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Como era de esperar, Chu no paró de hacer preguntas durante el trayecto por la autovía 101. Llevaban casi dos años trabajando en equipo y Bosch a estas alturas estaba acostumbrado a que Chu manifestase sus inseguridades por medio de un torrente de preguntas, comentarios y observaciones. Era habitual que hablase de una cosa cuando en realidad era otra la que lo inquietaba. Bosch a veces se lo ponía fácil y le respondía aquello que quería saber. Otras veces se hacía el remolón hasta poner de los nervios a su joven compañero.

—Harry, ¿qué carajo es lo que pasa aquí? Esta mañana nos asignan un caso... ¿Y ahora dicen que nos pongamos con otro?

—El LAPD* es un organismo paramilitar, Chu. Lo que significa que cuando un mando ordena hacer algo, hay que hacerlo. La orden es del mismo jefe y la estamos cumpliendo. Eso es lo que pasa. Ya volveremos a ocuparnos de ese resultado en frío. Pero ahora tenemos un nuevo caso entre manos que tiene prioridad.

—Todo esto me suena a politiqueo de alguna clase.

—Tú lo has dicho.

—¿De qué va la cosa?

—De la confluencia entre la policía y la política. Estamos investigando la muerte del hijo del concejal Irvin Irving. Has oído hablar de Irving, ¿no?

—Claro. Era el segundo del jefe cuando entré en el cuerpo. Luego lo dejó y se presentó como candidato a concejal.

—Bueno, Irving no lo dejó de forma voluntaria. Lo obligaron a irse, y se presentó a las elecciones municipales con el objetivo de vengarse del cuerpo. Hablando en plata, Irving vive para una sola cosa: para amargarle la existencia a la policía. No sé si también sabes que en su momento me cogió mucha ojeriza. Tuvimos unos cuantos encontronazos, por así decirlo.

—Entonces ¿cómo es que quiere que seas tú quien lleve el caso de su hijo?

—Eso es algo que vamos a saber muy pronto.

—¿Qué te ha dicho la teniente sobre el caso? ¿Es un suicidio?

—La teniente no me ha dicho nada. Solo me ha dado la dirección.

Bosch prefería no decir nada más de cuanto sabía sobre el caso. Hacerlo implicaría revelar que tenía una fuente de información en el seno de la oficina del jefe de policía. Y eso era algo que todavía no quería compartir con Chu, quien no estaba al corriente de su costumbre de almorzar con Kiz Rider una vez al mes.

—Todo esto me parece más bien raro.

El móvil de Bosch empezó a vibrar. Miró la pantalla. No había identificador de llamada, pero respondió. Era el jefe de policía. Bosch lo conocía desde hacía años e incluso había trabajado en varios casos con él. Había alcanzado el cargo tras ascender por el escalafón, y no por designación directa. Tras haber estado asignado a la Brigada de Robos-Homicidios durante largo tiempo, primero como investigador y luego como inspector jefe, tan solo llevaba un par de años al frente del cuerpo y seguía contando con el respaldo del cuerpo policial.

—Harry, soy yo, Marty. ¿Dónde estás?

—Estamos en la 101. Hemos salido tan pronto como nos han avisado.

—Necesito desaparecer antes de que la prensa se entere de todo esto, y no va a tardar en hacerlo. No nos interesa que este caso se convierta en el mayor espectáculo del mundo. Como sin duda te han dicho, la víctima es el hijo del concejal Irving. El concejal ha insistido en que te ponga al mando de la investigación.

—¿Por qué?

—No ha terminado de explicarme sus razones. Ya sé que los dos tenéis vuestra propia historia.

—Una historia no muy bonita. ¿Qué puedes decirme sobre el caso?

—No demasiado.

Hizo el mismo resumen que antes le había hecho Rider con unos cuantos detalles adicionales.

—¿A qué inspectores de Hollywood les ha tocado la china?

—A Glanville y Solomon.

Bosch los conocía de casos y misiones anteriores. Ambos investigadores eran conocidos por su corpulencia física y por sus egos desmesurados. Sus sobrenombres eran el Armario y el Barril, y a ellos les gustaban. Los dos acostumbraban a vestir ropas caras y llamativas y a lucir vistosos anillos en el dedo meñique. Y, que Bosch supiera, también eran unos inspectores competentes. Si estaban dispuestos a dar el caso por cerrado estableciendo que había sido un suicidio, lo más probable era que tuviesen razón.

—Van a seguir investigando bajo tu dirección —indicó el jefe—. Se lo he dicho personalmente a los dos.

—Muy bien, jefe.

—Harry, necesito que te esfuerces como nunca en este caso. No me importa los problemas que hayas podido tener con el concejal. Olvídate de ellos. Lo último que nos interesa es que el concejal la tome con nosotros de verdad y diga que no nos hemos esforzado lo suficiente en este asunto.

—Entendido.

Bosch calló un segundo mientras pensaba qué más podía preguntar.

—Jefe, ¿dónde está el concejal?

—Abajo, en el vestíbulo.

—¿Ha entrado en el depósito de cadáveres?

—Insistió en hacerlo. Le dejé echar una mirada, sin tocar nada, y a los pocos minutos lo hemos sacado de allí.

—No tendrías que haberlo hecho, Marty. —Bosch sabía que estaba corriendo un riesgo al decirle al jefe de policía que había cometido un error. En este sentido, daba igual que en el pasado hubieran estado examinando cadáveres a medias—. Supongo que no has tenido otra elección —agregó.

—Ya. Pero tú ven aquí ahora mismo y mantenme informado de todo. Si no puedes hablar conmigo directamente, utiliza a la teniente Rider como mensajera.

Pero no le dio el número del móvil —que no aparecía en la pantalla del de Bosch—, de forma que Harry captó el mensaje con claridad. Ya no iba a seguir hablando directamente con su viejo compañero, el jefe de policía. Lo que no estaba claro era lo que el jefe quería que Bosch hiciera en lo referente a la investigación.

—Jefe —dijo, ateniéndose al tono formal para dejar claro que no estaba apelando a antiguas lealtades—. Si voy allí y me encuentro con que ha sido un suicidio, diré que ha sido un suicidio. Si lo que quieres es otra cosa, entonces búscate a otro.

—Así está bien, Harry. Que sea lo que haya sido. Que sea la verdad.

—¿Estás seguro de lo que dices? ¿Es eso lo que quiere Irving?

—Es lo que yo quiero.

—Entendido.

—Por cierto, ¿Duvall te ha dado la noticia del DROP?

—Pues sí, me la ha dado.

—Traté de que te concedieran los cinco años enteros, pero en la comisión había un par de personas a quienes no les gustaba todo lo que aparecía en tu expediente. Hemos hecho lo que hemos podido, Harry.

—Y lo aprecio.

—Bien.

El jefe cerró la conexión. Bosch apenas tuvo tiempo de hacer otro tanto antes de que Chu empezara a hacerle preguntas y más preguntas sobre la conversación. Harry se la refirió mientras salían de la autovía hacia Sunset Boulevard y ponían rumbo oeste.

Chu aprovechó la explicación sobre la llamada del jefe para preguntar por lo que de veras lo había estado preocupando durante toda la mañana.

—¿Y qué hay de la teniente? —soltó—. ¿Vas a decirme de una vez lo que ha pasado con ella?

Bosch se hizo el tonto.

—¿Qué es lo que ha pasado?

—No te hagas el tonto, Harry. ¿Qué es lo que te ha dicho cuando te ha retenido en el despacho? Quiere verme fuera de la unidad, ¿no es así? La verdad es que ella tampoco me cae bien a mí.

Bosch no pudo evitarlo. Su compañero tenía la costumbre de ver siempre la botella medio vacía, y la oportunidad de tomarle un poco el pelo era demasiado buena para no aprovecharla.

—Me ha dicho que quiere que sigas en Homicidios, pero que está pensando en un traslado. Se ve que en la comisaría sur va a haber unas vacantes, y está hablando con ellos sobre el traslado.

—¡Dios!

Chu hacía poco que se había ido a vivir a Pasadena. El trayecto diario de ida a vuelta a la comisaría sur resultaría una pesadilla.

—Y... ¿tú qué le has dicho? —quiso saber—. ¿Has dado la cara por mí?

—La comisaría sur es un buen destino, hombre. Le he dicho que en un par de años ya te habrás aclimatado. Otros inspectores necesitarían cinco años.

—¡Harry!

Bosch rompió a reír. La broma había servido para liberar algo de tensión. La inminente reunión con Irving lo tenía preocupado. El encuentro estaba al caer y aún no sabía bien cómo plantearlo.

—¿Es que me estás tomando el pelo? —gritó Chu, volviéndose hacia él por completo—. ¿Es que me estás puteando?

—Pues sí, te estoy puteando, Chu. Así que tranquilo. Todo cuanto la teniente me ha dicho es que han aprobado mi asignación al programa DROP. Vas a tener que seguir aguantándome tres años y tres meses más, ¿entendido?

—Ah... Bueno, es lo que querías, ¿no?

—Sí, es lo que quería.

Chu era demasiado joven para preocuparse por cosas como el DROP. Casi diez años atrás, Bosch se había jubilado del cuerpo con la pensión entera, en una decisión en la que había sido mal aconsejado. Tras vivir como un jubilado durante dos años, Harry volvió a ingresar en el cuerpo acogiéndose al plan de opción de jubilación aplazada (DROP), establecido para mantener en la policía a los inspectores experimentados, asignados a aquellas labores en que estaban especializados. En el caso de Bosch, lo suyo era la investigación de homicidios. El reingreso se produjo con un contrato de siete años. En el cuerpo no todos estaban contentos con el programa, en especial los inspectores de brigada que aspiraban a uno de los prestigiosos puestos en la Brigada de RobosHomicidios situada en el centro de la ciudad.

Las normas del cuerpo posibilitaban una extensión del programa DROP de entre tres a cinco años. Tras lo cual, la jubilación era obligatoria. Bosch había solicitado ese segundo contrato el año anterior y, como inevitable resultado de la burocracia en el cuerpo, se había pasado más de un año esperando la respuesta que la teniente acababa de comunicarle, bastante después de la fecha de finalización del contrato inicial. La espera le había puesto tremendamente nervioso, pues tenía muy claro que podían obligarlo a jubilarse en cualquier momento, si la comisión decidía no ampliar su permanencia en el cuerpo. Por supuesto, la noticia había sido buena, pero Bosch ahora tenía presente que sus días con la placa de policía estaban contados para siempre. Así que la buena noticia se veía empañada por cierta melancolía. Cuando le llegara la notificación formal de la comisión, en ella vendría una fecha precisa que supondría su última jornada como policía. No podía evitarlo, y sus pensamientos ahora se centraban en dicha perspectiva. Quizá él mismo fuese de los que siempre ven la botella medio vacía.

Chu finalmente dejó de hacer preguntas, y Harry trató de apartar el programa DROP de su mente. En su lugar, mientras seguía conduciendo hacia el oeste, se puso a pensar en Irvin Irving. El concejal se había pasado más de cuarenta años trabajando en el cuerpo de policía, pero nunca había conseguido llegar a lo más alto. Tras haber pasado toda su carrera profesional preparándose y haciendo lo posible para ser nombrado jefe del cuerpo, el cargo le había sido repentinamente arrebatado de las manos en el curso de un cataclismo de tintes políticos. Unos cuantos años después, fue posible conseguir su salida del cuerpo... con la ayuda de Bosch. Resentido por completo, se presentó a las elecciones municipales, ganó en su circunscripción, fue nombrado concejal e hizo todo lo posible por vengarse del organismo en el que había trabajado durante tantas décadas. Había ido tan lejos como para votar en contra de toda proposición de aumento de sueldo para los agentes y de ampliación del propio cuerpo. Siempre era el primero en exigir una investigación independiente de toda supuesta impropiedad o infracción cometida por uno u otro agente. Su golpe más bajo, sin embargo, lo propinó el año anterior, cuando Irving respaldó con todas sus fuerzas la iniciativa de recorte de gastos que llevó a eliminar del presupuesto del cuerpo cien millones de dólares destinados a abonar las horas extraordinarias. Lo que afectó negativamente a todos los agentes e inspectores del escalafón.

Bosch tenía claro que el actual jefe de policía había llegado a un acuerdo de algún tipo con Irving. Un quid pro quo. El jefe se había prestado a que fuese Bosch quien llevase la investigación, pero a cambio de alguna otra cosa. Si bien nunca se había considerado muy ducho en tejemanejes políticos, Harry se decía que no tardaría en averiguar de qué se trataba.

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