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¿QUÉ ES EL CÁNCER?

El cáncer es una enfermedad que se origina porque nuestras células no obedecen a los signos de inhibición de su crecimiento, lo que provoca que, en su defecto, adquieran mecanismos que las hacen reproducirse de forma acelerada.

Dejadas las células a su libre albedrío, esta explosión incontrolada de la división celular invade estructuras vecinas y causa daño a otros órganos del cuerpo hasta terminar, lamentablemente, acabando con su huésped. Por eso hemos de tratar el cáncer, porque tristemente no se va a curar solo.

Hoy en día somos capaces de evitar la aparición de muchos tumores, y, por otro lado, los tratamientos de los diversos tipos de cáncer detectados son curativos en un 60 % de los casos, y cada año añadimos un 2 % más a la tasa de curaciones debido a la detección precoz y a que los tratamientos cada vez se vuelven más avanzados y específicos.

¿EXISTE ALGUNA CARACTERÍSTICA COMÚN DE LOS

TUMORES DE LOS DISTINTOS TEJIDOS?

Sí. Por poner un ejemplo cercano, así como en las páginas de pasatiempos de los periódicos y revistas existen esos dos dibujos prácticamente iguales y el juego consiste en encontrar «las seis diferencias», en el caso del cáncer el juego sería al revés y podría titularse: «encuentra las seis semejanzas», ya que la mayoría de los tumores humanos comparten seis características comunes que los definen:

1) PROLIFERACIÓN SIN ESTIMULACIÓN

Una célula sana necesita que se la estimule para crecer.

Imaginemos una puerta cerrada con una cerradura: para que abra, necesita una llave que se introduzca en la cerradura y gire, y solo entonces y de este modo se abrirá la puerta.

Pues bien, la célula tumoral es una puerta con cerradura que no necesita llave: se abre y ya está. Y «abrirse» significa empezar a dividirse para, a partir de una célula, formar dos, y de dos formar cuatro, y de cuatro, ocho, y de ocho, dieciséis... Así hasta crear auténticas masas que pueden llegar a pesar como una naranja.

Esta capacidad de la célula tumoral de proliferar en ausencia de señales de crecimiento se consigue de muchas formas. Un ejemplo: nuestras células tienen en su membrana (la capa que las recubre) un receptor que, cuando se le une un factor determinado (el llamado ligando), provoca que la célula empiece a dividirse. La célula tumoral altera el receptor mediante una mutación para que siempre esté dando «señal», como si el ligando estuviera siempre ahí, un poco como la sensación de sentir un miembro amputado cuando ya no existe, solo que este miembro crece, y crece, y crece...

2) DESOBEDIENCIA

Una célula normal es obediente, y cuando le llega una señal externa de que debe dejar de dividirse sigue las instrucciones. Existen muchos factores de diferenciación celular que contribuyen a mantener a nuestros tejidos en el camino correcto.

La célula tumoral los ignora: se pone las manos en los oídos, como aquella imagen de los monos que no oyen, ni ven ni hablan, y no escucha ni percibe las señales de inhibición celular. Se ha vuelto independiente respecto a las sustancias que deberían frenar su crecimiento.

Uno de los mecanismos que usan las células tumorales para conseguir este objetivo es «esconder» los receptores de la membrana celular que deberían mediar la respuesta inhibidora. Es decir, se ponen unos tapones en los oídos y continúan con su proliferación desenfrenada.

3) INMORTALIDAD

Pero pueden existir más células «malas», no porque se produzcan más, sino porque, simplemente, no se mueren.

Vayamos con otro ejemplo: imaginemos una sociedad donde la natalidad se mantiene o es baja pero nunca muere nadie, al final tendríamos el mismo problema que con las células: una catástrofe de superpoblación.

Los seres vivos se definen, en parte, porque mueren. Y la muerte está presente continuamente en nuestro cuerpo: de forma constante van muriendo células viejas o defectuosas en nuestro cuerpo para que puedan ocupar su sitio células jóvenes más eficaces y vitales. Entre los tejidos que más experimentan estos recambios figura nuestra piel, nuestro aparato digestivo y nuestra sangre. Esta muerte fisiológica y necesaria de nuestras células se llama muerte celular programada o apoptosis, y se trata de un mecanismo que está altamente regulado.

Pues bien, la célula tumoral se lo salta a la torera, no muere. Es capaz de desarrollar estrategias para evadir esta muerte fisiológica de las células. De hecho, buena parte de las células tumorales de una persona en las condiciones adecuadas de temperatura (37º C), oxígeno y alimentación se convierten en inmortales y siguen viviendo en el laboratorio incluso décadas después de la muerte del paciente. Ello nos permite estudiarlas en detalle, aunque sea una verdadera paradoja que mantengamos a este asesino vivo en nuestras salas de cultivo.

4) ETERNA JUVENTUD

Nuestras células se asemejan en muchos aspectos a un reloj de cuerda: sus agujas van girando cada segundo, cada minuto, cada hora, unas proteínas se producen y otras se degradan y nuestro material genético se duplica para dar una copia del genoma a cada célula hija. Pero un día el reloj se para, se le ha acabado la cuerda.

Nuestras células, aunque tienen cuerda para rato en comparación a las de otros seres vivos como la mosca o la mariposa, también acaban deteniéndose. En la actualidad estimamos que la «cuerda» de nuestras células dura como máximo ciento veinticinco años, puesto que no existe registro comprobado de nadie que en la historia de la humanidad haya sobrepasado dicho tiempo (el récord verificado actualmente está en ciento veintidós años y ciento sesenta y cuatro días por la francesa Jeanne Calment), lo que no está nada mal.

¿Por qué mueren nuestras células?

Debido a un motivo puramente físico que tiene relación con nuestros cromosomas, esto es, las macroestructuras que reflejan nuestro material genético: cada vez que una célula se divide se van acortando sus extremos (telómeros), de modo que la medida de estos puede darnos una idea de cuán envejecida está una persona.

Pues bien, las células tumorales también ignoran este «contador» molecular.

¿Y cómo lo hacen?

Las células cancerosas activan una proteína con una actividad específica («enzima») que impide que las puntas de los cromosomas se acorten. De esta manera, estas células se mantienen siempre jóvenes.

Como puede imaginarse, el estudio de las enzimas es un área de interés no solo en oncología, sino también en medicina estética.

5) DESORGANIZACIÓN

Igual que a la mayoría de los humanos nos gusta estar en grupos de tamaño medio, ni solos ni en grandes multitudes, lo mismo les ocurre a las células sanas: en un tejido del colon, del hígado, del páncreas..., las células que hacen una función común se «tocan» espalda contra espalda para hacer su trabajo. Y no solo se apoyan entre sí de esta manera, sino que también sus «manos» se entrelazan, todo muy romántico.

Esto sucede porque las células presentan en la capa que las contiene moléculas que se complementan con las de sus vecinas. De igual manera a los juegos de construcción de los niños, en los que una pieza hace de «puente» para juntar dos paredes, estos anclajes moleculares permiten a los órganos funcionar de forma correcta para trabajar coordinadamente.

En el caso del cáncer, esta armonía de «todos a una» se rompe y las células tumorales cortan o dejan de producir estas ligaduras intercelulares, de manera que las células cancerosas empiezan a invadir localmente zonas vecinas para acabar, finalmente, dando un salto —como si de un trampolín se tratara— al torrente sanguíneo o linfático. Es entonces cuando se originan esas colonias tumorales a distancia del sitio que las vio nacer que llamamos metástasis. Y esto es, como ya sabemos, especialmente peligroso.

6) PARASITISMO

Las células sanas tienen unas necesidades de alimento, energía y eliminación de detritus que impiden actitudes excesivamente expansivas y «booms» de reproducción: una célula precisa para crecer de un vaso sanguíneo cerca desde donde le lleguen los nutrientes y, si no lo encuentra, la célula muere.

De igual forma, una célula necesita un «lavabo» cerca. Una fuente donde eliminar todos sus productos tóxicos sería como echarlos a la linfa y a los misteriosos conductos linfáticos, pero es que además el tejido fisiológico tiene unos requerimientos dietéticos bastante finos y necesita un aporte equilibrado de nutrientes para hacer su función normal.

La célula tumoral, en cambio, se lo monta ella sola: se construye su cocina y su lavabo y come lo que le echen.

Las células cancerosas son, en ese sentido, capaces de atraer hacia ellas, como un imán, vasos sanguíneos especiales para que las alimenten (neoangiogénesis) como si fueran vampiros, y de la misma manera captan tuberías linfáticas especiales (vasos neolinfáticos) para eliminar sustancias que pudieran frenar su crecimiento. Asimismo, pueden cambiar su metabolismo y modificar su menú para pasar de obtener energía de una forma reposada (ciclo de Krebs) al fast food (glicólisis anaerobia), porque las células tumorales necesitan energía rápida aunque sea de mala calidad, ya que no dejan de crecer. Son, en definitiva, inmortales, tienen su cronómetro parado y parasitan tierras extrañas.

CONCLUSIÓN

Estas seis propiedades definen a las células tumorales con todas sus lógicas excepciones y peculiaridades, y así como el cáncer se aprovecha de ellas para intentar robarnos la vida, también constituyen las bases que permiten al tumor su supervivencia. Depende de ellas. Por tanto, las distintas terapias para frenar el cáncer irán encaminadas a atacar y reparar los cambios y comportamientos descritos. Sus fortalezas serán también sus debilidades.

Hablemos de cáncer

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