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El insomnio

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El insomnio es el tiempo del pensar.

En mi concepto y desde una perspectiva no científica, por cierto, se me ocurre pensar en esta etapa de la vida que hay distintos tipos o clases de insomnio.

Aquellos que son anteriores al dormir como acto en sí mismo, momento en el que perdemos la conciencia –la noción de presencia y de realidad–, y aquellos otros insomnios, los que voy a señalar como estados posteriores, que se producen al despertar, cuando volvemos a tomar contacto con el mundo o mejor dicho con la vida, desde lo físico y lo mental.

Durante el primero, los pensamientos están como desordenados, nos sentimos como agitados, nos es difícil la relajación y la entrega al sueño porque parece que nuestra cabeza aún tiene trabajos que realizar, diría que cosas para elaborar y es posible que, si no logramos con cierta rapidez alcanzar la comprensión acabada de aquellas cosas que nos están pasando, empecemos como a ascender involuntariamente por un espiral, a una etapa del pensar y del sentir en la que se combinan primero la ansiedad, después los “feos” pensamientos y luego posiblemente la angustia y en estos casos, que para muchos resultan tiempos horribles, algunos terminan por refugiarse en el rezar, como un método eficaz para lograr aplacar el alma.

A este fenómeno se lo suele llamar “trastorno del sueño” y en realidad para mí debería catalogarse como “trastorno del alma”.

A contrario, cuando esa transición se produce directamente desde los sueños, en el despertar, a veces afloran recuerdos de personas y situaciones especiales y nos encontramos ahí, como suspendidos, buscando respuestas a cosas de nuestro pasado y nuestro presente.

Diría que allí suelen aparecer las “cuentas pendientes” que todos tenemos, las frustraciones y la miserabilidad de algunas conductas propias y de terceros. Aparecen la rabia contenida y también, por qué no decirlo, “las culpas”, por no haber hecho a tiempo alguna cosa o acaso haber dejado pasar los hechos tal vez sin actuar, es decir, simplemente asoman en esos momentos las facturas, que hemos ido acumulado en nuestro camino sin cobrar o sin pagar.

Estos son esos despertares tenebrosos, por decirlo de alguna manera, que nos impiden ponernos “a pie de cama” con excelente actitud porque por cierto muchos de nosotros tenemos ese dejo masoquista oculto, en el que nos enlodamos cuando no debemos salir apurados a cumplir obligaciones laborales o de otro tipo y entonces… remoloneamos en la cama por demás, cayendo en esos momentos aún –sin quererlo– en una trampa, casi mortal.

Hoy, en tiempos de cuarentena, estos trastornos del cuerpo y del alma se agudizan, porque el enemigo invisible nos acecha y el poder público nos asusta aún más, sea que esto ocurra en España o en la Argentina, como me ha ocurrido, allí, acá o en cualquier lugar.

Y así, entre cabildeos y fantasías en estos días la mayoría de nosotros atravesamos esos momentos de riesgo y de miedo a la muerte que acompañan nuestra edad.

Esta idea acerca de que los insomnios son un tiempo del pensar comenzó a gestarse en Buenos Aires, viajó junto a mí a Santa Ponsa, en Mallorca, y me ha acompañado hasta Buenos Aires, en ese viaje de “repatriación” durante la cuarentena, que jamás habría de imaginar.

El libro de Lucía II Bajada

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