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ОглавлениеNos trasladamos a nuestro nuevo bufete el sábado por la mañana. Era una oficina con tres habitaciones en un edificio situado en la esquina de Victory con Van Nuys Boulevard. El sitio incluso se llamaba Victory Building, cosa que me gustaba. Además, el despacho estaba totalmente amueblado y a tan solo dos manzanas del juzgado donde iba a celebrarse la vista del caso de Lisa Trammel.
Todos ayudaron con la mudanza. Incluso Rojas, con una camiseta y unos pantalones cortos anchos que dejaban a la vista los tatuajes que cubrían sus brazos y piernas por entero. No sabía qué resultaba más impactante, si ver los tatuajes o ver a Rojas vestido con otra cosa que no fuera el traje que siempre llevaba puesto cuando me conducía por la ciudad.
En el nuevo bufete iba a tener mi propio despacho, mientras que Cisco y Aronson compartirían el otro, de mayor tamaño, y Lorna se encargaría del área de recepción situada entre ambos. Era todo un cambio pasar del asiento trasero de un Lincoln a una oficina con techos a tres metros de altura, un escritorio de los buenos y un sofá en el que echar cabezaditas. Lo primero que hice tras instalarme fue usar el amplio espacio y el suelo de madera pulimentada para dispersar las más de ochocientas páginas de documentos de la descripción de pruebas que Andrea Freeman me había entregado.
La mayoría de los papeles procedían del WestLand y en gran parte no eran más que paja. Se trataba de la respuesta pasivaagresiva de Freeman a los requerimientos de la defensa. Había decenas y decenas de páginas y paquetes de datos sobre la política y los procedimientos del banco, así como otros documentos que no me hacían falta. Los puse todos en un montón. También había copias de todas las notificaciones enviadas directamente a Lisa Trammel, con la mayoría de las cuales ya estaba familiarizado. Esas fueron a parar a un segundo montón. Y finalmente había copias de las comunicaciones internas del banco, y también de las comunicaciones entre la víctima, Mitchell Bondurant, y la empresa externa que el banco utilizaba para llevar a cabo las ejecuciones hipotecarias.
La empresa se llamaba ALOFT, y estaba familiarizado con ella porque había sido mi adversaria en al menos la tercera parte de mis casos de desahucio. ALOFT era una especie de trituradora industrial, una compañía que presentaba y seguía todos los documentos requeridos en el largo proceso de un desahucio. Se trataba de una intermediaria que permitía que los banqueros y otros prestamistas no se mancharan las manos en el sucio negocio de arrebatarle su hogar a la gente. Las empresas como ALOFT hacían el trabajo sin necesidad de que el banco tuviera que mandar una sola carta al cliente que iba a ser desahuciado.
Ese era el montón de correspondencia que más me interesaba, y en él encontré el documento que iba a cambiar el curso del caso.
Me senté tras el escritorio y examiné el teléfono. Tenía más teclas de las que iba a necesitar en la vida. Finalmente encontré la tecla de comunicación interna; la pulsé.
—¿Hola?
Nada. La pulsé de nuevo.
—¿Cisco? ¿Bullocks? ¿Estáis ahí?
Nada. Me levanté y fui hacia la puerta, decidido a comunicarme con mi personal al estilo tradicional, cuando finalmente llegó una respuesta desde el otro lado del altavoz.
—Mickey, ¿eres tú?
Era la voz de Cisco. Volví corriendo al escritorio y pulsé la tecla de comunicación interna.
—Sí, soy yo. ¿Puedes venir un momento? ¿Y traer a Bullocks?
—Oído cocina.
Mi investigador y mi pasante se presentaron al cabo de unos minutos.
—¿Qué es todo esto, jefe? —dijo Cisco, mirando los montones de documentos en el suelo—. Se supone que una oficina sirve para tener los papeles metidos en cajones, archivadores y estanterías.
—Ya me ocuparé del asunto —indiqué—. Cerrad la puerta y sentaos.
Una vez acomodados, los miré a través de mi gran escritorio de alquiler y me eché a reír.
—Todo esto me resulta muy raro —confesé.
—Creo que acabaré por pillarle el gusto a eso de tener un despacho —dijo Cisco—. Aunque no sé si Bullocks...
—¿Cómo que no? —protestó Aronson—. El año pasado estuve de becaria en Shandler, Massey y Ortiz, y tenía un despacho para mí sola.
—Bueno, la próxima vez quizá tengas un despacho propio —dije—. Y ahora volvamos a lo nuestro. Cisco, ¿le llevaste el portátil a ese tipo que conoces?
—Sí. Ayer por la mañana. Le dije que era un encargo urgente.
Estábamos hablando del ordenador portátil de Lisa, que la fiscalía nos había devuelto junto con su teléfono móvil y las cuatro cajas con documentos.
—¿Y crees que podrá contarnos qué estuvieron mirando los de la fiscalía?
—Me dijo que podría darnos un listado con los archivos que abrieron y el tiempo que estuvieron abiertos. Con eso deberíamos hacernos una idea de qué fue lo que más les interesó. Pero yo no me haría muchas ilusiones.
—¿Por qué?
—Porque Freeman no se resistió mucho a entregarnos el ordenador. No creo que nos lo hubiera devuelto si hubiera sido tan importante para ella.
—Es posible.
Ni él ni Aronson estaban al corriente del trato al que había llegado con Freeman ni de las presiones a las que la había sometido. Me giré hacia Aronson. Después de que a principios de semana hubiera redactado las solicitudes de desestimación, le había mandado estudiar el entorno de la víctima. Eso fue después de que a Cisco, durante la investigación, le llegaran algunos indicios preliminares de que no todo iba bien en la vida personal de Mitchell Bondurant.
—Bullocks, ¿qué has averiguado sobre la víctima?
—Bueno, aún me queda mucho por hacer, pero no hay duda de que iba directo hacia el precipicio. Al económico, quiero decir.
—¿Cómo es eso?
—Bueno, cuando la situación era buena y era fácil conseguir crédito, el hombre se metió de lleno en el negocio inmobiliario. Entre 2002 y 2007 compró y revendió veintisiete propiedades, residenciales en su mayoría. Ganó bastante dinero y lo invirtió en proyectos de todavía mayor envergadura. Pero la economía entonces se vino abajo, y de pronto se encontró con el agua al cuello.
—¿Con unas hipotecas que no podía pagar?
—Exacto. En el momento de su muerte era propietario de cinco grandes propiedades que de repente no valían lo que había pagado. Según parece, llevaba más de un año tratando de venderlas, sin que nadie se interesara. Y tres de ellas tenían unos pagos de cuota final previstos para este mismo año, lo cual iba a aumentar la deuda que ya tenía en dos millones de dólares más.
Me levanté y rodeé el escritorio. Empecé a pasearme por el despacho. El informe de Aronson era muy interesante. En aquel momento no sabía bien cómo iba a utilizarlo, pero sí tenía claro que iba a hacerlo. Solo teníamos que hablarlo.
—Muy bien, pues Bondurant, vicepresidente de la división de préstamos hipotecarios del WestLand, estaba siendo víctima de la misma situación que muchas de las personas a las que estaba desahuciando. Cuando el dinero fluía sin problemas firmó unas hipotecas con cuota final a cinco años, pensando —como todos los demás— que revendería las propiedades o las rehipotecaría mucho antes de que transcurrieran esos cinco años.
—Solo que la economía se fue a tomar viento —dijo Aronson—. Bondurant no podía vender las casas ni tampoco rehipotecarlas, porque no valían lo que en su momento pagó por ellas. Ningún banco accedería, ni siquiera el suyo.
Aronson tenía el rostro algo enfurruñado.
—Has hecho un buen trabajo, Bullocks. ¿Qué problema hay?
—Bueno, me pregunto qué tiene que ver todo esto con el asesinato.
—Quizá nada. Quizá todo.
Volví a sentarme tras el escritorio. Le pasé el documento de tres páginas que había encontrado entre los papeles que me había entregado la fiscalía. Lo cogió y lo sostuvo en alto para que Cisco también pudiera leerlo.
—¿Qué es esto? —preguntó.
—Creo que es la pista que necesitamos.
—Me he dejado las gafas de leer en mi despacho —dijo Cisco.
—Léelo, Bullocks.
—Es una copia de una carta certificada enviada por Bondurant a Louis Opparizio, de A. Louis Opparizio Financial Technologies, empresa más conocida como ALOFT. Dice: «Apreciado Louis, le adjunto correspondencia enviada por un abogado llamado Michael Haller, quien representa a la propietaria en uno de los casos de desahucio que está llevando para WestLand». Da el nombre de Lisa, el número del préstamo y la dirección de la casa. Y continúa: «En su carta, el señor Haller alega que en este caso se han perpetrado numerosas irregularidades de tipo fraudulento. Como verá, Haller menciona ejemplos concretos, todos ellos llevados a cabo por ALOFT. Como sabe y hemos hablado antes, se han dado otras quejas parecidas. Estas nuevas alegaciones contra ALOFT, en caso de ser ciertas, han puesto al WestLand en una situación vulnerable, y más si consideramos el reciente interés del Gobierno por este aspecto del negocio hipotecario. A no ser que lleguemos a algún tipo de trato y entendimiento, voy a recomendar al consejo que el WestLand rescinda el contrato con su empresa y deje de operar con ella de inmediato, lo cual obligaría automáticamente al banco a presentar un IAS a las autoridades competentes. Por favor, contacte conmigo tan pronto como pueda para hablar más en detalle sobre estas cuestiones». Eso es todo. Viene con una copia de tu carta original y una copia del impreso de correos. La carta está firmada por una tal Natalia... El apellido no se entiende bien. Empieza por L.
Me arrellané en mi sillón giratorio de ejecutivo y les sonreí mientras hacía girar un sujetapapeles entre los dedos como un prestidigitador. Empeñada en hacerse notar, Aronson fue la primera en hablar.
—Así pues, Bondurant estaba cubriéndose las espaldas. Porque seguro que sabía perfectamente lo que estaba haciendo ALOFT. Los bancos son uña y carne con este tipo de empresas. Les da igual cómo actúen; lo que cuenta son los resultados. Pero al enviar esta carta, Bondurant estaba distanciándose de ALOFT y sus prácticas poco escrupulosas.
Me encogí de hombros como diciendo que era posible.
—«Trato y entendimiento» —dije.
Los dos me miraron perplejos.
—Es lo que dice en la carta: «A no ser que lleguemos a algún tipo de trato y entendimiento...».
—Bueno, ¿y eso qué significa? —preguntó Aronson.
—Hay que leer entre líneas. No me parece que Bondurant estuviera distanciándose del asunto. Yo diría que esa carta es una amenaza. Creo que lo que significa es que Bondurant quería quedarse con parte del pastel de ALOFT. Quería entrar en el negocio y, a la vez, estaba cubriéndose las espaldas al mandar esa carta, sí, pero creo que su intención final era otra. Lo que quería era que le cedieran parte del negocio, o iba a quitárselo de las manos a Opparizio. Incluso amenazaba con presentar un IAS.
—¿Qué es un IAS exactamente? —preguntó Aronson.
—Un informe de actividades sospechosas —aclaró Cisco—. Es un impreso rutinario. Los bancos presentan informes de este tipo por cualquier cosa.
—¿A quién?
—Al regulador financiero, al FBI, al Servicio Secreto a quienes les da la gana, de hecho.
Me estaba dando cuenta de que no había terminado de explicarme bien.
—¿Tenéis idea de la cantidad de dinero que está ganando ALOFT? —pregunté—. Diría que esta compañía interviene en cerca de la tercera parte de nuestros casos. Sé que no es muy científico, pero si hacemos una extrapolación y suponemos que ALOFT lleva la tercera parte de todos los casos en el condado de Los Ángeles, estamos hablando de millones y millones en beneficios. Dicen que solo en California habrá tres millones de desahucios durante los próximos cinco años.
»Y además está la cuestión de la compra.
—¿Qué compra? —preguntó Aronson.
—Tienes que leer los periódicos. Opparizio está intentanto vender ALOFT a un gran fondo de inversión, una compañía llamada LeMure. LeMure cotiza en bolsa, por lo que cualquier tipo de polémica sobre una de sus próximas adquisiciones podría influir en el acuerdo y también en el valor de las acciones. Así que no nos engañemos; si Bondurant estaba lo bastante desesperado, seguramente podía montar un buen follón, y sacar aún más dinero del que tenía previsto.
Cisco asintió con la cabeza, siendo el primero en mostrarse de acuerdo con mi hipótesis.
—Muy bien, entonces tenemos a Bondurant en una situación económica desesperada —dijo—. Y tres cuotas finales a punto de vencer. Así que se le ocurre tratar de sacar tajada de Opparizio, del acuerdo con LeMure y de todo el jugoso negocio de los desahucios. ¿Y por eso le asesinan?
—Exacto.
Ya tenía a Cisco convencido. Hice girar la silla para mirar directamente a Aronson.
—No sé qué decir —repuso—. Es una conclusión muy arriesgada. Y va a ser difícil de demostrar.
—¿Quién dice que tenemos que demostrarla? Lo que tenemos que hacer es encontrar el modo de exponérsela al jurado.
Lo cierto era que no teníamos que demostrar un carajo. Solo teníamos que sugerir la posibilidad y dejar que el jurado se encargara de lo demás. Bastaba con sembrar las semillas de una duda razonable. Para establecer la hipótesis de inocencia. Me eché hacia delante por encima del gran escritorio de madera y miré a mis empleados.
—Esta es la teoría en que basaremos nuestra defensa. Opparizio va a ser nuestro cabeza de turco. El hombre al que presentaremos como culpable. El jurado le señalará con el dedo y nuestra cliente será absuelta.
Les miré a ambos a la cara pero no reaccionaron. Seguí con mi alegato.
—Cisco, quiero que te concentres en Louis Opparizio y su empresa. Consígueme todo lo que haya por ahí: historia, socios conocidos, todos los detalles de la fusión. Quiero saber más cosas sobre ese acuerdo y sobre ese individuo de las que él mismo sabe. Tengo la intención de solicitar documentos internos de ALOFT la semana que viene. Tratarán de impedirlo, pero la cosa servirá para sembrar algo de cizaña.
Aronson meneó la cabeza.
—A ver un momento —dijo—. ¿Estás diciendo que todo esto es una patraña? ¿Que es una simple maniobra de la defensa y que ese tal Opparizio en realidad no ha hecho nada? Pero, ¿y si estamos en lo cierto en lo referente a Opparizio y ellos se están equivocando con Lisa Trammel? ¿Y si ella en realidad es inocente?
Me miró con una ingenua esperanza en los ojos. Sonreí y miré a Cisco.
—Díselo.
Mi investigador se giró en dirección a la joven pasante.
—A ver, jovencita. Eres nueva en todo esto, así que no vamos a tenértelo en cuenta. Pero nosotros nunca hacemos esa pregunta. No importa si nuestros clientes son culpables o inocentes. Nos dejamos la piel por ellos igualmente.
—Sí, pero...
—No hay pero que valga —intervine—. Estamos hablando de estrategias de defensa. De formas de proporcionar a nuestro cliente la mejor defensa posible. Y vamos a seguir estas estrategias con independencia de si el cliente es culpable o inocente. Tenlo muy claro si quieres especializarte en la defensa penal. Al cliente nunca hay que preguntarle si lo hizo o no lo hizo. Afirmativa o negativa, la respuesta solo es una distracción. Así que lo mejor es no saberlo.
Sus labios, muy cerrados, formaban una línea delgada.
—¿Has leído a Tennyson? —pregunté—. ¿La carga de la Brigada Ligera?
—¿Y esto qué... ?
—«No estaban allí para razonar, no estaban sino para vencer o morir». Hazte a la idea de que somos la Brigada Ligera, Bullocks. Y que nos enfrentamos a un ejército que tiene más soldados, más armamento, más de todo. En la mayoría de los casos nos lanzamos a un ataque suicida. Sin posibilidad de supervivencia. Sin posibilidad de ganar. Pero a veces nos encontramos con un caso en el que hay una oportunidad. Quizá sea remota, pero está ahí. Así que vamos a por ella. Nos lanzamos al ataque... Y no hacemos preguntas de esa clase.
—En realidad creo que es «vencer y morir». Ahí está el sentido del poema. No podían elegir entre vencer o morir. Tenían que vencer y morir.
—Así que has leído a Tennyson. Pero a mí me gusta más lo de «vencer o morir». La cuestión es: ¿mató Lisa Trammel a Mitchell Bondurant? Yo no lo sé. Trammel dice que no, y a mí me vale con eso. Si a ti no te vale, te aparto del caso y vuelves a los desahucios a tiempo completo.
—No —dijo Aronson al momento—. Quiero trabajar en este caso. Hablo en serio.
—Muy bien. No hay muchos abogados que trabajen como segundo de la defensa en un caso de asesinato diez meses después de haberse licenciado en derecho.
Me miró con los ojos muy abiertos.
—¿Segundo de la defensa?
Asentí con la cabeza.
—Te lo mereces. Has hecho un muy buen trabajo en este caso.
De repente se le esfumó el brillo de los ojos.
—¿Qué pasa?
—Que no entiendo por qué no se pueden hacer las dos cosas a la vez. Ya me entiendes, darlo todo en la defensa de un cliente pero siguiendo unas consideraciones éticas. Intentar conseguir el mejor resultado posible.
—¿El mejor resultado para quién? ¿Para tu cliente? ¿Para la sociedad? ¿O para ti? Tu responsabilidad es para con tu cliente y para con la ley, Bullocks. Y punto.
La miré largamente antes de agregar:
—No me vengas con eso de las consideraciones éticas. Ese camino ya me lo conozco. Y no te lleva a ninguna parte.