las cosas en el espacio, quien no consigue dar cuenta del matiz que tiñe una multiplicidad particular de nuestros estados internos.

Establecemos así puntos de división en el intervalo que separa dos formas sucesivas de la alegría, y este encadenamiento gradual de la una a la otra hace que ellas nos aparezcan a su vez como intensidades de un solo y mismo sentimiento, que cambia de magnitud. (E, p. 57)

La que determina las diferencias de magnitud entre las formas sucesivas de la alegría es la conciencia reflexiva. Esta no percibe cambios de naturaleza. Muy influida por sus hábitos, ve cosas iguales y diferencias de cantidad. En la alegría solo vería un único estado que cambia de magnitud, no obstante, los distintos cambios se los experimenta en forma sucesiva y, sobre todo, dinámica. Para comprender mejor esto, se requiere un esfuerzo grande de reflexión o de introspección –“al volver sobre nosotros mismos”–, con el fin de percibir el dinamismo propio de los estados internos y observar los diferentes matices que se van dando y señalan cambios cualitativos. Este es el papel de la denominada “conciencia inmediata” en el Ensayo. Volver sobre uno mismo implica dejar atrás los hábitos cuantitativos arraigados en la conciencia, dirigirse entonces hacia lo más interior y así dar cuenta de los estados profundos, sin recurrir a la idea de espacio; si esta influye solo estableceríamos en estos últimos diferencias de cantidad.

La intensidad, más que la cualidad de un único estado, es el matiz o cualidad que pueden experimentar una masa, una multiplicidad, de estados internos, “o, si se quiere mejor, el mayor o menor número de estados simples que penetran la emoción fundamental” (E, p. 55). Lo propio de los estados psíquicos es ser cualitativos, al tiempo que múltiples; solo que esta multiplicidad no es de elementos discretos, sino de penetración mutua. Dicha multiplicidad exige, entonces, un criterio de evaluación distinto al de la cantidad y un esfuerzo de introspección por parte de la conciencia, para no asociarla al espacio y lograr un mejor acceso a los estados internos.

El cuerpo duradero

Подняться наверх