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IV. REPRESENTACIONES FIGURADAS EN CONTEXTOS FUNERARIOS

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Ante este panorama hemos considerado que tendría interés observar la evolución de los tipos usados en la escultura vinculada con contextos funerarios, para valorar en qué medida la carga simbólica podría haber discurrido paralelamente a los representados en las monedas depositadas en las tumbas. Para ello hemos recurrido al análisis de Davies29 sobre los tipos escultóricos usados en representaciones de carácter honorífico de época imperial y, concretamente, en las destinadas a contextos funerarios. Así, hemos comprobado que personificaciones, virtudes y deidades se mantienen en proporciones similares a las de la retratística funeraria. La presencia de esculturas de bulto redondo en los monumenta romanos está bien constatada. La localización precisa de esas efigies, imagines o simulacra, que parecen haber tenido un carácter semipúblico e incluso privado, suele ser desconocida30. Durante el siglo XX se ha considerado que esa estatuaria estaba directamente relacionada con el interés por la auto-representación, defendiendo que el afán se centraba en mostrar el estatus social más que en expresar las creencias y sentimientos de los difuntos y de sus familiares hacia la vida de ultratumba; sin embargo, estudios más recientes consideran que esa postura es excesiva y se reinterpreta como una hibridación de ambos aspectos31. Las características de las esculturas localizadas en contextos funerarios estuvieron determinadas, sin duda, por el rango social y por factores económicos y culturales, pero también por gustos y preferencias personales además de tradiciones locales. Todo ello contribuiría a generar formas y usos individualizados de representación en las tumbas. Remitimos a un caso conocido, el de Claudia Semne, liberta fallecida en época trajanea, de la que sabemos, a partir de los epígrafes conservados32, que fue conmemorada con, al menos, cinco estatuas funerarias diferentes, de las que tres la mostrarían como Venus, como Spes y como Fortuna33. Esta elección de múltiples figuraciones divinas para una misma persona no es demasiado frecuente; sin embargo, existe un segundo ejemplo, igualmente conocido34, que es el de Priscilla, esposa de T. Flavius Abascantus, libertus ab epistulis de Domiciano. Su tumba, también situada en las proximidades de la Via Appia, ofrece connotaciones comparables con la de Claudia Semme, como que contenía cuatro representaciones escultóricas de la difunta: una como Venus, otra como Ceres35, la tercera como Maia y una cuarta como Diana. Según Zanker y Ewald36 los dos casos referidos corresponden a “fórmulas iconográficas” para caracterizar la representación de facetas de la misma difunta y así evocar su recuerdo. Según Fejfer37, los atributos divinos, sin un sentido fúnebre, transferían el carácter y los valores de la deidad a la persona conmemorada. Desde mediados del siglo I d. C. las representaciones de privati con atributos divinos cobraron fuerza, tanto en contextos públicos como funerarios, siguiendo la moda marcada por las representaciones imperiales38 que, en el caso de las mujeres, monopolizaron algunos tipos como Iuno entronizada. Sin embargo, la elección de la divinidad no estuvo sólo influenciada por las tendencias imperiales, sino también por el papel que desempeñaba en la vida de ultratumba la deidad escogida e, incluso, por la profesión, la edad, el género o las virtudes de la persona difunta. En la estatuaria funeraria femenina la asimilación más frecuente es la de Venus y, por eso, nos hemos centrado especialmente en este tipo. De hecho, la consecratio in formam Veneris tiene su punto de partida en el siglo I a. C. y se extendió en el siglo II d. C. por todo el Imperio Romano39.


Figura 2. A) Venus de Frejus, siglo I-comienzos siglo II d. C.; mármol, 164 cm; Museo du Louvre, Paris; B) retrato femenino en forma de Venus Genetrix; 113/117 d. C.; mármol, 180 cm; Museo Ostiense; C) Venus de Ulpia Traiana Sarmizegetusa; mármol, 140 cm; Museo de Deva (ANTAL, “Consecratio in formam Veneris… p. 59, fig. 4).

Lo que en un primer momento fue una costumbre vinculada a la familia imperial pronto fue imitada entre otros grupos sociales donde esposas, hermanas e hijas comenzaron a ser retratadas como Venus, como Fortuna o como Diana. Los diseños siempre se basan en el tipo de Venus Genetrix (Fig. 3A) una figura femenina vestida fácilmente reconocible que sólo expone su pecho izquierdo con una composición simplificada40. Se han documentado arqueológicamente en todo el Imperio más de 130 esculturas funerarias en piedra correspondientes a consecrationes in formam Veneris41. Venus ilustra los atributos necesarios para acceder a los Campos Elíseos, por lo que la consecratio, a través de esas esculturas presentes en los enterramientos, aludiría a la idea de esperanza en una vida de ultratumba42.

La mutación y versatilidad de los atributos divinos es perceptible a través de estas figuras. Por ejemplo, en el mundo romano Venus representa la castitas y la venustas y su culto se ofrece como solución a la crisis moral de la sociedad43. Por lo tanto, las representaciones femeninas funerarias in formam Veneris se basan en las virtudes encarnadas por la diosa, cualidades obligatorias para la supervivencia del alma tras la muerte. El volumen de testimonios de esta divinidad es elevado, aunque también resulta heterogéneo en las provincias. Venus es la divinidad más representada en Moesia y Pannonia, sobre todo en figuritas de bronce44. Sin embargo, el caso más significativo es el de Dacia, donde sólo son 10 las estatuas de piedra, pero hay otras 50 de bronce además de 227 figuritas de Venus en terracota45. También tiene interés considerar que, de ellas, sólo el 5% procede de contextos funerarios y la mayoría de éstas son terracotas46. Estos datos pueden justificarse si se tiene en cuenta que en las provincias fronterizas las esculturas antropomorfas son raras antes del dominio romano y que la escultura funeraria aparece sólo tras la conquista de esos territorios47.

La manufactura muy simplificada de las piezas resulta reveladora de la ausencia de la tradición funeraria conmemorativa entre las comunidades locales. Un ejemplo de ello podría ser la Venus de Ulpia Traiana Sarmizegetusa48 que, aunque carente de cabeza, comparada con ejemplos itálicos resulta paralela en diseño pero de factura esquemática y tosca (Fig. 2C). Este panorama hace pensar que probablemente esas esculturas pétreas, que contaban con escasa tradición en algunas provincias limítrofes, pudieron ser sustituidas por el formato más asequible de las terracotas (Fig. 4).


Figura 4. Venus fabricadas en terracota encontradas en contextos funerarios: A) de Apulum, 19 cm (PAVEL, C., Piscatrix, Pronuba, Pompeiana. Note on the Roman terracottas of Venus in the Museum of the Unification, Alba Iulia, en TIMOFAN, A. (ed.), Pantheon 3D. From the Gods of Olympus to the Gods of Rome, Ed. Mega, Cluj-Napoca, 2019, p. 47); B) de Intercisa; 18 cm; C) fragmento de Apulum (ANTAL, A., Risus, Cucullatus, Venus. Divine protectors and Protective Divinities of Childhood in Dacia and Pannonia, en NEMETI, S., SZABÓ, C y BODA, I., “Si dues, si dea”. New perspectives in the study of Roman religion in Dacia, Cluj-Napoca, 2016, p. 14, lám. I, 2 y 3)

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