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Septiembre

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La conocí en septiembre de 2003. Recuerdo la fecha porque coincidía con mi nueva condición de alumna de secundaria.

El primer día de instituto fue complicado, como lo eran las primeras palabras escritas de cualquier novela. No diría que fui recibida con rechazo y burlas por parte de mis compañeras, pero todas guardaron un círculo de seguridad que no me permitieron traspasar. La primera barrera la provocó mi nombre, el cual encontraron tan divertido como desconcertante. La segunda, el color de mis ojos.

Sabes que se recoñecían as meigas por ter os ollos de distinta cor? —me dijo una de las niñas.2

Mis ojos peleados entre sí, dos hermanos gemelos separados por una variación en el iris que me convertían en una anodina rareza. Mi ojo izquierdo era azul; el otro verde. De esta forma, no existía armonía en las facciones de mi rostro, ni belleza. Mi mirada, en la que residía gran parte de la personalidad de una misma, estaba quebrada por la asimetría. Mamá siempre se había sentido encandilada por ello. Me sacaba fotos y las enmarcaba. Se las enseñaba a sus amigas y a las vecinas. Yo me buscaba en esas fotos, pero siempre me había costado verme como una persona concreta, con unos rasgos concretos, con algo específico que memorizar. Supongo que mis pensamientos reales también estaban divididos entre lo que era real y lo que no lo era.

La observación de mi nueva compañera, que se llamaba Sofía, me resultó irónica, porque ella tenía una verruga bastante gruesa en el labio superior. Me dije, sin tener la osadía de exteriorizarlo, que aquella sí que parecía una característica propia de una meiga. Durante los veinte minutos de recreo no me acerqué a hablar con nadie. Decidí refugiarme en la pequeña biblioteca del instituto. La sala, que en realidad no era mucho más grande que el salón de mi casa, estaba completamente vacía.

Los libros estaban ordenados alfabéticamente por el apellido de las autoras. La literatura castellana a la derecha y la gallega a la izquierda. Me acerqué sin saber por dónde empezar, pero al intentar abrir la vitrina me di cuenta de que estaba cerrada con llave. Todos los títulos tenían un sello verde en el lomo y la portada.

Desculpa, tes o carné?

Me giré y vi a una de las alumnas más mayores a mi espalda. Llevaba puestas unas gafas de pasta verdes y era pelirroja, me miraba con expresión dócil, pero con los brazos cruzados en el pecho con cierta severidad.

O carné? Non.

Pois necesítalo para poder levar un libro a casa. Fala coa túa titora e ela che dará o formulario para cubrir. Entendes?

Si.

Me dio la impresión de que ella escudriñaba con escepticismo mis ojos bicolores y me sentí incómoda. Salí de la biblioteca sin despedirme. No sabía dónde encontrar a mi tutora, pero a la izquierda vi un tosco cartel que anunciaba la sala de profesoras. Había revuelo por los pasillos, pero yo parecía una niña invisible, así que me tropecé con varias mochilas impertinentes. Me asomé al quicio de la puerta y llamé con los nudillos. El cuarto tenía una mesa enorme en el centro y algunos escritorios con ordenadores y atiborrados de desordenadas montañas de carpetas y papeles. Un gran ventanal daba a la parte trasera del patio, que parecía consistir en un frondoso bosque descuidado y lleno de fealdad. Apenas había tres profesoras en su interior: un señor calvo y con barba canosa, una mujer rubia con gafas que hablaba por teléfono y una chica joven con el pelo negro y un llamativo tatuaje en la mano. Mascaba chicle, tenía la pierna cruzada sobre la rodilla y escribía distraída en una libreta.

Ninguna reparó en mi llamada. Pensé en irme, pero solté un carraspeo leve. El señor me miró de soslayo y sonrió con gesto cansado.

Ola, rapaza. Que querías? Que andas buscando?

Quería falar coa miña titora. Son de primeiro A.

Espera, agarda un segundiño. Fina, ti sabes quen é a titora dos de primeiro da ESO?

É Esther, a de inglés pero non está agora mesmo. Tivo que saír. Que ocorre? —respondió la profesora rubia.

Esta nena pregunta por ela. Que necesitabas?

Quería o permiso para coller libros da biblioteca.

Fue en ese momento cuando ella levantó la mirada y nuestros ojos se cruzaron. Eran negros y redondos. Extraños y preciosos. Se colocó un mechón de su pelo alborotado por detrás de la oreja y pude ver que lucía una colección de pendientes en el cartílago.

—Yo me encargo —intervino, levantándose y cogiendo su libreta y su bolígrafo de la mesa—. Encantada, ¿cómo te llamas? No me conoces todavía, pero soy la profesora interina de Lengua y Literatura Castellana este año. Sígueme, que tenemos los formularios en el departamento.

La seguí, primero iba detrás, pero ella aminoró el paso para que fuéramos juntas. Era alta, esbelta. En lugar de caminar parecía que bailaba sobre las baldosas. Llevaba puestos unos vaqueros rotos y una sudadera granate. Olía bien. Me fijé mejor en el tatuaje de su mano izquierda y vi que se trataba de un texto que formaba una especie de corazón. No fui capaz de leerlo.

El departamento resultó ser un pequeño cuarto cerca del gimnasio interior, al lado de las duchas. Solo había una mesa, sin ordenador, y dos estanterías colmadas de desorden. Esperé ver algún sello personal, algo que indicara que allí había vida, pero nada. Papeles, polvo, suciedad y una mancha fea en la pared disimulada por un cuadro torcido. La profesora me invitó a sentarme y se agachó en cuclillas para buscar en los cajones.

—A ver, dame un segundo… ¿cómo dices que te llamas?

—Melancolía Bermúdez Viena.

Ella se irguió levemente y vi sus ojos sobre el escritorio atiborrado de carpetas. El flequillo, recortado sobre las cejas, hacía que su expresión fuera casi divertida.

—¿De verdad ese es tu nombre? ¿Melancolía?

Me rasqué mi ojo azul.

—Sí.

—Es precioso —respondió, volviendo a desaparecer de mi vista—. Aquí está. —Se incorporó y ocupó la silla, respirando como si necesitara recuperar el aliento—. Vale, como medida de seguridad, vas a tener que entregarle este papel a la bibliotecaria de turno. Lo tiene que firmar tu madre, padre o tutora.

Me lo tendió y lo cogí con ambas manos. Era un folio fotocopiado, lleno de manchas de tinta y un poco arrugado.

IES MONTE NEME

Dpto. de Bibliotecas en gallego y castellano

AUTORIZACIÓN EXPRESA PARA MENORES DE EDAD

QUE DESEEN DISFRUTAR DEL PRÉSTAMO DE LIBROS

La (el) madre/padre/tutora(or) legal_____________________ con DNI________ de la (el) alumna(o) ______________________ del curso _____________

expone mediante el presente escrito que permite, declarándose conocedora y responsable de dicho hecho, que la (el) alumna(o) reciba el préstamo de un libro bajo las siguientes condiciones:

1. Manifiesta que no es conocedora de ninguna enfermedad física o mental que se pueda ver agravada por la lectura (IMPORTANTE: en algunos casos, es posible que se le solicite un informe médico).

2. Se responsabiliza de las ideas y problemas psicológicos que la lectura pueda causar en la (el) alumna(o), así como de vigilar comportamientos anómalos que pueda presentar.

3. Reafirma que se compromete a vigilar los hábitos de lectura de la (el) alumna(o), sin que este supere las dos horas diarias de lectura.

Del mismo modo, esta biblioteca cuenta con el sello de certificación de la Xunta de Galicia, conforme a que no incluye libros fuera del ámbito educativo y/o que hayan sido revisados con el sello verde de seguridad garantizada, esto es, ninguno de los títulos de nuestra biblioteca ha despertado síntomas sospechosos en las (los) lectoras(es).

Firma de la (el) madre, padre o tutora(or).

En Carballo, a ___ de ____________ de 20___.

El centro se reserva el derecho de no conceder dicho carné de ser necesario.

No se garantiza la existencia de ejemplares disponibles durante todo el curso educativo.

Los préstamos tienen un límite de 3 días. Los libros no podrán permanecer en propiedad de la (el) alumna(o) durante los fines de semanas o períodos vacacionales.

Le devolví la mirada a mi profesora y asentí confusa, guardando el papel doblado en el bolsillo de mi pantalón. Ella me sonrió y, justo cuando quería preguntarle por qué necesitaba algo así para coger un libro, sonó el timbre que me llevaba a clase.

—Bueno, corre, Melancolía. No vayas a llegar tarde. Además, yo también me tengo que ir. Mañana, si puedes, trae el papel, que tenemos clase a primera hora. Y ya lo llevamos a la biblioteca, ¿vale?

Salimos del despacho y echamos a andar a buen paso por el pasillo. Ella tenía que dirigirse al edificio anexo, donde estudiaban los cursos del grado superior. Yo tenía que subir, de nuevo, a la segunda planta. Un río de alumnas se interpuso entre nosotras.

Como te chamas? —le pregunté.

—Septiembre.

_____________

2. Nota de la editora: Todas las frases en gallego que hay a lo largo del libro están traducidas en el apartado que hemos llamado «Traducción de fragmentos en gallego» (pág. 319) y referenciadas por la página en la que aparecen en el texto.

La herida de la literatura

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