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Relación entre intensidad y cuerpo en el esfuerzo muscular
ОглавлениеEstablecida la intensidad en los estados internos simples, separada del espacio, Bergson examina otros estados simples, cuya intensidad parece desenvolverse en extensión, como si se tratara de adentro hacia afuera. Tal es el caso del esfuerzo muscular, situado al otro extremo de “la serie de los hechos psicológicos” (E, p. 63) y vinculado con la superficie del cuerpo.
Se tiende a evaluar estos fenómenos como magnitudes, a pesar de estar relacionados con un hecho psíquico, pues comportan una fuerza muscular y, por ello, se sitúan en la superficie del cuerpo. Al hecho psicológico, pues, se lo evalúa en términos de ‘magnitud intensiva’, a causa de esa relación con la superficie del cuerpo, con lo que se vicia la apreciación de los estados internos por parte de la conciencia. Veamos el proceso:
Como la fuerza muscular que se despliega en el espacio y se manifiesta por fenómenos mensurables nos produce el efecto de haber preexistido a sus manifestaciones, pero bajo un menor volumen y en estado comprimido, por así decirlo, no dudamos en apretar [resserrer] este volumen cada vez más, y finalmente creemos comprender que un estado puramente psíquico, que no ocupa más espacio, tiene sin embargo una magnitud. (E, pp. 63-64)
Se da, pues, un paso injustificado, cuyo origen está en la consideración de la intervención de la fuerza muscular: se evalúan a partir de esta los estados internos por lo sucedido a nivel del cuerpo. Más problemático todavía es pensar que un estado puramente psíquico, que no ocupa espacio, sin embargo, sí tendría una medida, por mínima que fuera. En este caso, se evalúa la intensidad bajo el parámetro de la magnitud. Ahora bien, la ciencia no ha hecho más que “fortalecer” esta creencia del sentido común. Es así como se pretende mostrar la existencia de una fuerza centrífuga, sea de orden nervioso o una “sensación de origen central”, que nos advertiría del esfuerzo muscular asociando, por medio de una traducción ilegítima, la sensación a un despliegue cuantitativo. También hubo quienes pensaron en una explicación de orden centrípeto; por ejemplo, William James, que habla de la energía muscular como ‘una sensación aferente compleja’, que viene a producir una modificación desde los puntos interesados de la periferia (cf. Worms, 1999).
Aunque Bergson muestra sus simpatías por las demostraciones de James, prefiere no mediar en la discusión, pues se preocupa más por el problema filosófico de saber en qué consiste “nuestra percepción de la intensidad”, en este caso, del sentimiento del esfuerzo muscular.
Aquí es pertinente anotar que Bergson no se vale de explicaciones a priori; más bien, pretende mantener su línea de pensamiento recurriendo a experimentos o a experiencias observadas de cerca y con cuidado. Incluso, en este caso, su crítica a las posiciones sobre la fuerza centrífuga se dirige al significado de las observaciones aducidas por sus defensores, precisando hechos que no han observado con suficiente agudeza. Esto define su filosofía desde el comienzo. Más adelante veremos las implicaciones de una filosofía cuya exigencia es la de profundizar en el esfuerzo de representación no espacial, sin descuidar el orden corporal.
Ahora bien, basta con observarse atentamente a sí mismo para llegar, sobre este último punto [el problema filosófico planteado], a una conclusión que el señor James no ha formulado pero que nos parece del todo conforme al espíritu de su doctrina. Nosotros pretendemos que cuanto más un esfuerzo dado nos produzca el efecto de crecer, más aumenta el número de músculos que se contraen simpáticamente, y que la conciencia aparente de una más grande intensidad de esfuerzo sobre un punto dado del organismo se reduce, en realidad, a la percepción de una más grande superficie del cuerpo que se interesa en la operación. (E, pp. 65-66)
Bergson ilustra la percepción del cambio cualitativo de la sensación del esfuerzo muscular con ejemplos como el del puño cerrándose o el de los labios que se aprietan. El aumento del esfuerzo vincula progresivamente un buen número de puntos interesados del organismo. Pero este vínculo no es sin más una simple sumatoria, consiste sobre todo en una simpatía progresiva.
Se percibe, por una parte, debido a hábitos muy arraigados en la conciencia, el aumento del esfuerzo en el lugar donde se localiza inicialmente, y se piensa que se trata “de un estado de conciencia único, que cambiaba de magnitud” (E, p. 66). Pero, por otra parte, si la conciencia se observa detenidamente, puede apreciar los distintos “movimientos concomitantes” que se van produciendo. En realidad, en esta “invasión gradual” aumenta la superficie en términos de cantidad, pero como el aumento tiende a sentirse en el lugar, por ejemplo, en los labios apretados, se está inclinado a identificar la “fuerza psíquica”, que se consume allí, como una magnitud, por más inextensa que sea.
El ejemplo de levantar un peso es muy emblemático a este respecto. Alguien levanta con el mismo brazo pesos cada vez mayores y, a medida que lo hace, “la contracción muscular gana poco a poco todo su cuerpo” (E, p. 66). La sensación más particular y localizada en el brazo “permanece constante durante largo tiempo, no cambia apenas más que de cualidad” (E, p. 66): el peso que se siente llega a ser fatiga y, luego, la fatiga se convierte en dolor. A pesar de esto, el individuo creerá, siguiendo sus hábitos, que tiene conciencia de “un incremento continuo de fuerza psíquica afluyendo al brazo” (E, p. 67). La conclusión que se saca es, a nuestro modo de ver, muy cuidadosa y fruto de la observación rigurosa, pues el aumento en la superficie interesada del cuerpo está vinculado a un cambio de cualidad en el estado psicológico, en este caso, la sensación de peso creciente. Por lo pronto, la tesis de Bergson apunta a que en nuestra conciencia del aumento del esfuerzo muscular se da una doble percepción, por un lado, “de un mayor número de sensaciones periféricas” y, por otro, “de un cambio cualitativo que sobreviene en algunas de entre ellas” (E, p. 67). La conciencia reflexiva estaría más inclinada a interpretar la intensidad de la sensación desde el primer tipo de percepción.
Además de las conclusiones que saca Bergson de los ejemplos citados, subrayemos dos aspectos que se encuentran allí y que él no desarrolla suficientemente, más interesado en este momento en el problema filosófico de la percepción de la intensidad. El primero es la relación entre una mayor superficie del cuerpo comprometida cada vez más en el esfuerzo muscular y la correspondiente intensidad sentida, de carácter cualitativo, a partir del lugar donde se produce, en principio, ese esfuerzo. De este modo, es en la superficie del cuerpo donde se inicia el cambio cualitativo de la sensación. Ahora bien, este hecho no significa que el aumento cuantitativo de las partes del cuerpo que intervienen determine una especie de aumento cuantitativo en la intensidad sentida, es decir, en el hecho psicológico. Así, en segundo lugar, parece haber, más bien, una relación entre el cambio de naturaleza de la intensidad sentida y la mayor extensión interesada del cuerpo, solo que esta relación no es de determinación. Para Bergson, se trata de dos tipos de percepción diferentes, a partir de los cuales se produce un vínculo: el cambio en la intensidad nos advierte de la magnitud “aproximativa” de la causa. La intensidad es de otro orden que el de la extensión. Dicha relación, que tiene el tono de un paralelismo, se puede expresar de la forma que sigue: “henos aquí pues llevados a definir la intensidad de un esfuerzo superficial como la de un sentimiento profundo del alma” (E, p. 67, énfasis agregado). Este vínculo se comprende mejor a partir del dinamismo interno, propuesto en el capítulo tercero del Ensayo para explicar el acto libre.
Es de notar, en el caso de levantar un peso cada vez mayor, el cambio cualitativo –paso de la sensación de peso a fatiga y luego a dolor–. Esto lo observa el filósofo, pero la conciencia debería percibirlo así. El cambio cualitativo, entonces, se va manifestando en el movimiento de las transformaciones de naturaleza en la sensación, pero está vinculado al paulatino interés de más órganos, desde la localización del esfuerzo en un lugar, digamos, en el brazo, hasta alcanzar la totalidad de la superficie corporal, en este caso, en la experiencia del dolor.
Bergson vuelve sobre la cuestión de la percepción de la intensidad, de la cual tenemos otro significado. La denominada por el filósofo ‘conciencia reflexiva’ posee una percepción confusa del cambio cualitativo sentido: “en uno y otro caso [en la intensidad del esfuerzo superficial y en el sentimiento profundo del alma], hay progreso cualitativo y complejidad creciente, confusamente percibida” (E, p. 67). Lo confuso aquí se debe, como lo señalamos más arriba, a hábitos espacializantes y a la insuficiencia del lenguaje para nombrar cosas que no sean del orden del espacio. Dicha conciencia reflexiva no distingue dos órdenes diferentes porque sus hábitos la disponen mal para percibir cambios de cualidad y, también, muy importante, porque la idea de espacio sirve para obtener resultados útiles. Se obsesiona por localizar con precisión casi geométrica, en este caso, el esfuerzo en un lugar, incluso en el alma y, por ello, denomina los cambios del sentimiento con un mismo nombre. Que se involucre todo el cuerpo no implica, por lo demás, una simple sumatoria; esta totalidad señala un cambio cualitativo en el conjunto, y el esfuerzo creciente –signo no tanto de un mecanismo, como de un dinamismo– se convierte en dolor.