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Finalmente se fueron del lugar de los hechos y enfilaron Laurel Canyon Boulevard ladera arriba hasta descender al valle de San Fernando. Por el camino, Bosch y Chu intercambiaron información sobre lo efectuado durante las dos horas anteriores, empezando por el hecho de que, tras haber llamado a todas las puertas del hotel, ni un solo huésped había admitido haber visto u oído nada en relación con la muerte de Irving. Bosch lo encontraba sorprendente. Estaba seguro de que el impacto del cuerpo al estrellarse contra la acera tuvo que ser estrepitoso, y, sin embargo, ni una sola persona en el hotel reconocía haber oído dicho ruido.

—Una pérdida de tiempo —concluyó Chu.

Por supuesto, Bosch sabía que no lo era. Tenía su valor saber que Irving no había gritado al caer. El hecho apuntaba a las dos posibilidades mencionadas por Van Atta: Irving se había tirado de forma intencionada o estaba inconsciente cuando lo tiraron.

—Nunca es una pérdida de tiempo —dijo Harry—. ¿Alguno de vosotros ha llamado a las puertas de los bungalows que hay junto a la piscina?

—Yo no. Los bungalows están bastante lejos y al otro lado del edificio. No me ha parecido que...

—¿Y qué hay del Armario y el Barril?

—Me parece que tampoco.

Bosch sacó el teléfono móvil. Llamó a Solomon.

—¿Por dónde andáis? —preguntó.

—Estamos en Marmont Lane, llamando a las puertas de las casas. Lo que nos han dicho que hagamos.

—¿Habéis sacado algo en claro en el hotel?

—Pues no. Nadie oyó nada.

—¿Habéis preguntado en alguno de los bungalows?

Solomon vaciló un momento antes de responder:

—No. No nos han dicho que preguntáramos en los bungalows. Te acuerdas, ¿no?

Bosch se irritó.

—Necesito que volváis y habléis con un huésped llamado Thomas Rapport que se aloja en el bungalow número dos.

—¿Y ese quién es?

—Se supone que es un escritor famoso o algo así. Se registró justo después de Irving y es posible que hablara con él.

—Vamos a ver. Eso fue unas seis horas antes de que el tipo se tirase por el balcón. ¿Y quieres que hablemos con el que se registró en recepción después que él?

—Eso mismo. Lo haría yo mismo, pero tengo que ir a ver a la mujer de Irving.

—El bungalow dos. Entendido.

—Hoy. Podéis enviarme el informe por correo electrónico.

Bosch colgó el teléfono, molesto con el tono empleado por Solomon a lo largo de la llamada. Chu al momento le hizo una pregunta:

—¿Cómo te has enterado de lo de ese tipo, Rapport?

Bosch dirigió la mano al bolsillo lateral de la americana y sacó un estuche de plástico transparente con un disco compacto en el interior.

—En ese hotel no hay muchas cámaras. Pero sí que hay una encima del mostrador de recepción. En las imágenes aparece Irving registrándose y lo sucedido el resto de la noche, hasta que el cuerpo fue descubierto. Rapport llegó justo después que Irving. Hasta es posible que subiera con él en el ascensor desde el garaje.

—¿Has mirado el disco?

—Tan solo la parte en la que está registrándose. Luego miraré lo demás.

—¿El director te ha dicho alguna otra cosa?

—Me ha dado los registros de llamadas telefónicas del hotel y la combinación empleada en la caja fuerte de la habitación.

Bosch reveló que el número de la combinación era el 1492 y que no se trataba del número que venía de fábrica. Quien había metido las pertenencias de Irving en la caja fuerte había tecleado ese número bien de forma intencionada, bien al azar.

—Cristóbal Colón —dijo Chu.

—¿Y ahora qué me estás diciendo?

—Harry, aquí el extranjero soy yo. ¿Es que no estudiaste historia en el colegio? «En 1492, Colón cruzó el océano azul...» ¿Te acuerdas?

—Sí, claro, Colón. Pero ¿qué tiene que ver con todo esto?

A Bosch le parecía muy poco probable que el número de la combinación estuviera inspirado en la fecha del descubrimiento de América.

—Y hay más —dijo Chu con agitación—. Hay cosas todavía más antiguas que tienen que ver con el caso.

—¿De qué me estás hablando?

—El hotel, Harry. El Chateau Marmont es una réplica de una mansión francesa construida en el siglo XIII en el valle del Loira.

—Bueno, ¿y qué?

—Lo he mirado en Google. Era lo que estaba haciendo con el teléfono. Resulta que, por esa época, la estatura promedio de los europeos occidentales era de uno sesenta. Si el edificio es una copia, eso explica por qué las barandillas de las terrazas son tan bajas.

—Las barandillas, sí. Pero ¿qué tiene eso que ver con...?

—Una muerte accidental, Harry. El tipo sale a la terraza a tomar un poco el aire o lo que sea y se cae por la barandilla. ¿Sabías que Jim Morrison, el cantante de los Doors, se cayó de un balcón igual en el Marmont en 1970?

—Pues qué bien. Pero ¿y si vamos a tiempos un poco más recientes, Chu? ¿Estás diciendo que el hotel tiene una historia de...?

—No, no la tiene. Pero solo digo que..., bueno, ya me entiendes.

—No, no te entiendo. ¿Qué es lo que me estás diciendo?

—Lo que estoy diciendo es que si hace falta establecer que ha sido un accidente para que el jefe y los demás peces gordos estén contentos, pues ya tenemos la solución.

Acababan de dejar atrás la montaña y de cruzar Mulholland. Estaban descendiendo hacia Studio City, donde George Irving vivía con su familia. Al llegar al siguiente cruce, Bosch torció por Dona Pegita. Detuvo el coche con brusquedad y se giró para encararse con su compañero.

—¿Qué te hace pensar que nuestro trabajo es contentar a los peces gordos?

Chu al instante se sumió en la confusión.

—Bueno... Yo no... Solo estoy diciendo que si lo que queremos es... Mira, Harry, yo no digo que sea eso lo que ha sucedido. Solo es una posibilidad.

—Y una mierda, una posibilidad. El tipo ese o bien se registró en el hotel porque quería irse al otro mundo, o bien alguien lo llevó allí, hizo que perdiera el conocimiento y lo tiró por el balcón. No fue un accidente, y yo lo único que quiero es saber qué pasó en realidad. Si este tipo se suicidó, entonces es un suicidio, y el concejal tendrá que aceptarlo y comerse el marrón.

—Muy bien, Harry.

—No quiero volver a oír hablar del valle del Loira, ni de los Doors ni de cualquier otra distracción por el estilo. Es muy posible que la idea de acabar estampado en la acera del Chateau Marmont no la tuviera él. Puede ser lo uno o puede ser lo otro. Y los politiqueos a mí me dan lo mismo; voy a averiguar qué fue lo que pasó.

—Entendido, Harry. Yo no he dicho nada, ¿vale? Solo estaba tratando de ayudar. De considerar todas las posibilidades. Es lo que tú mismo me has enseñado, ¿no?

—Claro.

Bosch volvió a encarar el volante y puso el auto en marcha. Dio media vuelta y enfiló Laurel Canyon Boulevard otra vez. Chu hizo lo posible por cambiar de tema.

—¿Hay algo de interés en los registros de las llamadas?

—Irving no recibió ninguna llamada. Lo único que hizo fue llamar al garaje hacia la medianoche.

—¿Para qué?

—Vamos a tener que preguntárselo al empleado del turno de noche. Se marchó antes de que pudiéramos hacerlo. En el despacho que hay en el garaje tienen otro registro de llamadas, donde pone que Irving telefoneó preguntando si se había dejado el móvil en el coche. El móvil lo encontramos dentro de la caja fuerte, de forma que o Irving andaba equivocado o efectivamente había olvidado el móvil en el coche y alguien lo subió después a su habitación.

Guardaron silencio un momento mientras pensaban en aquella llamada hecha al garaje. Chu finalmente preguntó:

—¿Has revisado su coche?

—Sí. Y no hay nada.

—Mierda. Supongo que todo sería más fácil si hubiera dejado una nota o algo así.

—Sí. Pero no hay ninguna nota.

—Lástima.

—Sí. Lástima.

Efectuaron el resto del trayecto a la casa de George Irving en silencio. Al llegar a la dirección que constaba en el carné de conducir de la víctima, Bosch vio un familiar Lincoln Town Car aparcado junto a la acera. Los mismos dos hombres de antes estaban sentados en los asientos delanteros. Lo que significaba que el concejal Irving se encontraba en la casa. Bosch se preparó para otra confrontación con el enemigo.

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