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El tráfico de la hora punta provocó que necesitara cuarenta y cinco minutos para volver a Panorama City. Pasó junto a los apartamentos Buena Vista y se fijó en que había luz tras las persianas que dedujo que pertenecían al despacho donde había estado antes. También reparó en un caminillo que discurría por el lado del edificio y llevaba a un aparcamiento situado en la parte trasera y cercado por un vallado. En la entrada había un letrero de PROHIBIDO EL PASO, coronado por alambre de espino.

En la siguiente esquina torció a la izquierda y pronto llegó a un callejón que conducía a la parte posterior de los edificios de pisos que daban a Woodman. Llegó al aparcamiento vallado que había tras los apartamentos Buena Vista y se detuvo a un lado del callejón, junto a un contenedor verde de basuras. Examinó el aparcamiento bien iluminado y la valla de seguridad de dos metros y medio de altura que lo circundaba. En lo alto de la valla había tres hileras de alambre espinoso. Había una puerta que conducía al contenedor de basuras, pero estaba cerrada con candado y asimismo coronada por alambre. El recinto daba la impresión de estar bien protegido.

En el aparcamiento tan solo había tres coches. Uno de ellos era blanco, de cuatro puertas, aparentemente con daños en la pintura. Se fijó bien en el automóvil y pronto vio que los supuestos daños en realidad eran una mano de pintura fresca. Las puertas laterales de delante estaban cubiertas de una capa de pintura blanca —de tono algo distinto—, con intención de cubrir la pintada hecha con aerosol. Comprendió que se trataba del coche de la doctora Stone y que esta seguía trabajando en el interior del centro. Bosch también reparó en que había otras inscripciones cubiertas con pintura en la pared posterior del edificio. Una escalera de mano estaba apoyada en la pared, junto a una puerta dotada de letreros del mismo tipo que los que Bosch había visto antes.

Apagó el motor del coche y salió.

Veinte minutos después, estaba apoyado en el maletero del coche blanco en el aparcamiento cuando la puerta trasera del edificio de pisos se abrió y la doctora Stone salió. Iba acompañada por un hombre, y ambos se detuvieron al ver a Bosch. El hombre hizo amago de situarse frente a Stone para protegerla, pero la doctora lo agarró por el brazo.

—No hay problema, Rico —dijo—. Es el inspector de policía que vino antes.

Siguió andando hacia el coche. Bosch se enderezó.

—No era mi intención asustarla. Tan solo quería hablar con usted.

Estas últimas palabras hicieron que Stone ralentizara el paso mientras las tenía en consideración. Finalmente se volvió hacia su acompañante.

—Gracias, Rico. Con el inspector Bosch estoy segura. Nos vemos mañana.

—¿Estás segura?

—Sí, gracias.

Rico volvió hasta la puerta y la abrió con una llave que sacó del bolsillo. Stone esperó hasta que estuvo dentro del edificio para encararse con Bosch.

—Inspector, ¿qué hace usted aquí? ¿Cómo ha entrado?

—Del mismo modo que esos pandilleros de las pintadas. Tienen ustedes un problema de seguridad.

Señaló el contenedor verde de basuras situado al otro lado del vallado.

—No sirve de mucho tener una valla cuando hay un contenedor de basuras al lado. Pueden usarlo para subirse y saltarla. Si yo he podido hacerlo a mi edad, para esos chavales de quince años es pan comido.

Abrió la boca ligeramente al mirar el vallado y comprender lo que era evidente. Sus ojos se posaron en Bosch.

—¿Ha vuelto nada más que para comprobar la seguridad de nuestro aparcamiento?

—No, he vuelto para disculparme.

—¿Por qué?

—Por mi actitud. Ustedes están intentando hacer algo positivo en este lugar y yo me he comportado como si fueran parte del problema. Y lo siento.

La doctora Stone estaba visiblemente sorprendida.

—Pero no por eso voy a decirle nada en lo referente a Clayton Pell.

—Lo sé. Pell no es la razón por la que estoy aquí. De hecho, ya he terminado mi jornada.

Stone señaló el Mustang aparcado al otro lado de la valla.

—¿Es su coche? ¿Cómo va a volver a él?

—Es mi coche. Y, bueno, si fuese uno de esos pandilleros, me serviría de esa escalera que han dejado aquí tan amablemente para cruzar por encima de la valla otra vez. Pero con cruzarla una sola vez ya tengo bastante. Espero que sea tan amable de abrir el candado y dejarme salir.

Stone sonrió, y su sonrisa resultó ser cautivadora. Unos mechones del cabello recogido se habían soltado y le enmarcaban el rostro.

—Por desgracia, no tengo la llave de esta puerta. No me importaría verlo trepar por la valla otra vez, pero supongo que es mejor que lo lleve en coche.

—Me parece bien.

Bosch se sentó a su lado en el automóvil. Cruzaron la puerta de acceso y salieron a Woodman.

—¿Quién es Rico? —preguntó él.

—El enfermero que está de guardia por las noches —aclaró Stone—. Trabaja de seis a seis.

—¿Es del barrio?

—Sí, pero es buen chaval. Confiamos en él. Si pasa algo o alguien monta un follón, al momento me llama o llama a la directora.

—Bien.

Llegaron al callejón y Stone se detuvo tras el coche de Bosch.

—El problema es que el contenedor de basura tiene ruedas —dijo ella—. Aunque lo alejemos de la valla, no les cuesta nada volver a acercarlo.

—¿No pueden extender el vallado y mantener el contenedor dentro del recinto?

—Si presupuestáramos una cosa así, seguramente nos lo aprobarían dentro de tres años.

Bosch asintió. Todas las burocracias se encontraban sumidas en una crisis presupuestaria.

—Dígale a Rico que le quite la cubierta al contenedor. Así ya no tendrán una plataforma a la que subirse. Igual la cosa cambia.

Stone asintió.

—Quizá valga la pena probar.

—Y dígale a Rico que siga acompañándola al salir.

—Oh, ya se lo digo. Todas las noches.

Bosch hizo un gesto de asentimiento y dirigió la mano a la portezuela. Pero en ese momento decidió dejarse llevar por el instinto. La doctora no lucía anillo de casada.

—¿En qué dirección está su casa? ¿Norte o sur?

—Eh... Sur. Vivo en North Hollywood.

—Bueno, pues resulta que voy a Jerry’s Deli a comprar una ración de sopa de pollo para mi hija. ¿Qué le parece si nos vemos allí y comemos alguna cosa?

Stone titubeó. Bosch veía sus ojos a la débil luz del salpicadero.

—Eh, inspector...

—Llámeme Harry.

—Harry, no me parece que sea muy buena idea.

—¿En serio? ¿Y por qué no? Estoy hablando de parar un rato para comer un bocadillo. Tengo que llevarle la sopa a mi niña.

—Bueno, pues porque...

Stone se detuvo y rompió a reír.

—¿Qué pasa?

—No sé. No importa. Sí, nos vemos allí.

—Bien. Pues entonces, hasta dentro de unos minutos.

Salió del coche y se dirigió hacia el suyo. Durante todo el trayecto hasta Jerry’s estuvo mirando por el retrovisor. Stone continuaba siguiéndolo, pero Bosch estaba casi seguro de que en cualquier momento cambiaría de idea y torcería con brusquedad a izquierda o derecha.

Pero Stone no lo hizo, y pronto estuvieron sentados el uno frente al otro en un reservado. En el iluminado establecimiento pudo ver bien sus ojos por primera vez. En ellos era perceptible una tristeza que antes se le había escapado. Quizá tuviera que ver con su trabajo. Stone trataba con la forma más vil del ser humano. Los depredadores. Los que se aprovechaban de quienes eran menores y más débiles. Los que eran detestados por el conjunto de la sociedad.

—¿Cuántos años tiene su hija?

—El día 30 cumple los quince.

La mujer sonrió.

—Hoy se encuentra mal, y por eso no ha ido al colegio. Casi no he tenido tiempo de hablar con ella. El día ha sido ajetreado.

—¿Viven solos los dos?

—Sí. Su madre, mi exmujer, murió hace un par de años. Pasé de vivir solo a intentar educar a una chica de trece años. Ha sido una experiencia... interesante.

—Estoy segura.

Bosch sonrió.

—La verdad es que he disfrutado a más no poder de cada momento con ella. Me ha cambiado la vida a mejor. Aunque no sé si ella está mejor.

—Pero no hay otra alternativa, ¿verdad?

—No, tiene razón. No le queda más remedio que vivir conmigo.

—Estoy seguro de que es feliz, incluso si no lo expresa. Es difícil adivinar lo que pasa por la cabeza de las adolescentes.

—Pues sí.

Bosch miró su reloj. Ahora tenía remordimientos por haber antepuesto su propia conveniencia. No iba a llegar a casa con la sopa hasta las ocho y media, por lo menos. El camarero se acercó y les preguntó qué deseaban beber. Bosch respondió que iban cortos de tiempo y que era mejor que les tomara nota de todo. Stone pidió medio bocadillo de carne de pavo. Bosch pidió un bocadillo entero de pavo y la sopa para llevar.

—¿Y usted qué puede explicarme? —preguntó, una vez se hubo ido el camarero.

Stone explicó que llevaba más de diez años divorciada y que, desde entonces, tan solo se había embarcado en una relación seria. Tenía un hijo mayor que vivía en la zona de San Francisco y al que no veía mucho. Su vida en gran parte era su trabajo en el Buena Vista, donde llevaba cuatro años empleada, después de haber dado un giro a su carrera profesional. De tratar a profesionales narcisistas pasó a estudiar un año más en la universidad para tratar a criminales sexuales.

Bosch se dijo que la decisión de cambiar su orientación profesional y ponerse a trabajar con los integrantes de la sociedad más odiados por todos posiblemente constituía una penitencia de alguna clase, pero no la conocía lo suficiente para ahondar en sus sospechas. Se trataba de un misterio que le llevaría su tiempo desentrañar, si tenía la oportunidad.

—Gracias por lo que dijo antes en el aparcamiento —dijo ella—. La mayor parte de los policías piensan que lo que hay que hacer con los individuos así es pegarles un tiro en la cabeza, sin más.

—Bueno... no sin un juicio.

Bosch sonrió, pero Stone no le veía la gracia al asunto.

—Cada uno de esos hombres es un misterio. Lo mismo que usted, soy una investigadora. Intento averiguar qué fue lo que les pasó. Las personas no nacen siendo depredadoras sexuales. Y, por favor, no me diga que no cree en lo que le estoy diciendo.

Bosch titubeó.

—No lo sé. Mi función más bien es la de presentarme cuando las cosas ya han pasado, para limpiar un poco los desperfectos. Lo único que sé es que en este mundo existe el mal. Lo he visto. De lo que no estoy seguro es de dónde procede.

—Bueno, pues mi trabajo consiste en averiguar de dónde procede. Qué les ocurrió a esas personas para que se convirtieran en lo que son. Si consigo averiguarlo, entonces puedo ayudarlos. Y si los ayudo, entonces estoy haciendo un bien a la sociedad. La mayor parte de los policías eso no lo entienden. Pero, en su caso, después de lo que me ha dicho antes, es posible que sí que lo entienda.

Bosch asintió, aunque sentía remordimientos por estar escondiéndole algo. Stone lo adivinó al instante.

—¿Qué es lo que no me está diciendo?

Bosch meneó la cabeza, avergonzado por ser tan transparente.

—Mire, quiero decirle la verdad sobre mi visita de hoy.

La mirada de la doctora se tornó dura. Como si estuviera diciéndose que la invitación a cenar en realidad había sido una especie de encerrona.

—Un momento. No es lo que está pensando. Antes no le he mentido, pero tampoco le he dicho toda la verdad sobre Pell. Me refiero a este caso que estoy investigando. El caso en que fue encontrado ADN de Pell en el cuerpo de la víctima. Pero ocurrió hace veintidós años.

La sospecha cedió paso al asombro en el rostro de la doctora.

—Lo sé —dijo él—. No tiene el menor sentido. Pero es lo que hay. Su sangre se encontró en una muchacha asesinada hace veintidós años.

—Pero él entonces tendría ocho años de edad. Eso es imposible.

—Lo sé. Estamos considerando la posibilidad de que se trate de un error en el laboratorio. Mañana voy a investigar este punto, pero el hecho era que tenía que ver a Pell, ya que antes de que usted me dijera que era homosexual, él era el sospechoso ideal... de haber tenido acceso a una máquina del tiempo o algo por el estilo.

El camarero se presentó con los platos y una bolsa con un recipiente con la sopa. Bosch pidió que le trajera la cuenta en el acto, para poder pagar y marcharse tan pronto como terminasen de cenar.

—¿Qué es lo que quiere de mí? —preguntó Stone cuando de nuevo estuvieron a solas.

—Nada. ¿Qué es lo que quiere decir?

—¿De verdad piensa que voy a revelar información confidencial a cambio de medio bocadillo de pavo?

Bosch no supo decir si estaba hablando en broma o no.

—No. Simplemente pensé que... hay algo en usted que me gusta. Y hoy no me he comportado del modo adecuado. Eso es todo.

Stone comió en silencio durante un largo rato. Bosch no insistió. Cada vez que sacaba a colación el caso que estaba investigando, todo parecía enfriarse entre los dos.

—Hay algo —repuso ella—. Es todo cuanto puedo decirle.

—Mire, lo mejor es que no me cuente nada. Hoy he ido a buscar los expedientes de Pell en la junta para la concesión de la libertad condicional. Y en ellos van a estar todos sus informes psicológicos.

Con la boca llena, Stone esbozó una sonrisa sarcástica.

—Lo que encontrará serán análisis psicológicos del tipo estándar e informes de media página. Que nunca pasan de la superficie.

Bosch levantó la mano para cortar por lo sano.

—Mire, doctora, no estoy tratando de conseguir que renuncie a la confidencialidad. Mejor hablemos de otras cosas.

—No me llame doctora, por favor.

—Perdón.

—Llámeme Hannah.

—Muy bien. Hannah. Hannah, hablemos de otras cosas.

—Muy bien. ¿De qué?

Bosch guardó silencio mientras se esforzaba en pensar en algo. Muy pronto los dos se echaron a reír.

Pero no volvieron a mencionar a Clayton Pell.

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