Читать книгу Una madre es un piano triste - María Malusardi - Страница 27

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La espera. No es un don ni una caricia. Es el martirio sacralizado y venéreo.

La espera de mi madre se acalambra. Yo no quiero nacer. Lo sé. Puedo constatarlo. Sin embargo, aquí estoy. Con el deseo de no nacer. Y regreso entonces al lugar imposible. Un viaje sepulcral y retórico. Y de tan imposible, exótico y macerado. Aún no sé qué son los colores pero estallan. Y en cada detalle de lo roto, o de lo irregular de la asfixia, descubro la impaciencia rupestre de no haber querido, nunca jamás, llegar a este mundo. El hallazgo me excita y me envejece. Entonces trago aire viciado por primera vez. Y mi madre me da a luz.

«Yo no quería parirlo. Me gustaba sentirlo moviéndose, un contorsionista infinito. Soñaba que en mí se gestaba un navegante, un vadeador de abismos. Solía sentarme a contemplar el jardín y él comprendía ese momento de paz, se quedaba quieto para convertirse apenas en una vibración, en un presentimiento. Llegué a creer que sería así para siempre. ¿Es por eso que no entiendo lo sucedido? El ajetreo grosero del hospital, el parto, las visitas, las flores.

«El hueco en que me convertí».

(La memoria donde ardía de Socorro Venegas)

Me voy sin haber llegado. El campo de batalla luce estéril. Un acto de retaguardia.

«La espera es una interpretación de la ausencia del hijo, aún custodiado en el útero, a la luz del deseo. Se trata de una auténtica vigilia».

(Las manos de la madre de Massimo Recalcati)

Vigilia de mi maternidad no. La eternidad de los abrojos en el aura.

Una madre es un piano triste

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