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La filosofía detrás de la Constelación y Psicoconstelación

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Todos los seres humanos enfrentamos desafíos existenciales diversos, enfermedades, pérdidas.

Estos desafíos responden a leyes invisibles que escapan a lo que podemos comprender desde la manera de pensar habitual.

En este plano profundo, no existe la buena o mala suerte. Eso es solo una interpretación.

La verdadera razón permanece inaccesible.

Muchas veces en el intento de llegar a desentrañar el misterio, perdemos de vista el aprendizaje que en el mismo debemos descubrir.

Los desafíos son la clave para evolucionar.

Nuestra disposición a transmutarlo permite transformarlo en desarrollo espiritual o psicológico.

Gracias a nuestra sabiduría que nos permite dar el gran salto podemos elegir caminos de sanación para nuestra evolución.

Eso implica valentía, audacia, perseverancia y actitud.

De cada uno de nosotros depende explorar en nuestro interior si estamos dispuestos.

M. D.

Ya visto el núcleo, diré que el círculo exterior es el marco filosófico en el cual está inscripta la Constelación Familiar.

Este marco posee como eje rector la propia filosofía del Tao.

En el Tao Te Ching podemos leer:

Hay algo sin forma y perfecto

que existía antes que el universo naciera.

Es sereno. Vacío.

Solitario. Inmutable.

Infinito. Eternamente presente.

Es la madre del universo.

A falta de un nombre mejor

lo llamo Tao.

Fluye a través de todo,

Dentro y fuera de todo

y al origen de todo retorna.4

La filosofía, entonces, de la Constelación es que el principio del cambio y de la sanación es la comprensión cabal y aceptación de que no somos seres aislados sino que todos estamos conectados y que parte de lo que somos y vivimos surge como resultado de ser parte de ese GRAN TODO.

Podemos hablar así, de vínculos causales que configuran a cada ser, y, por tanto, una parte nuestra es auténtica y libre y la otra es resultado de lazos invisibles que nos mantienen relacionados con los otros.

Para comprender esta nueva realidad Lao-Tsé refería estas palabras:

Cierra tus ojos y verás claramente.

Cesa de escuchar y oirás la verdad.

Permanece en silencio y tu corazón cantará.

No anheles contacto y encontrarás la unión.

Permanece quieto y te mecerá la marea del Universo.

Relájate y no necesitarás ninguna fuerza.

Sé paciente y alcanzarás todas las cosas.

Sé humilde y permanecerás entero.

Esta es, justamente, la referencia al orden sabio que nos trasciende y donde encuentra su sentido mucho de lo que tenemos que transitar en la vida.

Este Todo también se halla conformado por una red álmica que determina los hechos con un propósito que en la mayoría de los casos no llegamos a comprender.

Desde esta mirada, todo cuanto sucede responde a un propósito, puesto que nuestra alma elije invitarnos a superar con sabiduría ciertas circunstancias, sin embargo, no se trata de un determinismo ya que el libre albedrío queda garantizado en todo aquello que es posible realizar para superar los desafíos.

Desde este lugar, las enfermedades personales o familiares, las discapacidades, las exclusiones del sistema o las relaciones marcadas por hechos traumáticos son compromisos emocionales fuertes que indican que el alma está comunicándose, está trabajando para resolver conflictos.

Es desde el equilibrio de los opuestos, desde la filosofía del Ying y el Yang, desde donde todos los hechos significativos de la historia encuentran un sentido profundo.

Así, por ejemplo, un perpetrador y una víctima se encuentran y, a través de este contacto, garantizan el contrato que los une. Los términos bien y mal, justo e injusto aquí no funcionan. De modo que, el fin último es lograr la reconciliación en el amor que proponen las Constelaciones Familiares, esto es, que el perpetrador y la víctima acuerden en paz.

El odio nos encadena con el perpetrador. La víctima queda libre del perpetrador cuando se retira. Al retirarse remite al perpetrador a su propia alma y a su propio destino. Esa es una forma de respeto. De esa manera la víctima queda libre. Retirarse del perpetrador y su acción hacia el centro vacío −así lo llamo yo− da fuerza y, de ser una víctima, la persona pasa a ser alguien en condiciones de actuar. Sin embargo, aquellos que persiguen y se indignan, los moralistas y los inocentes, en el alma son malhechores. Sus violentas fantasías a menudo son peores que la acción del perpetrador.5

Si esto no se logra, se vuelve a poner en marcha la rueda de violencia que determina que la víctima pase a encarnar la energía perpetradora sufrida.

Detrás de las acusaciones públicas en contra de los perpetradores y la advertencia de recordar esos crímenes para que algo así no vuelva a ocurrir actúa la idea de que esos acontecimientos fueron manejados por personas y que sean personas las que puedan llegar a evitarlos o arreglarlos. (…) Los acusadores impiden dar a las víctimas lo único adecuado, o sea hacer el duelo. El duelo en conjunto une. Ya no hay soberbia. Ese duelo es el que sana.6

Constelaciones familiares

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