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La Unidad de Casos Abiertos/No Resueltos tenía acceso a las dos salas de reuniones del quinto piso, igual que todas las demás unidades de la Brigada de Robos-Homicidios. Por lo general, los inspectores tenían que reservar hora para una u otra sala firmando en la pizarrita colgada de la puerta. Pero siendo lunes y tan temprano por la mañana, ambas salas estaban vacías, por lo que Bosch, Chu, Shuler y Dolan entraron en la más pequeña de las dos sin necesidad de reservarla.

Llevaban consigo la ficha de asesinato y la pequeña caja con las pruebas halladas en 1989.

—Muy bien —dijo Bosch cuando todos estuvieron sentados—. Entonces ¿estáis de acuerdo en que Chu y yo asumamos este caso? Si no lo estáis, podemos ir a ver a la teniente y decirle que os interesa mucho seguir llevándolo vosotros.

—No, está bien —aceptó Shuler—. Los dos estamos muy ocupados con el juicio, de modo que ya está bien así. Es nuestro primer caso en la unidad y nos interesa conseguir que el veredicto sea de culpabilidad.

Bosch asintió y abrió la ficha de asesinato.

—Entonces ¿podríais hacernos un resumen del caso?

Shuler hizo un gesto de asentimiento y empezó a resumir el caso de 1989 mientras Bosch hojeaba los papeles que había en la carpeta.

—La víctima tenía diecinueve años y se llamaba Lily Price. La raptaron en plena calle un domingo por la tarde mientras volvía de la playa de Venice y se dirigía a su apartamento. En su momento se concluyó que la habían raptado en un punto situado entre Speedway y Voyage. Price vivía en Voyage, en un apartamento que compartía con otras tres personas. Una de esas personas estuvo con ella en la playa, mientras que las otras dos se encontraban en el piso. Y Price desapareció en un punto entre la playa y el piso. Dijo que iba un momento al piso para usar el cuarto de baño, pero nunca llegó al apartamento.

—En la playa dejó la toalla y el walkman —explicó Shuler—. Y un frasco de crema de protección solar. Así que está claro que su intención era volver. Pero no lo hizo.

—El cuerpo se encontró a la mañana siguiente en las rocas junto al mar —prosiguió Dolan—. Estaba desnuda y la habían violado y estrangulado. La ropa no se encontró nunca. Le habían quitado la ligadura de las muñecas.

Bosch ojeó las hojas de plástico a las que estaban fijadas las desvaídas fotos Polaroid de la escena del crimen. Al mirar a la víctima, no pudo evitarlo y se acordó de su propia hija, quien, a sus quince años, tenía toda la vida por delante. Hubo una época en la que al ver fotografías de ese tipo sentía que en su interior se caldeaba el fuego necesario para convertirse en implacable. Pero desde que Maddie se había ido a vivir con él, cada vez le resultaba más difícil mirar a las víctimas.

Sin embargo, no por ello el fuego dejaba de arder en su interior.

—¿De dónde procede el ADN? —preguntó—. ¿Del semen?

—No. El asesino usó un condón. O no llegó a eyacular —dijo Dolan—. No había rastros de semen.

—El ADN procede de una pequeña mancha de sangre —informó Shuler—. La mancha estaba en el cuello, justo detrás de la oreja derecha. Pero la chica no tenía ninguna herida en esa zona. Por lo que supusieron que la sangre era del asesino, que posiblemente se hizo un corte en la lucha o estaba sangrando de alguna forma. No era más que una gota. Una manchita de nada. La muchacha fue estrangulada con una ligadura. Si la estranguló por la espalda, es posible que su mano estuviera en contacto con esa parte del cuello. Y si tenía un corte en la mano...

—Un depósito por transferencia —terció Chu.

—Exacto.

Bosch encontró la Polaroid que mostraba el cuello de la víctima y la mancha de sangre. La foto estaba muy descolorida por el paso del tiempo, de modo que la sangre casi no se veía. Sobre el cuello de la joven habían puesto una regla para que la mancha de sangre pudiera medirse en la foto. Su extensión era de poco más de dos centímetros.

—Así que recogieron y guardaron esta muestra de sangre —sugirió Harry, para que le dieran explicaciones adicionales.

—Sí —dijo Shuler—. Como no era más que una mancha, tomaron la muestra con un bastoncillo de algodón. El tipo de sangre resultó ser cero positivo. El bastoncillo lo guardaron en un pequeño tubo, que encontramos en el registro cuando reabrimos el caso. La sangre se había convertido en polvo.

Shuler dio unos golpecitos con el bolígrafo en la parte de arriba del archivador.

El teléfono móvil de Bosch empezó a vibrar en su bolsillo. Normalmente hubiera dejado que respondiera el contestador, pero ese día su hija estaba enferma, no había ido al colegio y se encontraba sola en casa. Necesitaba asegurarse de que no era ella quien llamaba. Sacó el móvil del bolsillo y miró la pantalla. No se trataba de su hija, sino de una antigua compañera de trabajo, Kizmin Rider, que ahora era teniente y estaba asignada a la oficina del jefe de policía. Decidió que le devolvería la llamada después de la reunión. Bosch y Rider acostumbraban a almorzar juntos una vez al mes aproximadamente, y Harry supuso que Kizmin probablemente tendría el día libre o que quizá lo estaba llamando porque se había enterado de la aprobación de la extensión de su contrato durante cuatro años más de acuerdo con el plan DROP. Volvió a meterse el teléfono en el bolsillo.

—¿Abristeis el tubo? —preguntó.

—Por supuesto que no —contestó Shuler.

—Ya. Así que hace cuatro meses enviasteis el tubo con el bastoncillo y lo que quedaba de sangre al laboratorio regional, ¿es así? —preguntó.

—Exacto —dijo Shuler.

Bosch terminó de ojear la ficha del asesinato y se centró en el informe de la autopsia. Su actitud era la de estar más interesado en lo que veía que en lo que oía.

—Y, por entonces, ¿enviasteis alguna otra cosa al laboratorio?

—¿Del caso Price? —repuso Dolan—. No. La muestra de sangre fue la única prueba biológica que encontraron en su momento.

Bosch asintió, animándola a continuar.

—Pero la muestra no les llevó a nadie —explicó Dolan—. Nunca llegaron a dar con un sospechoso. ¿A quién apunta el resultado en frío?

—De eso hablaremos en un momento —dijo Bosch—. Lo que quería decir era si enviasteis al laboratorio material de otros casos en los que estuvierais trabajando. ¿O es que solo estabais ocupados en este caso?

—No, no enviamos nada más. Este era nuestro único caso en ese momento —respondió Shuler, cuyos ojos se fruncieron con expresión de sospecha—. ¿Qué es lo que está pasando aquí, Harry?

Bosch metió la mano en el bolsillo interior de la americana y sacó el papel con los resultados. Lo puso en la mesa y lo deslizó hacia Shuler.

—Los resultados apuntan a un criminal sexual, así que todo encaja a la perfección. Salvo por un pequeño detalle.

Shuler desplegó el papel. Dolan y él acercaron los rostros para leerlo, tal y como Bosch y Chu habían hecho antes.

—¿Qué detalle? —dijo Dolan, que no se había fijado en las implicaciones de la fecha de nacimiento—. Este tipo se ajusta como un guante.

—Se ajusta ahora —matizó Bosch—. Pero entonces tenía ocho años.

—Lo dirás en broma —soltó Dolan.

—¿Qué coño...? —secundó Shuler.

Dolan arrebató el papel a su compañero para cerciorarse de la fecha de nacimiento. Shuler se arrellanó en el asiento y miró a Bosch con la suspicacia en los ojos.

—Así que piensas que la jodimos y que hemos mezclado un caso con otro —dijo.

—Nada de eso —indicó Bosch—. La teniente nos pidió que comprobáramos la posibilidad, pero yo no veo que la hayáis jodido en absoluto.

—Entonces la cosa pasó en el laboratorio regional —dijo Shuler—. ¿Os dais cuenta? Si la han cagado con esto, todos los abogados defensores de la ciudad van a poner en duda los análisis de ADN hechos en el laboratorio.

—Sí, ya lo he pensado —repuso Bosch—. Razón de más para tener la boca cerrada hasta que sepamos qué es lo que ha pasado. Hay otras posibilidades.

Dolan levantó el papel con el resultado.

—Ya —dijo—. Pero ¿y si resulta que nadie la ha jodido? ¿Y si la sangre que encontraron en la chica muerta efectivamente era la de este chaval?

—¿Un niño de ocho años que rapta a una joven de diecinueve en plena calle, la viola, la estrangula y abandona su cadáver cuatro manzanas más allá? —intervino Chu—. Es imposible que eso haya sucedido.

—Bueno, pero es posible que el chaval estuviera allí —observó Dolan—. Quizá fue así como se inició en los crímenes sexuales. Ya habéis visto su ficha. Este individuo encaja... Salvo por la edad.

Bosch asintió.

—Es posible —convino—. Como acabo de decir, hay otras posibilidades. Todavía no hay razón para dejarnos llevar por el pánico.

Su móvil se puso a vibrar otra vez. Lo sacó del bolsilo y vio que de nuevo era Kiz Rider. Dos llamadas en cinco minutos. Se dijo que lo mejor era responder. No lo estaba llamando con la idea de quedar para comer.

—Tengo que salir un segundo.

Se levantó y respondió a la llamada mientras salía de la sala de reuniones al pasillo.

—¿Kiz?

—Harry, he estado tratando de llamarte para ponerte sobre aviso.

—Estoy en una reunión. ¿De qué me tienes que avisar?

—De que van a convocarte a la oficina del jefe de policía.

—¿Quieres que suba al décimo piso?

En el nuevo edificio de la policía, los despachos de la jefatura estaban en la décima planta y tenían una pequeña terraza con vistas al edificio administrativo del centro cívico.

—No. Nos vemos en Sunset Strip. Van a ordenarte que vayas a la escena de un crimen y asumas el caso. Y la cosa no va a gustarte.

—Mira, teniente, esta misma mañana me han asignado un caso. No necesito otro más.

Harry se estaba dirigiendo a ella por la graduación con el fin de expresar su contrariedad. Las convocatorias a la oficina del jefe de policía y los casos que se asignaban allí siempre suponían un problema por las consabidas implicaciones políticas. A veces era muy difícil navegar por aguas tan turbulentas.

—Nuestro amigo no te va a dejar elección, Harry.

El «amigo» era, por supuesto, el jefe de policía.

—¿De qué va el caso?

—Alguien que se ha tirado por un balcón del Chateau Marmont.

—¿Quién?

—Harry, creo que lo mejor es esperar a que el jefe te llame. Yo solo quería...

—¿De quién se trata, Kiz? Me conoces y sabes que soy capaz de mantener un secreto hasta que deja de ser un secreto.

Rider hizo una pausa antes de responder.

—Por lo que sé, los restos no son muy reconocibles. La caída ha sido de siete pisos hasta la acera. Pero la identificación inicial es la de George Thomas Irving, cuarenta y seis años de edad, un metro y...

—¿Irving? ¿Como Irvin Irving? ¿Como el concejal Irvin Irving?

—El azote del cuerpo de policía de Los Ángeles... Y del inspector Harry Bosch en particular. El mismo que viste y calza. El muerto es su hijo, y el concejal Irving ha insistido ante el jefe en que seas tú quien lleve la investigación. El jefe le ha dicho que no habría ningún problema.

Bosch se quedó con la boca abierta un instante.

—¿Y cómo es que Irving quiere que sea yo? Ese hombre se ha pasado media vida en la policía y en la política tratando de acabar con mi carrera profesional.

—Pues no lo sé, Harry. Lo único que sé es que te quiere a ti.

—¿Cuándo os habéis enterado?

—La llamada la hicieron hacia las seis menos cuarto de esta mañana. Por lo que entiendo, todavía no está claro en qué momento se produjo la cosa.

Bosch consultó su reloj de pulsera. El caso ya tenía sus buenas tres horas. Y era más bien tarde para emprender la investigación de una muerte. Iba a empezar con desventaja.

—¿Y qué es lo que hay que investigar? —preguntó—. Me has dicho que el hombre se tiró por la ventana.

—Los primeros en llegar fueron los de la comisaría de Hollywood. Determinaron que había sido un suicidio con la idea de dar el caso por cerrado. Pero entonces llegó el concejal, que no termina de aceptar que sea así. Por eso quiere que lo investigues.

—Pero ¿el jefe está al corriente de los problemas que he tenido con Irving...?

—Sí que lo está. Y también sabe que necesita todos los votos posibles en el Ayuntamiento para que autoricen que en el cuerpo de policía volvamos a cobrar las horas extras.

Bosch vio que su superiora, la teniente Duvall, venía por el pasillo hacia la Unidad de Casos Abiertos/No Resueltos. Duvall lo localizó con la mirada y se dirigió hacia él.

—Me parece que van a informarme de modo oficial —musitó Bosch al teléfono—. Gracias por el soplo, Kiz. No le veo ningún sentido a nada de todo esto, pero gracias. Si oyes alguna otra cosa, dímelo.

—Harry, ándate con cuidado en lo referente a este caso. Irving ya está muy mayor, pero sigue siendo peligroso.

—Lo sé.

Bosch desconectó el móvil en el mismo momento en que Duvall llegaba a su lado con un papel en la mano.

—Lo siento, Harry. Cambio de planes. Chu y tú tenéis que ir a esta dirección y ocuparos de un nuevo caso.

—¿Y ahora qué me está diciendo?

Bosch se fijó en la dirección. Era la del Chateau Marmont.

—Órdenes de la oficina del jefe. Chu y tú pasáis a estar en el código tres y a haceros cargo de otro caso. Es todo lo que sé. Además de que el jefe está esperándoos en persona.

—¿Y qué pasa con el caso que acaba de asignarnos?

—Aparcadlo por el momento. Quiero que sigáis llevándolo, pero cuando podáis.

Señaló el papel que tenía en la mano.

—La prioridad ahora es esta.

—¿Está segura, teniente?

—Pues claro que estoy segura. El jefe me ha llamado directamente y también va a llamarlo a usted. Así que hable con Chu y pónganse en marcha.

Cuesta abajo

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