Читать книгу Tocado y transformado - Margarita Burt - Страница 21
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JACOB HUYE DE LABÁN
“Y me dijo el ángel de Dios en sueños: Jacob. Y yo dije: Heme aquí. Y él dijo:… Yo he visto todo lo que Labán te ha hecho.
Yo soy el Dios de Betel, donde tú ungiste la piedra, y donde
me hiciste un voto. Levántate ahora y sal de esta tierra,
y vuélvete a la tierra de tu nacimiento”
Gn. 31:11-13
¡Qué buena memoria tiene el Señor! Se acuerda del encuentro que tuvo con Jacob en Betel y concretamente del voto que Jacob le hizo en aquel momento. Jacob había prometido: “Si fuere Dios conmigo, y me guardare en este viaje en que voy, y me diere pan para comer y vestido para vestir, y si volviere en paz a casa de mi padre, Jehová será mi Dios” (Gn. 28:20). En este momento no lo era. Era solo el Dios de su padre y de su abuelo, Abraham. No era su Dios personal, pero Dios quería serlo. Se ha acordado de la promesa durante veinte largos años: ha cumplido todas las condiciones que le correspondieron a Él, y ahora le toca a Jacob cumplir su parte. Dios se lo va a exigir. Va a decirle a Jacob: “Págame lo que me debes”.
Jacob obedecerá al Señor. Saldrá para volver a casa, a su estilo y a su manera, ¡engañando a Labán!, como siempre hacía todas las cosas. De esto hablaremos en un momento, pero antes hemos de decir que, aunque Jacob vuelve a su casa, no es suficiente. Tiene que convertirse. Dios tiene que llegar a ser su Dios. Pero para ello es necesario que sea quebrantado. El viejo Jacob tiene que llegar al final de sí mismo. Tiene que enfrentarse a cómo es. Y para ello tiene un aliado, ¡Dios! Dios va a organizar las cosas de tal forma que sea inevitable. Si no se convierte, Dios le matará (32:28). La conversión es una lucha con Dios en la cual tiene que morir nuestra carne. Así es como vencemos. Pero antes de luchar con Dios, tiene que luchar con su tío. Su hermano también le busca para vengarse de él. Los dos quieren matarle, y si Jacob va a encontrarse con Dios, Dios le tiene que salvar la vida de los dos que pretendían acabar con él por sus engaños.
“Y Jacob engañó a Labán arameo, no haciéndole saber que se iba” (Gn. 31:20). ¡Nada nuevo! Labán tardó unos días en saber que Jacob había huido, pero cuando lo supo se levantó tras él furioso, para alcanzarlo y matarlo. Dios vino a Labán en sueños y le avisó que no tocase a Jacob. Labán se lo contó cuando por fin le alcanzó: “Y dijo Labán a Jacob: ¿Qué has hecho, que me engañaste?… ¿Por qué te escondiste para huir, y me engañaste?… Ni aun me dejaste besar a mis hijos y mis hijas. Ahora, locamente has hecho. Hay poder en mi mano para haceros mal, pero el Dios de vuestro padre me habló anoche diciendo: Guárdate que no hables con Jacob descomedidamente” (31:26-29).
Al verse protegido, Jacob le confronta a Labán con la verdad: “He estado veinte años en tu casa; catorce años te serví por tus dos hijas, y seis años por tu ganado, y has cambiado mi salario diez veces. Si el Dios de mi padre, Dios de Abraham y temor de Isaac, no estuviera conmigo, de cierto me enviarías ahora con las manos vacías, pero Dios vio mi aflicción y el trabajo de mis manos, y te reprendió anoche” (31:41). Los dos hombres aclaran las cosas, hacen un pacto para no hacerse daño el uno al otro, y Jacob prosigue su camino. Dios le ha salvado de Labán. Delante está su hermano.