Читать книгу El libro de Lucía II Bajada - María Lucía Cassain - Страница 14

Оглавление

La estatuilla

Corría 2012, un día cualquiera, estábamos llegando con Jorge de Espada, mi custodia de la Policía Federal, al Tribunal Oral en lo Criminal Federal nro. 4 de San Martín cuando, a un costado del portón metálico de acceso a él, aclaro, el único existente para peatones y vehículos, vemos una pequeña estatuilla, del tamaño de aquellos enanos de jardín que desde chica me producían fea impresión.

No obstante, no pensé nada malo en ese momento, no nos detuvimos a observarla, su presencia la habíamos advertido muy fugazmente, en el instante en el que, doblando el volante hacia la derecha ingresábamos con el auto al garaje para dejarlo estacionado allí.

Luego de descender y ya dentro del edificio, como de costumbre después de algunos saludos formales y de otros más cariñosos a “mis chicas”, me dirigí a mi despacho y como siempre me sumergí en el trabajo, olvidándome de aquella visión. Al rato Jorge de Espada entró en la oficina para informarme que la estatuilla que habíamos visto al llegar era la del famoso “san la muerte”.

Por supuesto que esto no me agradó, en esos momentos estábamos haciendo varios juicios, con muchos procesados –detenidos la mayoría de ellos– y por hechos muy graves.

Uno de esos juicios resultaba el relacionado con la efedrina, su ilegal exportación a México vía aérea, camuflada como un producto dietario, el que era seguido a personas de esa nacionalidad que en nuestro país habían montado un laboratorio de producción de metanfetamina y a otras personas más, hechos que durante la investigación del caso habían sido relacionados con el cartel de Sinaloa, recordando que cuando leí por primera vez la causa apareció en ella la foto del Chapo Guzmán. En ese momento reconozco que no sabía quién era y mi falta de información en esa oportunidad, como en tantas otras pienso hoy, me ayudó a trabajar diría con cierta tranquilidad y audacia sin tener en cuenta el grave riesgo que podía estar corriendo.

El otro debate oral que se estaba sustanciando en ese momento se vinculaba con una banda de delincuentes que habían cometido varios secuestros extorsivos y este llamado “san la muerte” es de conocimiento público que es el que invocan los “delincuentes” para agradecer sus proezas y también para hacer daño a los demás, cuando las cosas no les salían bien.

Ello podría decirse que estaba sucediendo en ambos casos, ya que las pruebas que se iban produciendo en ambos debates no eran alentadoras para ninguno de los detenidos implicados en esos juicios.

En fin, ante la desagradable noticia, de que habían colocado la estatuilla de “san la muerte” en el ingreso al tribunal, lo que vaticinaba sin dudas que alguien estaría direccionando alguna maldad hacia los que lo integrábamos, lo primero que se me ocurrió fue decirle a Jorge que sacaran la estatuilla de allí y la arrojaran a la basura, pero para mi sorpresa me contestó que ninguno de los hombres se atrevía a ello.

¡Me estaba diciendo que no se animaban ni los policías ni los prefectos ni los agentes penitenciarios a desalojar a aquel personaje siniestro!

No podía salir de mi asombro por un lado y por otro sentí una gran comprensión. Rápidamente consideré que aquello no pasaba por un tema vinculado a la autoridad ni a la desobediencia, tampoco a una cuestión de género sino que, simplemente, la idea de tocar esa estatuilla era algo así como ponerse en contacto directo con algo contaminado hasta la muerte.

Nadie quería correr ningún riesgo, pero lo cierto fue que no podíamos dejarla ahí. Era en mi opinión, como una exhibición obscena para el pudor del tribunal y su permanencia en ese lugar un triunfo para quien la plantó allí. Entonces, fueron barajadas distintas hipótesis para resolver la cuestión y finalmente quienes se animaron al desalojo fueron los hombres del camión municipal que recogía la basura.

Así, su chofer, convocado para tan extravagante misión, luego de efectuar un reconocimiento del suelo y la ubicación del visitante se subió al camión y desde el volante contando con la ayuda de un compañero, hizo unas maniobras tan certeras que, con aquel escalón en el que normalmente va parado el recolector logró descuartizar la estatuilla, quedando sus pedazos diseminados en la vereda.

Ya con aquel procedimiento heroico del descuartizamiento de la estatuilla, simultáneamente, se desarticularon en nuestras mentes los maleficios, y los restos de aquel “san la muerte” fueron cargados entre otra basura y trasladados hacia un vertedero, lejos de la sede del Tribunal y nosotros pudimos seguir haciendo nuestro trabajo en paz.

Vaya este relato en homenaje a los recolectores de basura de la Municipalidad de San Martín.

Fotos de 2020 del camión de la basura y de mi fiel custodia y amigo, Jorge de Espada, cuidándose del covid–19.

El libro de Lucía II Bajada

Подняться наверх