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2.1.2. Modelos de innovación no lineales

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Hacia 1970 e inicios de los 80 la ralentización del crecimiento económico y la escases de fondos de investigación gubernamentales ocasionaron que el aporte de la investigación se dirigiera a las prioridades establecidas por el Gobierno, como criterio para el otorgamiento de recursos. Lo anterior dio relevancia a la investigación aplicada, de tal forma que la universidad pudiera contribuir al desarrollo económico y social de su entorno (Huanca, 2004); la actividad científica perdió autonomía y exigió de los investigadores una mayor responsabilidad hacia las demandas del contexto.

Ante estos acontecimientos, aunados al auge de la biotecnología y las tecnologías de la información y comunicación (TIC), la universidad comenzó a usar otras fuentes de financiación, como la instauración de patentes y la conformación de empresas con base tecnológica, lo que permitió la capitalización del conocimiento y su transferencia. Estas se promovieron políticamente con la constitución de fondos federales para el surgimiento de centros de investigación mixtos (Universidad-Empresa) y la protección de los resultados académicos por medio de marcos legales, como la Ley Bayh-Dole, promulgada en 1980 con el propósito de comercializar los resultados de los estudios financiados con recursos públicos a partir de la producción de patentes y la concesión de licencias, que posibilitaron a las universidades explotar comercialmente sus resultados.

Al tener en cuenta este nuevo enfoque, donde la ciencia y su avance no son ajenas al contexto en que se generan, y los problemas de investigación se configuran a partir de la “traducción de necesidades de otros agentes” (Knorr–Cetina, 1982), la primera modelización del proceso de innovación y la linealidad propuesta para explicar la forma cómo se produce, difunde y explota el conocimiento, los modelos del empuje de la ciencia y tirón del mercado que presentaba la innovación como producto de una única fuente y fruto de un solo tipo de conocimiento codificado, se tornaron insuficientes ante la complejidad de los elementos que fueron añadidos por autores como Freeman(1975), Rosemberg (1982) y Nelson y Winter (1982), explicados en parte por el reconocimiento de la composición dual del conocimiento, en donde el conocimiento tácito juega un papel fundamental en la transmisión de este y en la generación de innovación. Como lo indican Kline y Rosemberg (1986), “la ciencia puede proporcionar invenciones que sean mejoradas por las actividades de aprendizaje y que requieren de nuevo a la ciencia para llegar a explotar su potencial” (citado en Azagra, 2003, p. 29), lo que evidencia una retroalimentación mutua; a su vez, la totalidad de la ciencia no es susceptible de ser transferida a la empresa y aplicada con fines comerciales. La innovación en la empresa depende de la capacidad de absorción de esta, que se refiere a la habilidad de adquisición de conocimiento proveniente del entorno y asimilación y explotación a partir de sus relaciones internas (Cohen, et al., 1990).

En los anteriores planteamientos se demuestran algunos de los denominados modelos de innovación de carácter interactivo o no lineal, en donde diferentes agentes interactúan entre sí en una retroalimentación constante y se da lugar a la innovación proveniente de múltiples fuentes. Así lo afirma Vega et al. (2011), al expresar que: “estas nuevas visiones sobre los procesos de producción de conocimiento e innovación han servido de sustrato conceptual para justificar la conveniencia, e incluso necesidad, de una mayor relación entre los sectores académicos y productivos” (p.114).

En Latinoamérica, la triple relación Universidad-Empresa-Estado surge como una idea para articular las concepciones del desarrollo, denominadas teorías de la dependencia, en las cuáles se reflexionó que el atraso de la región en materia de ciencia y tecnología era producto de la dependencia económica con los países desarrollados. Entre sus consideraciones principales estaban, por un lado, que la ciencia era un proceso lineal y acumulativo, por lo que el subdesarrollo no debía ser una fase previa al desarrollo; por otro lado, la necesidad de cortar con la dependencia cultural de los modelos institucionales importados, los cuales no aportan al desarrollo regional en ciencia y tecnología (Casas, 2004, referenciado por Londoño, 2014).

Según Olivé (2007) y Dagnino et al. (1996), la mayor preocupación del pensamiento latinoamericano en ciencia y tecnología (CT) fue la necesidad de definir la forma en que el sistema de ciencia y tecnología podría articularse con la capacidad productiva. En este aspecto, Sábato y Botana (1968) resaltaron la importancia y necesidad de impulsar la ciencia y la tecnología como instrumentos de progreso para América Latina, con el fin de participar como protagonistas en el desarrollo científico-tecnológico mundial, para el cual propusieron como estrategia el Triángulo de Sábato, donde se identificaron en sus vértices al Gobierno como impulsor y regulador; a la estructura productiva, conformada por las organizaciones que producen bienes y prestan servicios; y a la estructura científico tecnológica, constituida por las instituciones del sector educativo, los centros de desarrollo tecnológicos, los laboratorios y otras instituciones dedicadas a la investigación. También se determinaron actores cuya acción coordinada permite a una sociedad desarrollar la capacidad de saber dónde y cómo innovar, logrando el uso de la ciencia y la técnica en pro del desarrollo (Sábato y Botana, 1968).

Si se considera a la innovación como el resultado de un sistema de relaciones, indican que no basta la organización de estructuras formales si estas no logran el fortalecimiento de ese sistema. En concordancia, cada vértice está compuesto por múltiples instituciones con distintos decisores, por tanto, las relaciones que se establecen en el triángulo son complejas y con distintas dimensiones: intra-relaciones, inter-relaciones y extra-relaciones, como se muestra en la Figura 1. La base de este modelo fue el planteamiento de la política para el desarrollo de la capacidad técnico-científica de América Latina.

Figura 1. Triángulo de Sábato


Fuente: adaptación propia a partir de Sábato y Botana (1968).

Aunque la propuesta de Sábato trascendía los modelos lineales divulgados por Bush (Olivé, 2007; Ratchford y Blanpied, 2008), es de anotar que se presentaron puntos de polémica. Uno de ellos fue privilegiar al Estado en las interacciones presentadas (Etzkowitz y Leydesdorff, 2000). Posteriormente surgieron los sistemas nacionales de innovación (Lundvall, 1988, 1992; Nelson, 1993), cuyo soporte fueron las teorías de sistemas. Aquí se cuestionaba el hecho de dar a la empresa el papel principal en la innovación (Etzkowitz y Leydesdorff, 2000).

En aquella época, en el entorno socioeconómico no existía evidencia empírica de las relaciones planteadas, por tanto, se configuraba un modelo normativo, una reflexión política que resaltaba la manera cómo la participación de la investigación científica y tecnológica podría llegar a intervenir en la transformación social.

Este planteamiento concuerda con el concepto de sistemas de innovación planteado por Freeman (1987) y Lundvall (1988), en los que sus focos de observación son los “flujos de conocimiento” derivados de las interacciones entre actores distintos. Estas relaciones dinamizan el proceso de producción de conocimiento y permiten la obtención de resultados a partir de la articulación de insumos que llegan a condicionar el grado de innovación de un país.

Más adelante, Etzkowitz y Leydesdorff (1995) presentan el modelo de la triple hélice, de configuración institucional, reconocida como de espirales, cuyo éxito dependía de las interacciones colaborativas entre los participantes.

En este modelo se identificaban tres dimensiones: la triple hélice I, en la cual el Estado es quien fomenta las relaciones entre la industria y la academia, las cuales forman parte del acuerdo con la evidencia empírica representada en la antigua Unión Soviética, algunos países de Europa y Latinoamérica. Por otro lado, en la triple hélice II cada uno actúa de acuerdo con sus papeles tradicionales, sin embargo, inicia la influencia de una sobre otra y predomina la economía de mercado, la cual orienta las decisiones de innovación en ciencia y tecnología (Londoño, 2014). Y en la triple hélice III son añadidas las zonas de intersección entre cada hélice, donde los actores asumen el papel del otro y surgen instituciones de carácter híbrido (firmas spin-off y start-up), a partir del aprovechamiento de los recursos y acción conjunta de las tres esferas, como se muestra en la Figura 2, que se enfoca en la dinámica de la tríada en relaciones transversales, de las cuales se derivan las empresas de base tecnológica, que surgen a partir de procesos de investigación como plataforma de las redes trilaterales.

Figura 2. Redes trilaterales


Fuente: adaptación propia a partir de Etzkowitz (2000).

Las spin outs y start-ups (Koster, 2004) son empresas de emprendimiento de base tecnológica, individuales o grupales, y se diferencian en la forma en que han sido establecidas y en cómo se desarrollan.

Las empresas spin outs generan tecnología y requieren de personal calificado para hacerlo. Son también consideradas de emprendimiento, propias de personas que salen del contexto laboral y llevan su conocimiento a la creación de nuevos negocios basados en el ofrecimiento de productos que requieren de su tecnología.

Las empresas start-up se originan en recursos que generalmente provienen de los emprendedores; conformadas por personas que no pertenecen al sector laboral y que abren sus negocios sin necesidad de tener una experiencia específica en materia de mercadeo, finanzas, recursos de tecnología y factores que requieren mayores estudios.

En contraste, las empresas spin-offs se gestan en el sector industrial, universitario o estatal, con un grupo de expertos investigadores que buscan la innovación de productos, y en el momento de tener los resultados para ofrecerlos al mercado, se consolidan con el apoyo de recursos de las empresas madres en donde han generado todo su potencial (Koster, 2004). Un referente de este tipo de empresas es Google, un spin-off de la Universidad de Stanford.

Algunos autores observan el surgimiento de esta forma empresarial como la tercera misión universitaria y la consideran una deformación del propósito de la universidad investigadora (Slaughter y Leslie, 1997). El anterior punto se contradice con la intención de los países del mundo que se han puesto de acuerdo en que la innovación debe estar unida a la ciencia que genera la universidad, y a la práctica, que permite a la empresa avanzar con nuevas tecnologías para impulsar el desarrollo de las sociedades económicas, según lo evidencia Etzkowitz en los modelos ya planteados (triple hélice).

Por otro lado, Smith y Leydesdorff (2010) manifiestan que la configuración de las redes bilaterales, trilaterales y del modelo en general se reconstruyen a partir de las relaciones de tres dominios: economía, ciencia y política en distintos niveles (regional y nacional), aunados a los efectos estructurales de la globalización.

Cabe anotar que entre los retos existentes en el entorno socio-económico, este modelo presenta reinterpretaciones, tales como los modelos de la cuádruple hélice (Arnkil, et al, 2010) y la quíntuple hélice (Carayannis y Rakhmatullin, 2014), en los cuales se reconoce la influencia de la sociedad y el entorno natural en la creación, difusión y uso del conocimiento. En este aspecto, Arnkil et al. (2010) expresa que el concepto de cuádruple helix (QH) aún no está bien establecido ni ampliamente utilizado en la investigación y la política de innovación, si se tiene en cuenta que algunas de las concepciones acerca de este modelo son muy similares al de la triple hélice. Vale aclarar que el proyecto investigativo se perfeccionó con base en el modelo triple hélice, en tanto que la evidencia empírica demuestra que todavía la articulación entre Empresa -stock de conocimiento-, Universidad y Estado (Cepal, 2015) se encuentra en desarrollo en países de América Latina.

Al igual que el triángulo de Sábato le otorga preponderancia a uno de los actores (el Estado), los enfoques de la triple hélice se la conceden a la universidad como impulsora de las interacciones (Etzkowitz y Leydesdorff, 1996; Etzkowitz, 2000), y establecen a su vez que las incompatibilidades y barreras entre las racionalidades, funciones y roles de los actores pueden corregirse por medio del desplazamiento hacia un “nuevo equilibrio de esferas institucionales superpuestas [...] en el que las colaboraciones y las reglas para la interacción se entienden y negocian más fácilmente” (Etzkowitz 2000, p. 316). Sin embargo, en este modelo se cuestiona la claridad respecto a la forma en que se logra el equilibrio planteado. En adición, Uyarra (2010) y otros autores objetan la generalización en cuanto a la posibilidad de que estas actividades tengan lugar en todas las universidades, en lugar de enfocarse en las relaciones que se demuestran en algunas disciplinas o en determinar otros factores.

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