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La abundante y animada cena estuvo rebosante de mariscos frescos, delicias locales y una exquisita selección de quesos y vinos. Arturo conoció un poco más a los demás desgraciados que correrían su misma suerte y estudió de cerca a sus posibles asesinos. Cuando terminó de comer, se excusó para salir al balcón a la fría noche a fumar. Encendió el cigarrillo que alguien le había regalado y dejó que se consumiera entre sus dedos. Sintió raro el gesto porque, en realidad, él no fumaba.

El clima sureño tenía fama de impredecible, hacía mucho frío ahí afuera, pero sintió verdadera gratitud al ver que el cielo estaba despejado; frente a él se extendía un espectacular manto de estrellas. En Santiago era imposible ver algo así por la contaminación atmosférica y lumínica, pero bastaba con salir al campo para contemplar aquel espectáculo.

Es fácil si sabes dónde mirar, recordó las palabras que alguien le había dicho poco antes de partir. Solo necesitaba encontrar esas dos constelaciones y la luna, esas serían sus guías. La gente está tan idiotizada por la tecnología y con cada porquería que se les ofrece, que si no tienen internet son como pollos sin cabeza, no saben qué hacer, había sentenciado la misma persona.

Escrutó el cielo y localizó con facilidad la cruz y el cazador, y solo entonces cayó en cuenta de la coincidencia o amarga ironía de que la organización de Padua se llamara ORIÓN. Porque por culpa de aquella podría acabar muerto, pero la constelación del mismo nombre le podía indicar el camino para salir vivo de allí. La luna estaba empezando a asomar por el horizonte.

Por allá debe estar el ventisquero y por allá el nevado, repasó mentalmente. Trató de recordar las características de la región, pero estaba seguro que el campo de juego en sí sería mucho más acotado, y esperaba que llegase pronto el momento en que les diesen más pistas al respecto. ¿La cacería sería en la reserva nacional que tenía enfrente o en el bosque lluvioso detrás del lodge?, ¿de noche o de día?, ¿cuál sería la mecánica de la misma? Un torrente de preguntas similares le inundaba la cabeza, pero sabía que tendría que ser paciente y actuar con cautela. Imaginó que si deseaban que la cacería fuera todo un éxito, se asegurarían que las presas conocieran bien el mecanismo del evento, y él lo aprovecharía. No tenía una idea clara de cómo lo haría, pero lo sabría cuando llegara el momento.

Pensó en su familia, ¿qué estarían haciendo? Pronto serían las diez de la noche, Valentina y Agustín ya deberían de estar acostados, Lorenzo estaría viendo una película o algo por el estilo, y Claudia… ah, Claudia. Lo embargó una gran tristeza y un afán de salir a correr hacia cualquier parte. Era la primera vez en más de una década que dormiría lejos de ellos y el sentimiento le atenazó el corazón. Y de pronto la pregunta que tanto había tratado de reprimir se le apareció en primer plano en su mente: ¿los volvería a ver?

La voz de alguien le llamó la atención. Miró sobre el hombro izquierdo y vio a través del cristal de la ventana a un hombre que empezaba a probar el micrófono y solicitaba la atención de los presentes. Aplastó la colilla con el zapato y entró.

No fue Padua el que dio el discurso esa noche, sino otro miembro de la organización. Sus palabras estaban cargadas de imágenes motivadoras y animadas.

–Damas y caballeros. En nombre de ORIÓN, el club de juegos de cacería más exclusivo del mundo, les doy la más cordial bienvenida en esta espléndida y maravillosa noche.

Este hombre sí que hablaba con acento chileno. Su discurso fue en español, pero Arturo vio que al lado de cada anfitrión había alguien que les hacía de intérprete.

–A muchos les cuesta entender nuestras motivaciones, pero eso se debe a la simpleza y elegancia de las mismas, y esto los empuja a tildarnos de lunáticos que promueven el asesinato y la crueldad. Nada más lejos de la realidad. O lo harían si supiesen de nuestra existencia –bromeó, y los anfitriones y demás miembros del equipo rieron–. ORIÓN nació porque había una necesidad –continuó–. Una necesidad que nadie se había animado a satisfacer hasta ese momento. Esa necesidad era la de reivindicar y rescatar las grandes y nobles prácticas deportivas de antaño, olvidadas, en algunos casos, o directamente desterradas y prohibidas en otros. En pocas palabras, estas prácticas se pueden definir como el enfrentamiento del hombre contra el hombre por medio del noble deporte de la cacería; la criatura suprema de la naturaleza en contra de uno que es su igual y semejante. ¿Acaso pensamos que los antiguos romanos estaban locos por disfrutar y promover el espectáculo de los poderosos gladiadores que dejaban sus vidas en la arena del circo? ¿Acaso algo que nos empuja hasta nuestros límites, para sacar lo mejor de nosotros en el momento cumbre que significa enfrentar nuestra propia muerte, puede considerarse locura? ¡En absoluto! En el hombre están presentes dos poderosas fuerzas en constante batalla, una pulsión de vida y otra de muerte. Pero vivimos en una sociedad débil y errática, que piensa que tan solo anestesiando esa pulsión de muerte se puede desarrollar todo nuestro potencial, y tendremos vidas más plenas y seremos seres socialmente útiles. ¡Mentiras! ¿Acaso un obstáculo frente a un río que tapona su curso natural puede traer equilibrio al entorno? El río tarde o temprano se desborda y la destrucción que deja a su paso es peor. Las fuerzas de la naturaleza no pueden ser sometidas, y la pulsión de muerte es una fuerza natural importante. Y cuando dejamos que fluya en la manera en la que fue concebida, el equilibrio se restaura en nuestro ser, y nos convertimos en los seres refinados y útiles que debemos.

’En lugar de eso, intentan vendernos entretenimiento barato y vulgar, deportes insípidos como el boxeo, las artes marciales, lucha libre, etcétera, limitados todos por reglas arbitrarias y absurdas que terminan impidiendo la canalización de nuestro verdadero poder. Aquí nadie es un animal, somos caballeros que hemos hecho un contrato entre nosotros, un pacto. Somos los gladiadores de esta época y les rendiremos homenaje a nuestros legendarios ancestros. Y como tales, cuando regresen esta noche a sus cuartos, les estará esperando una agradable sorpresa a cada uno de ustedes, para relajarse y disfrutar antes del gran día –al decir esto guiñó un ojo y sonrió, luego levantó la copa que tenía en la mano y agregó:

’¡Que continúe la fiesta hasta el amanecer para los guerreros! –y la mayoría, sino todos, para sorpresa y perplejidad de Arturo, aplaudió al hombre y festejó el discurso. Quedó sin palabras.

Orión

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