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ОглавлениеTras pasar gran parte del día organizando el nuevo despacho, no llegué a casa hasta casi las ocho. Me encontré a mi exmujer sentada en los escalones del porche. Nuestra hija no estaba con ella. Durante el último año nos habíamos visto bastantes veces sin la compañía de Hayley, y me encantaba la perspectiva de otro de esos encuentros. Estaba física y mentalmente hecho polvo después de un día de tanto trabajo, pero podía remontar fácilmente por Maggie «la Fiera».
—Hola, Mags. ¿Has olvidado la llave?
Se levantó, y su postura rígida y el modo en que se limpió el polvo de la parte trasera de los pantalones vaqueros me indicaron que algo no iba bien. Llegué al escalón superior y fui a darle un beso —en la mejilla, nada más—. Pero se apartó de inmediato y confirmó mis sospechas.
—Es lo mismo que hace Hayley —dije—. Girarme la cara cuando voy a darle un beso.
—Ya, pero es que no he venido para eso, Haller. No he usado mi llave porque pensé que si encontrabas a una fiscal en tu casa igual te daba por considerarlo un conflicto de intereses.
Lo entendí todo.
—¿Hoy ha habido yoga? ¿Has visto a Andrea Freeman?
—Así es.
De repente, dejé de ver posible la remontada. Abrí la puerta con la expresión lastimosa de un reo al que han castigado indignamente a entrar por su cuenta en la habitación donde van a aplicarle la inyección letal.
—Pasa, pasa. Será mucho mejor que aclaremos todo este asunto cuanto antes.
Entró sin perder un segundo; mis últimas palabras no habían hecho sino irritarla más aún.
—Lo que has hecho es despreciable. Usar a nuestra hija de una forma tan desconsiderada...
Me giré.
—¿Usar a nuestra hija? Yo no he hecho nada parecido. Nuestra hija está metida en medio de todo este asunto y yo me he enterado por accidente.
—Da igual. Me das asco.
—No, solamente soy un abogado defensor. Y resulta que tu buena amiga Andy se puso a hablar de mí y de mi caso con mi exmujer delante de mi hija. Y luego nos mintió de una forma descarada.
—¿Qué estás diciendo? La niña no miente.
—No estoy hablando de Hayley. Estoy hablando de Andy. El mismo día que le asignaron el caso le pregunté si te conocía, y me respondió que solo de vista. Estarás de acuerdo conmigo en que no es el caso. Y no puedo jurarlo, pero diría que si se lo contáramos a diez jueces, los diez considerarían que ahí hay un conflicto de intereses.
—Mira, no estábamos hablando ni de ti ni del caso. El tema salió inesperadamente mientras almorzábamos. ¿Qué se supone que tengo que hacer? ¿Pegarle un corte a una amiga por ti? Las cosas no funcionan así.
—Si la cosa no tenía importancia, ¿por qué me mintió?
—Tampoco es que fuera exactamente una mentira. Andy y yo no somos amigas íntimas, ni nada por el estilo. Y seguramente tampoco quería que te metieras en el asunto como has terminado haciendo.
—Así que ahora hay un ránking de mentiras. Algunas son inexactas y no tienen importancia. No hay que tomarlas en cuenta.
—No seas capullo, Haller.
—Mira, ¿quieres tomar una copa?
—No quiero tomar nada. He venido a decirte que no solo nos has metido en una situación embarazosa a mí y a tu hija, sino también a ti mismo. Realmente, has caído muy bajo, Haller. Has utilizado las palabras inocentes de tu propia hija para sacar ventaja. Muy bajo.
Yo seguía con el maletín en la mano. Lo dejé en la mesita de la cocina. Puse la mano en el respaldo de una de las sillas, y me apoyé mientras trataba de dar con una respuesta.
—Vamos, hombre —me azuzó Maggie—. Siempre has sido de respuestas rápidas. El gran superabogado. A ver qué tienes que contarnos ahora.
Me eché a reír y sacudí la cabeza. Maggie estaba guapísima cuando algo la enfurecía. Desarmaba a cualquiera, y lo peor era que se daba cuenta. O eso me parecía.
—Muy divertido, ya lo creo. Amenazas con hundirla profesionalmente y luego te partes de risa.
—No la amenacé con hundirla profesionalmente. La amenacé con hacer que la apartaran del caso. Y no, no me parto de risa. Es solo que...
—¿Qué, Haller? ¿Es solo que qué? Me he pasado dos horas sentada ahí fuera preguntándome si ibas a venir, porque quería saber cómo has podido hacer algo así.
Me aparté de la mesa y pasé a la ofensiva, acercándome a ella mientras hablaba, obligándola a retroceder hasta encajonarla en un rincón, mientras señalaba con el dedo a unos centímetros de su pecho.
—Lo hice porque soy abogado defensor y tengo el compromiso de defender a mis representados de la mejor forma que pueda. Y sí, es verdad que vi la oportunidad de sacar ventaja. Está claro que tu buena amiga «Andy» y tú cruzasteis el límite. No es que hicierais nada malo, hasta donde yo sé. Pero el hecho es que lo cruzasteis. Si saltas un vallado en el que hay un letrero de prohibido el paso, el mal ya está hecho, aunque luego retrocedas. Así que me di cuenta de vuestro salto y lo usé a mi favor, para conseguir algo que necesitaba para defender a mi cliente. Algo que normalmente me hubieran proporcionado sin mayor problema, pero que tu amiga se empeñaba en retener simplemente porque podía hacerlo.
»¿Se atendió a las normas? Sí. ¿Fue justo? No. Y una de las razones por las que estáis tan cabreadas es porque sabéis que no era justo y que yo hice lo que tenía que hacer. Y estoy convencido de que tú habrías hecho lo mismo.
—En absoluto. Ni en un millón de años. Jamás me rebajaría de esa manera.
—Y una mierda.
Le di la espalda. Maggie no se movió del rincón.
—¿A qué has venido, Maggie?
—¿Cómo que a qué he venido? Te lo acabo de decir.
—Sí, claro, pero podrías haberme llamado o mandado un correo. ¿A qué has venido?
—He venido porque quería verte la cara cuando me dieras una explicación.
Me giré hacia ella otra vez. Todo aquello era pura comedia. Me acerqué y apoyé la mano en la pared, a unos centímetros de su cabeza.
—Las discusiones absurdas como esta fueron las que acabaron con nuestro matrimonio —dije.
—Ya lo sé.
—¿Te das cuenta de que han pasado ocho años? Llevamos divorciados tantos años como los que estuvimos casados.
Ocho años, y seguía sin poder apartarla de mis pensamientos.
—Ocho años, y aquí estamos.
—Sí, aquí estamos.
—Voy a decirte algo, Haller. Eres tú el que se dedica a saltar las vallas de la gente. El que entra y sale de nuestras vidas siempre que le apetece. Y te dejamos hacerlo, sin más.
Me acerqué lentamente, hasta que estuvimos respirando el mismo aire. La besé con delicadeza, y con mayor fuerza después, cuando trató de decir algo. No quería oír ni una sola palabra más. Estaba harto de tanta palabrería.