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–Señor Contreras, tengo un negocio que proponerle.

El hombre sentado frente a él era idéntico a como lo había imaginado por la voz, lo cual le sorprendió al propio Arturo, porque eso casi nunca sucedía. El tipo tenía acento de España.

Le calculó unos cuarenta años. Alto, delgado, la cara bien afeitada, con anteojos y vestido de traje, como él mismo. Cualquiera de los clientes de la cafetería que tenían alrededor pensaría que eran dos hombres de negocios. Le causó gracia la idea.

–¿Dónde me dijo que trabaja? –preguntó Arturo, cauteloso.

–Usted dejó varias carpetas en empresas consultoras que trabajan para nosotros –dijo el hombre, sin responder a la pregunta–, y una de ellas nos proporcionó sus datos. Mi nombre es Antonio Padua.

¿Como el santo?, se preguntó Arturo. No, ese es Antonio de Padua.

–Trabajo en una organización privada que ofrece entretenimientos exclusivos de alta gama. Se llama ORIÓN.

El hombre le extendió una tarjeta de color negro y plata, y Arturo vio los dedos largos, finos, las uñas bien cuidadas y la piel flexible y de aspecto suave. Este no ha tocado una herramienta en su vida, pensó. En la tarjeta que le acababa de entregar se leía solo el nombre y el logo de la empresa: un arquero con las estrellas de la constelación del mismo nombre bordeándolo y las letras en relieve a modo leyenda en la parte inferior. Era todo, sin dirección ni número de teléfono.

Arturo la examinó y buscó en su mente. Nunca había escuchado de una empresa llamada así y se preguntó si acaso era española, aunque se saltó ese detalle.

–¿Y necesitan un guardia de seguridad? –preguntó, yendo directamente a lo que le interesaba. A esas alturas ya no le importaba nada, siempre le había costado tener tacto y ser quisquilloso no era un lujo que podía darse. Necesitaba trabajar a toda costa, en lo que fuera. Siempre que fuera legal.

El hombre sonrió, se acomodó los anteojos sobre el puente de la nariz antes de responder:

–No exactamente. Nuestros servicios son muy exclusivos, no cualquiera es capaz de contratarnos y no contratamos a cualquiera. Nuestros precios son muy elevados porque lo que ofrecemos no lo ofrece nadie más en el mundo. Queremos proponerle un trato que lo sacará de todos sus apuros económicos y le dará tranquilidad a su familia.

Se encendieron las primeras alarmas. ¿Qué sabía aquel hombre sobre su situación financiera? Su instinto lo alertó y le hizo adoptar una postura desafiante.

–Dígame ahora mismo qué es lo que sabe usted de mis asuntos, y más vale que sea verdad –dijo Arturo, con una mirada severa, y apretando los puños sobre la mesa. Antonio Padua no se inquietó; daba la impresión de que estaba familiarizado con ese tipo de reacciones, y hasta parecía haber estado esperándolo.

–Usted está a punto de quedar sin trabajo –empezó a decir con total calma, entrelazando los dedos sobre la mesa y clavando sus oscuros ojos en los de Arturo–. Su esposa Claudia tiene cáncer y vuestros ahorros ya se han acabado. Estáis atrasados con los pagos de todos los servicios básicos y si no pagáis este mes, el dueño del departamento tiene pensado rescindir el contrato de arriendo, aunque aún no os lo haya notificado. Vuestros hijos tuvieron muchos problemas en la escuela el año pasado por todo esto. Su hijo mayor, Lorenzo, fue suspendido varias veces por pelearse con sus compañeros. Valentina se la pasa encerrada en su cuarto y en la escuela no participaba nunca en clase, viviendo en su propio mundo. Y el pequeño Agustín ha vuelto a mojar la cama desde que le diagnosticaron la enfermedad a su mujer. Usted ha empezado a beber más de lo habitual tratando de calmar los sentimientos de ansiedad e impotencia –acaba de salir de un bar hace menos de una hora–. Incluso sus padres se han ofrecido para ayudaros con el dinero de su pensión, pero usted no lo ha aceptado. También estuvo en el ejército, pero lo dieron de baja por dejar inconscientes a unos reclutas en unos ejercicios disciplinarios brutales. Y puedo seguir –terminó el hombre, sin expresión definible en el rostro–, pero creo que ha entendido la idea.

Arturo quedó mudo. ¡¿Cómo sabe todo eso?!

–Lo sabemos todo de usted –confirmó el hombre–, tanto su pasado como su presente, por eso le estamos ofreciendo esto. No contactamos con nadie que no tenga algo importante que darle a nuestra organización. Y usted tiene mucho que ofrecer, por eso ha despertado nuestro interés.

–Pero, ¿de qué trata todo esto? –preguntó, desesperado de pronto por tanto misterio.

Padua corrió a un costado las tazas de ambos, el azucarero y las cucharas; abrió el maletín que tenía al lado, sacó una carpeta y la puso sobre la mesa. Miró a la cara a Arturo y dijo sin pestañear:

–Le ofrecemos cien millones de pesos. Si acepta, recibirá la mitad ahora mismo y el resto después del trabajo.

–No me joda… –exclamó Arturo, con los ojos desorbitados. Lo estaba embromando. Ahora sí que se sentía furioso. ¿Quién se creía aquel pelele para jugar con las esperanzas de alguien al borde de la miseria? Pero el hombre movió las manos para tranquilizarlo; abrió la carpeta y sacó los papeles que contenía. Los puso frente a él.

–Este es un documento legal que establece los puntos del trato que le ofrecemos. Ahí lo dice claramente –señaló con un dedo–: “cincuenta por ciento se le asigna al firmante del contrato de manera inmediata y el restante cincuenta por ciento al finalizar el trabajo”.

Arturo miró las palabras sin verlas realmente. Eran por lo menos cuatro páginas enteras, escritas por ambos lados. No podía creer lo que estaba escuchando. ¿Estaría soñando y no se había dado cuenta? Esa plata alcanzaría para tratar a su esposa las veces que hiciera falta hasta curarla, ¡y aún después les sobraría un montón! Sintió que las manos le temblaban y el corazón le golpeaba contra el pecho.

Miró al hombre que permanecía en completa calma y le daba por primera vez un sorbo al té helado, y formuló la pregunta:

–¿Es esto en serio?

–Totalmente.

–Y si firmo, ¿qué tengo que hacer después?

El español dejó a un lado su té y respondió:

–Simple. Ser cazado.

Orión

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