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HABLEMOS DEL ALMA

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“Es difícil definir con precisión qué es el alma. En todo caso, la definición supone un quehacer intelectual, y el alma prefiere imaginar. Intuitivamente sabemos que el alma tiene que ver con la autenticidad y la profundidad (…)”, dice Thomas Moore en su libro El cuidado del alma, y qué cierto es, pues es imposible intelectualizar algo tan imperecedero, infinito, inabarcable, inclasificable e inefable como el alma. También surge la consternación y desorientación cuando se trata de establecer una explicación para el término espíritu.

Traigo a colación este tema porque en las Psicoconstelaciones trabajamos con estos dos materiales, por llamarlos de alguna forma, y parte de la gente que asiste a los talleres pretende ingenuamente definirlos, enmarcarlos, que les digan “es esto”.

Sin embargo, desde la antigüedad, son innumerables los intentos para dar cuenta de estas experiencias sutiles, intangibles y aún hoy siguen las discusiones.

Sigue Thomas Moore: “El gran mal del siglo XX, que forma parte de todas nuestras angustias y nos afecta a todos individual y socialmente, es la ‘pérdida de alma’. Cuando se la descuida, el alma no se va precisamente, sino que se manifiesta en forma de obsesiones, adicciones, violencia y pérdida de sentido”.

Esta idea supone que al no poder definirla con exactitud el hombre se aparta de ella, se planta en una pose de descreimiento, de negación y al no reconocer su lado divino, espiritual, enferma.

Lo que nadie se detiene a pensar es que la mayoría de las cosas que nos rodean son desconocidas. Nuestros sentidos y la razón no son tan fieles a la realidad como suponemos. Tampoco podemos decir qué es la realidad, porque dependiendo de la cultura, la persona o el momento histórico esta variará.

¿Qué queda entonces? Confiar, además de en todo el arsenal que poseemos como forma de acercamiento a lo que solemos llamar verdad, en la intuición, en ese extraño sentido, en ese tipo de conocimiento que nos acerca a esa interioridad que excede los límites de nuestro cuerpo, y digo que lo excede porque no es un objeto con una masa específica, no es un sólido, es un algo etéreo-eterno, un principio de vida, una energía que nos une, que nos conecta, que nos acciona.

Recordemos que en las Psicoconstelaciones, el alma es el principio fundamental con el que se trabajará, pues en terapia lo que se produce o debe producir es la comunicación álmica, ni más ni menos.

Es necesario, entonces, despejar la visión y la mente, darle paso a las sensaciones e intuiciones internas y abrirse a esta nueva realidad, que es la del alma, la de la unión, la del lazo espiritual que amalgama y conecta todo.

El chamán y constelador Dann Van Kampenhout en su libro Las lágrimas de los Ancestros7, nos cuenta, por ejemplo, que cada cultura, religión y tradición espiritual se refiere a ese algo de distintas formas: “En todo el mundo existen personas que reconocen, de por sí, que experimentan algo que está como separado e independiente de sus cuerpos físicos, y a este aspecto de su ser lo denominan el alma o le dan otro nombre pero con una connotación similar. La mayoría de las tradiciones espirituales concuerda en que cada uno de nosotros tiene un alma individual considerada como un destello de Luz Divina que tiene cierta clase de consciencia independiente. Esta alma individual es algo privado, algo que está conectado a nuestra esencia más personal”.

Hay una mirada que sabe discernir lo que está bien de lo que está mal y lo que está mal de lo que está bien.

Hay una mirada que ve cuando la obediencia significa falta de respeto y la desobediencia representa respeto.

Hay una mirada que reconoce como cortos los caminos largos y como largos los caminos cortos.

Hay una mirada que desnuda, que no titubea al afirmar que existen fidelidades perversas y traiciones de gran lealtad.

Esa es la mirada del alma.8

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