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¿EXISTEN VACUNAS CONTRA

EL CÁNCER?

He introducido este tema brevemente en una respuesta anterior, pero creo que se merece una explicación más detallada. Las vacunas han sido una de las grandes aportaciones de la Medicina al progreso de la humanidad, al mismo nivel que las medidas higiénicas o el desarrollo de los antibióticos. Antes de nosotros, en tiempos felizmente pasados, existieron muchas generaciones de personas que murieron a temprana edad por infecciones que hubieran sido muy fácilmente evitables si en ese periodo de la historia hubiera existido una vacuna.

En este contexto, entendemos el concepto clásico de vacuna (término derivado de vaca, el rumiante en el cual se produjeron las primeras sustancias de este tipo) como la inoculación de un microorganismo inerte o de parte de este (por ejemplo, una proteína) que desencadena en nuestro organismo una respuesta defensiva que nos vuelve inmunes a la infección que podría provocar ese «bicho».

¿POR QUÉ SON TAN NECESARIAS LAS VACUNAS

Y CUÁLES SON LAS MÁS COMUNES?

Ahora que hemos visto su definición, es fácil comprender hasta qué punto es necesario seguir el calendario vacunal establecido en los países desarrollados, y es que al hacerlo evitamos una elevada morbilidad y mortalidad entre la población infantil que también podría extenderse a las personas mayores.

Las principales vacunas, las que se utilizan más frecuentemente, son las que tienen como objetivo luchar contra virus como los del sarampión o la rubeola, pero en el futuro esperamos tener vacunas efectivas contra nuevos virus como el VIH, causante del síndrome de inmunodeficiencia adquirida (sida). Ojalá lleguen pronto.

¿QUÉ RELACIÓN TIENEN LAS VACUNAS CON EL CÁNCER?

En la órbita del cáncer, ¿de qué estamos hablando cuando nos referimos a las vacunas?

Las vacunas anticáncer serían aquellas dirigidas contra microorganismos, principalmente virus, asociados al desarrollo del cáncer.

• Pongamos como ejemplo un caso típico, el virus de la hepatitis B. Se trata de un virus transmisible por tres vías: una sería el contacto sexual, la otra sería que durante el embarazo la madre se lo transmitiera al niño y, en tercer lugar, por recibir sangre contaminada de alguien ya infectado (como ocurre a los adictos a drogas inyectables que comparten jeringa o en el caso de transfusiones sanguíneas con fluidos incorrectamente analizados).

Pues bien, el virus de la hepatitis B ataca principalmente al hígado provocando su inflamación (hepatitis), la muerte de sus células (cirrosis) o su transformación celular en un cáncer (hepatocarcinoma). Por todo esto, lógicamente, la vacunación contra la hepatitis B es un factor clave para evitar la aparición del cáncer de hígado, pero todavía existen amplias áreas geográficas del mundo que no reciben ni practican la vacunación, y hemos de recordar también que el cáncer de hígado además tiene otras causas como el alcoholismo, la inflamación crónica, la formación de grasa en el mismo (esteatosis) o determinados tóxicos (por ejemplo, las aflatoxinas).

• Un segundo ejemplo de más reciente introducción es la vacuna contra el virus del papiloma humano (VPH). En realidad, se trata de una familia de virus muy semejantes entre sí denominados con distintos números tipo VPH-16, VPH-18, etc., que se asocian de forma contrastada con el origen y progresión del cáncer de cuello uterino (cérvix). Este es un virus de transmisión esencialmente sexual durante el coito y es extraordinariamente frecuente. Muchas mujeres sufren la infección, pero su sistema inmune lo solventa sin que aparezca el cáncer; sin embargo, en otras avanzará sin remedio causando su muerte. Eva Perón, la mujer del notorio presidente argentino Juan Perón, y en la que se basó el musical Evita, que incluye la archiconocida canción «No llores por mí Argentina», falleció por causa de un cáncer de cérvix, un tumor que fue durante mucho tiempo el mayor asesino de mujeres jóvenes en el mundo mediterráneo.

¿Cómo se ha frenado este tipo de cáncer?

Gracias a la introducción de la revisión ginecológica anual (con la «prueba de Papanicolau»), que ha permitido no solo detectar el cáncer en fases precoces y extirparlo, sino también diagnosticar las lesiones premalignas y así asegurarnos mejor que la paciente está curada.

Pero ¿y si pudiéramos evitar que apareciera el tumor?

De esta idea surge la vacunación contra el virus del papiloma humano (VPH), que se practica a niñas y a mujeres hasta los veintiséis años de edad (siempre antes de que estas no hayan mantenido su primera relación sexual).

Por otro lado, el virus del papiloma humano está asociado además a otros tumores como el cáncer de vulva y el de cabeza y cuello, por ejemplo, en boca y garganta (estos últimos tienen relación con el sexo oral). También se asocia al tumor anal, con lo que si sumamos este al cáncer oral y faríngeo la conclusión es que nos debemos preocupar de que los hombres también puedan sufrir cáncer de pene asociado a este agente.

Por tanto, en vista de todo esto, parece lógica la necesidad de ampliar esta vacunación a los niños varones antes de su primera actividad sexual y cuanto antes.

Y es que, si lo pensamos en perspectiva, el uso de estas vacunas en décadas pasadas podría haber evitado la muerte por cáncer anal de la actriz Farrah Fawcett, una de los integrantes de Los ángeles de Charlie, y hubiera ahorrado al actor Michael Douglas el calvario médico que sufrió debido al cáncer de cuello, por poner dos ejemplos de personajes conocidos.

• Otro virus asociado al cáncer y cuya vacuna está todavía en desarrollo es el virus de Epstein-Barr. Este es un caso muy curioso, ya que la mayoría de los humanos están infectados por el virus (alrededor de un 90 %), pero pocos suelen presentar las enfermedades asociadas al mismo, la más común de las cuales sería la mononucleosis infecciosa, también llamada «enfermedad del beso» porque se transmite cuando las mucosas bucales (las de quien padece el virus y las de quien va a ser contagiado o contagiada) entran en contacto.

El problema es que, en determinadas personas, el virus de Epstein-Barr puede acabar originando tumores, específicamente linfomas (tumores de los ganglios linfáticos) y carcinomas nasofaríngeos (es decir, de la mucosa de la nariz y de la faringe). Estos tumores suelen producirse en individuos inmunodeprimidos (por ejemplo, en pacientes que han recibido el trasplante de un órgano) o asociados a ciertas áreas geográficas, como Oriente Medio y el África subsahariana, aunque las causas de todo esto, así como los mecanismos que transforman un virus más o menos inofensivo en uno dañino, siguen en estudio.

¿PODRÍAN CREARSE VACUNAS ESPECÍFICAS

PARA CADA INDIVIDUO?

Finalmente, quisiera añadir que la expresión «vacuna contra el cáncer» está empezando a emplearse en un contexto distinto al de los agentes infecciosos.

Se trataría, en estos novedosos supuestos, de elaborar vacunas no contra todo un tipo tumoral (el de cérvix o el de hígado, por ejemplo), sino vacunas específicas contra el tumor de ese paciente concreto sin importar el tipo de tejido. Estas han empezado a ser foco de investigación en varios tipos de cáncer, como el de pulmón, cerebro y riñón.

En la actualidad existen distintos modos de acercarse o enfocar estas vacunas personales anticáncer, pero lo más usual es partir del tumor ya diagnosticado para obtener de este compuestos celulares a los que, una vez extraídos, aumentamos su poder de desarrollar una respuesta inmune (mostrando, por ejemplo, más antígenos, que podríamos llamar las dianas de los anticuerpos). Tras este proceso volveríamos a inyectar al paciente estos compuestos celulares con el objetivo de que las defensas de este individuo, activadas por nuestra vacuna customizada, se lancen como locas contra el tumor.

Ciertamente parece una práctica esperanzadora, pero de momento estas técnicas se encuentran en un estadio preclínico.

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