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SU NACIMIENTO ESPECIAL
“Estos son los descendientes de Isaac hijo de Abraham:
Abraham engendró a Isaac, y era Isaac de cuarenta años
cuando tomó por mujer a Rebeca”
Gn. 25:19
La Biblia está llena de nacimientos especiales: los de Isaac, Jacob, Sansón, Samuel, Juan el Bautista y, por supuesto, el Señor Jesús. Notemos que tanto Isaac como Jacob nacieron por una intervención directa de Dios. La sagrada línea que iba a dar nacimiento al Mesías se habría truncado desde sus inicios con el mismo Abraham si Dios no hubiese concedido hijos de manera sobrenatural tanto a él como a Isaac.
Isaac y Rebeca llevaban veinte años casados y no tenían descendencia: “Y oró Isaac por su mujer, que era estéril; y lo aceptó Jehová, y concibió Rebeca su mujer. Y los hijos luchaban dentro de ella” (Gn. 25:21-22). Dio a luz gemelos: Esaú y Jacob. Estos niños nacieron por un acto soberano de Dios acompañado de una profecía: “Dos naciones hay en tu seno, y los pueblos serán divididos desde tus entrañas; un pueblo será más fuerte que el otro y el mayor servirá al menor” (v. 23). Las dos naciones que resultaron de esta oración fueron los judíos y los edomitas. Desde tiempos de los Reyes, la relación entre Israel y Edom fue de hostilidad continua. Los profetas pronunciaron palabras duras contra Edom por su participación y regocijo en la destrucción de Jerusalén por parte de los babilonios (ver Is. 34:5-15; Jer. 49:7-22; Lm. 4:21-22).
Los dos hermanos eran muy diferentes. Cada uno vino con su temperamento y sus gustos propios. “Y crecieron los niños, y Esaú fue diestro en la caza, hombre del campo; pero Jacob era varón quieto, que habitaba en tiendas” (v. 27). Eran muy dispares, y cada uno fue el favorito de uno de sus padres. Isaac tuvo preferencia por Esaú y Rebeca prefirió a Jacob. Con los favoritismos entran los celos, la rivalidad, el engaño, la mentira, el odio y el deseo de matar: “¿De dónde vienen las guerras y los pleitos ente vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros? Codiciáis, y no tenéis; matáis y ardéis de envidia, y no podéis alcanzar. Combatís y lucháis, pero no tenéis lo que deseáis, porque no pedís” (Santiago 4:1-2).
El primer incidente narrado en la vida de Jacob fue cuando éste aprovechó con astucia la mundanalidad y el materialismo de su hermano para quitarle la primogenitura. En este incidente vemos cómo era cada uno: Jacob listo y egoísta, y Esaú carnal. Éste valoraba más la satisfacción inmediata de sus apetitos físicos que la herencia a largo plazo. Es como la persona de este mundo que elige el placer de la carne ahora a expensas de su herencia eterna. La espiritualidad siempre tiene la vista puesta en el más allá, mientas que la persona de este mundo prefiere la satisfacción de sus deseos aquí y ahora. “Entonces Jacob dio a Esaú pan y del guisado de las lentejas; y él comió y bebió, y se levantó y se fue. Así menospreció Esaú la primogenitura” (v. 34). Enormemente triste. El pecado no consiste en comer un plato de lentejas, sino en no valorar la vida eterna. Las lentejas eran visibles, sabrosas y apetecibles, mientras que la primogenitura era invisible, intangible y lejana. Vivir por lo visible es no vivir por fe. Del creyente se dice: “Se sostuvo como viendo al Invisible” (He. 11:27). Así, Esaú llega a ser el prototipo del hijo de este mundo; mientras que Jacob, aunque lejos de ser perfecto, lo es del creyente.