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Introducción
ОглавлениеGabriel Kessler, Martín Becerra, Natalia Aruguete y Natalia Raimondo Anselmino
Este libro presenta los principales hallazgos de un proyecto de investigación que se propuso estudiar, en la Argentina del siglo XXI, cómo los medios de comunicación producen y ponen en circulación información y opiniones sobre casos de delito, violencia e inseguridad, desde un abordaje que integrara las condiciones de propiedad de la producción mediática, las rutinas productivas de construcción de las noticias, el contenido noticioso y su construcción discursiva, así como la instancia de recepción de este tipo particular de discurso en ocho noticieros centrales de las cuatros principales ciudades argentinas: Buenos Aires, Córdoba, Rosario y Mendoza. Dicho proyecto –cuyo título es “De la propiedad a la recepción: estudio integral del circuito productivo de las noticias sobre delito e inseguridad en los noticieros televisivos de mayor audiencia de la Argentina”– fue financiado por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas (Conicet), por la Defensoría del Público Audiovisual de la Nación y por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, instituciones públicas de la Argentina. Se trata de una investigación que reunió, entre 2016 y 2020, a dieciséis investigadoras e investigadores del campo de la comunicación y de la sociología, y otros tantos auxiliares de investigación, provenientes de universidades emplazadas en las cuatro ciudades estudiadas: la Universidad Nacional de Quilmes, la Universidad Nacional de Córdoba, la Universidad Nacional de Rosario, la Universidad Nacional de La Plata, la Universidad de Buenos Aires, la Universidad Nacional de San Martín, la Universidad Nacional de Cuyo, la Universidad del Salvador y la Universidad Austral.
Realizamos nuestro trabajo en un período en que la Argentina ya exhibía, desde al menos una década y media atrás, rasgos persistentes en relación con los delitos, la preocupación social por estos y su presentación en los medios. Parafraseando a David Garland (2005: 247), se había consolidado una particular experiencia cultural del delito en cuanto significado que este adquiere en una cultura particular en un momento dado, un tejido compacto que entrelaza mentalidades y sensibilidades, es decir, una red cultural que está incorporada a formas específicas de vida y que, por esta razón, se resiste a la alteración deliberada y tarda en cambiar.
Dichos rasgos son una tasa de delitos urbanos alta en relación con parámetros internacionales, con tasas de victimización –esto es, personas que declaran en las encuestas haber sido víctimas de un delito en el último año– cercanas al 30%, pero al mismo tiempo con tasas de homicidios bajas en el contexto latinoamericano, aunque duplican o triplican a países de Europa Occidental (Kessler y Bruno, 2018). En general, hay consenso sobre una serie de cambios a lo largo de las últimas dos décadas y media. Durante los años de transición democrática se produce una mutación en las formas de representación del delito: en sus formas clásicas el delincuente era una figura casi monstruosa, puesto que el crimen era algo considerado excepcional, que mostraba el límite de lo humano (Vilker, 2008). Los años 90 provocaron un quiebre social que afectó a todas las dimensiones de la vida colectiva. Así, a medida que la pobreza, la desigualdad y la exclusión crecían, las tasas de delito también lo hacían (Cerro y Meloni, 2004). Y, entretanto, se acuñó la categoría “inseguridad” como rúbrica mediática y problema público considerado una secuela de la degradación que el país, de manera inédita, comenzaba a sufrir (Kessler, 2009). Un rasgo central es la paulatina extensión de la preocupación por el crimen a todos los centros urbanos grandes, medianos y pequeños del país, en paralelo a un real incremento de las tasas de delitos en todos ellos (Míguez e Isla, 2010). A medida que aumenta el temor, la tesis acerca de que los medios de comunicación son los responsables del sentimiento de inseguridad ha sido puesta en cuestión a partir del análisis de variables ligadas al entorno, la cultura y la experiencia (Kessler y Focás, 2014). Tanto es así que la representación del delito en los medios comienza a ser objeto de un creciente número de investigaciones en nuestro país, al punto de conformar, en pocos años, un verdadero campo de estudios en el cruce entre disciplinas de la comunicación y la sociología y antropología del delito (entre otros, Arfuch, 1997; Calzado, 2015; Entel, 2007; Fernández Pedemonte, 2001, 2010; Focás, 2020; Galar, 2017; Gayol y Kessler, 2018; Kessler, 2009; Morales, 2016; Vilker, 2008; Zunino, 2020). La mayoría de los trabajos se ha centrado en la prensa gráfica y ha delineado con precisión las representaciones, los discursos y relatos sobre el delito y, en particular, sobre la “inseguridad”. Los estudios coinciden en mostrar que el objeto principal de preocupación ha estado conformado por dos polos de representación: uno estable desde los años 90, ligado a delitos cometidos por jóvenes de sectores marginalizados, fuertemente estigmatizados, y otro cambiante, referido a “olas de delito” como “motochorros”, “entraderas” a casas, robos a ancianos, entre otros que, en general, adquieren una alta noticiabilidad durante un tiempo y luego decaen. En todo caso, esos picos de noticiabilidad no implicaban, necesariamente, una mayor frecuencia de tales actos. Por lo demás, en las dos últimas décadas la profesión periodística también cambió: la importancia del delito llevó a que segmentos de noticieros y otros programas cubrieran estos hechos, y que una nueva generación de periodistas especializados comenzara a cobrar relevancia (Martini y Lucchesi, 2004; Focás, 2020).