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JACOB HUYE

“Y fueron dichas a Rebeca las palabras de Esaú su hijo mayor; y ella envió y llamó a Jacob su hijo menor, y le dijo: He aquí, Esaú tu hermano se consuela acerca de ti con la idea de matarte. Ahora pues, hijo mío, obedece a mi voz; levántate y huye a casa de Labán mi hermano en Harán”

Gn. 27:42-43

Rebeca continúa controlando y manipulando a su marido Isaac. Como pretexto para conseguir que acepte su plan, le convence de que Jacob necesita casarse con una mujer creyente y de que, para buscarse esposa, debería ir a la familia de su hermano en Harán, en un viaje de unos 800 km. Lo que realmente quiere es ayudarle a escapar de la ira de su hermano. Utiliza a Dios para fines propios. Isaac es convencido y envía a Jacob a casa de Labán con su bendición: “Y el Dios omnipotente te bendiga, y te haga fructificar y te multiplique, hasta llegar a ser multitud de pueblos; y te dé la bendición de Abraham, a tu descendencia contigo, para que heredes la tierra en que moras, que Dios dio a Abraham” (28:3, 4). Cuando Esaú se dio cuenta de que sus padres no estaban contentos con sus esposas paganas, pensó agradarles tomando otra esposa que fue la hija de Ismael, hermano de su padre. Así que la línea de Esaú se mezcló con la línea de Ismael, mientras el linaje de Jacob descendería de los parientes de Abraham en Harán.

“Salió, pues, Jacob de Beerseba, y fue a Harán” (v. 10). Al dejar la tierra de la promesa, Dios se le apareció a Jacob en sueños para ratificarle personalmente la promesa que había hecho a Abraham e Isaac. Dios es un Dios personal. No es suficiente creer en el Dios de tus padres y abuelos. Él tiene que ser tu Dios también; y, a este fin, Dios se manifestó a Jacob para ratificar el pacto que había hecho con su padre y su abuelo. Dios tomó la iniciativa en este encuentro. Jacob no le estaba buscando en aquel momento aunque, de manera carnal, ya había mostrado que quería la heredad y la bendición divinas. Ahora Dios viene a él. Es su primer encuentro con Dios: “Y soñó: y he aquí una escalera que estaba apoyada en tierra, y su extremo tocaba en el cielo; y he aquí ángeles de Dios que subían y descendían por ella” (v. 12). Dios se revela como el Dios de Abraham e Isaac. Años más tarde, Dios se revelará como el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, y se quedará con este nombre para siempre; pero ahora Jacob tiene que llegar a conocerle. Él es el Dios que viene a nosotros a pesar de nuestra naturaleza pecaminosa y se nos revela como acto soberano de su gracia. Fue fiel a su promesa a Abraham de ser su Dios y el de sus descendientes después de él; ahora viene a su nieto, Jacob.

“Yo soy Jehová, el Dios de Abraham tu padre, y el Dios de Isaac; la tierra en que estás acostado te la daré a ti y tu descendencia” (v. 13). Dios prometió la tierra a Abraham. Vivía en ella como extranjero, siendo dueño solo de la tumba donde enterró a Sara. Su hijo Isaac vivió en la tierra, también como extranjero y peregrino. Jacob había nacido allí e iba a heredar todo cuanto tenía Isaac, y ahora Dios le ratifica la promesa. ¿Promete Dios y no da? Periódicamente repite la promesa para refrescar nuestra memoria, porque tarda en venir. ¡Lo que realmente había prometido a Abraham fue que iba a heredar el mundo! (Ro. 4:13); pero aquella promesa, por su misma naturaleza, solo puede cumplirse después del retorno de Cristo. Dios no da menos de lo prometido, sino más; pero de forma diferente de lo que nosotros pensamos.

Tocado y transformado

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