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QUE EL GOCE DE LOS DISCURSOS FILOSÓFICOS ES MEJOR QUE EL DE TODOS LOS DEMÁS

Relata Homero de Odiseo que, a falta de nave, navegaba [1] en una almadía; que, por una tempestad que sobrevino, se deshizo la almadía e iba a nado, mientras Leucótea le tendía por debajo su velo; que fue arrojado a la tierra de los feacios, se postró como suplicante ante la doncella regia y fue llevado por ella a la ciudad; que, tras recibir de Alcínoo un trato considerado, participó en el banquete con los mejores de los feacios 1 ; y que, después de esto, dio inicio a los relatos dirigidos a Alcínoo como sigue: «Rey Alcínoo, hermoso es escuchar a un buen aedo como éste, divino en su arte. Pues, ¿qué final podría ser más gozoso que cuando está el pueblo feliz y en la casa los comensales escuchan el canto sentados unos junto a otros ante una mesa abundante y una cratera repleta?» 2 . Pregunto a Odiseo: tú, el más sabio de los hombres, ¿qué crees que es el goce? ¿Una mesa repleta de viandas y pan, una cratera llena, vino escanciado en abundancia y, además, un aedo que canta canciones como las que aquél cantaba,

la riña de Odiseo y el Pelida Aquiles 3 ?

¿O lo del caballo hueco donde se escondieron los mejores de los griegos, quienes, una vez introducidos en la ciudad, se derramaron del caballo, atacaron a gente ebria y tomaron la ciudad 4 ?

Y esto, ¿por qué consideras tú en tus mientes que es lo más bello 5 ?

[2] Sapientísimo Odiseo, eres un hábil panegirista del goce más vulgar, como también podría alabarlo un bárbaro recién llegado de Babilonia, habituado a una mesa suntuosa, a abundante vino escanciado y a un canto improvisado. Y esto, según dices, aun cuando en otras ocasiones miraste con desprecio el loto de sabor a miel y el canto de las sirenas 6 .

Pero, ¿no será que Homero aludía veladamente a otra cosa superior a lo que los versos dicen directamente a quien los escucha? Pues que ante platos rebosantes y vino abundante haya, sí, servido aquéllos en las mesas y vertido el vino en la cratera, pero que haya alabado a los comensales porque entre semejantes placeres están escuchando con atención al aedo parece que es contarnos un banquete apropiado, tal como debería imitar cualquier persona sensata que trasladara los placeres de las partes más vulgares a las más moderadas, del vientre a los oídos. ¿O no basta con esto, con banquetear los oídos a su gusto y sin tasa

con el sonido de flautas y zampoñas 7

y el jolgorio de la gente , sino que también hace falta ahí un arte que ponga orden al banquete del oído con una armonía diestra?

¿Y cuál sería esta armonía nuestra 8 ? En cuanto a mí, [3] aprecio el placer de las melodías que llega a mis oídos, sea por el soplo de las flautas, el tañido de la lira o cualquier otro instrumento musical que pueda emitir y enviarnos su grato son. Pero me temo que estas melodías, aunque lleven un placer adecuadamente mezclado por obra de un arte, al carecer de sentido, de razón y de voz, contribuyan poco al gozo del alma. Pues si alguien se dispusiera a comparar el placer que deriva de las melodías con el de los discursos, habría de asemejar el discurso a la comida y la canción al aroma. De ellos, aquello es lo que principalmente aporta el alimento, mientras que el aroma es en el placer la cosa más engañosa y la más débil en la nutrición. Hay, entonces, que hacer disfrutar al oído, pero al tiempo que le damos alimento, despachando los aromas que derivan de los cantos y sirviéndole los alimentos que derivan de los discursos.

Puesto que es del discurso y no de otra cosa de lo que, lógicamente, disfrutan los comensales refinados, ¿qué discursos les serviremos? ¿Serán acaso los que remedan las disputas en los tribunales y las rivalidades, las asechanzas y las luchas, que otorgan poder a lo injusto, acicalan lo vergonzoso y falsean la verdad, sin nada saludable ni libre de engaño, sin dejar que nada quede en su lugar natural, sino aquello mismo de los tratantes de esclavos, que toman cuerpos sencillos, criados a pleno sol y al aire libre, y, por mantenerlos a la sombra y debilitarlos, destruyen la capacidad originaria superior al arte de la que los dotó la naturaleza 9 ? Pues algo así es lo que hacen los que se enredan en los pleitos.

[4] Pero esas imitaciones, además de engañosas, son del todo tristes y no muy oportunas para que las escuchen las almas que se entretienen. Como tampoco apruebo los espectáculos de los enianos, que se divierten mientras beben, haciendo unos de actores y otros de espectadores 10 . Dos hombres remedan una riña mientras un tercero toca la flauta. Uno de ellos es labrador y está arando, el otro es bandido y va con sus armas, pero también tiene a mano el labrador las suyas. Cuando el bandido se presenta, deja el labrador la yunta y corre a las armas; traban combate y se golpean con su armas 11 , imitando heridas y caídas, espectáculo impropio de los simposios. Apruebo por encima de todas la antigua costumbre persa, merced a la cual, precisamente, los persas lograron la libertad. Para los persas las deliberaciones se celebraban en los banquetes, como para los atenienses en las asambleas, y el simposio persa era más serio que la asamblea ateniense. Había una ley que castigaba la borrachera y despabilaba sus virtudes 12 , y la diversión se vertía en el alma como el aceite en la llama, moderadamente, sin apagar por completo su pundonor y sin encenderlo más de lo necesario 13 . Pero aquí estos demagogos, aun sobrios, dado que no hay ley alguna que castigue la licencia de las palabras, danzan en las asambleas con más desvergüenza que en cualquier borrachera.

Pero dejemos a un lado los asuntos de los persas y los [5] atenienses y tornemos de nuevo a los nuestros. Pues con discursos deben festejarse las almas buenas, mas no con discursos forenses, como declara este discurso mismo. ¿Con cuáles, entonces? ¿No serán los que hacen retroceder las almas en el tiempo y les brindan la contemplación del tiempo pasado? Atractiva es, en efecto, la historia y que alguien pueda circular por doquier sin esfuerzo alguno, inspeccionar todos los lugares, estar delante de todos los enemigos sin correr ningún riesgo, recorrer en un instante un espacio ingente de tiempo y aprender una gran cantidad de asuntos en plazo escaso: las historias de Asiria, de Egipto, de Persia, de Media, de Grecia, y asistir sea a los combates, sea a las batallas navales, sea a las asambleas, acompañar a Temístocles en el combate naval, a Leónidas en la formación 14 , a Agesilao en la travesía, a Jenofonte cuando se ponía a salvo, compartir el amor con Pantea, la caza con Ciro, el reino con Ciaxares 15 . Y si Odiseo era efectivamente sabio porque era versátil, y

vio las ciudades de muchos hombres y conoció su ingenio

mientras se esforzaba por su vida y el regreso de sus compañeros 16 ,

mucho más sabio es aquel que, libre de los peligros, hace acopio de conocimiento 17 . Verá a Caribdis, pero no en el naufragio, oirá a las sirenas, pero no atado, encontrará al Cíclope, pero a uno pacífico. Y si Perseo era afortunado porque disponía de alas y corría por el aire contemplándolo todo, acontecimientos y lugares de la tierra, mucho más ligera y elevada que las alas de Perseo es la historia. Ésta toma el alma y la transporta por doquier y le enseña sin pereza ni descuido, e incluso traza el ascendiente del hombre:

Creso era de estirpe lidia, hijo de Aliates, tirano de pueblos 18 ;

A Dárdano engendró primero Zeus que reúne las nubes 19 .

Y traza la ascendencia de una ciudad:

Epidamno es una ciudad situada a la derecha conforme se entra en el golfo de Jonia. La habitan los bárbaros taulantios 20 .

La ciudad de Éfira está en el interior de Argos, criadora de caballos 21 .

Y traza la genealogía de un río,

que corre del sur al norte, hasta que desemboca en el llamado Ponto Euxino 22 .

A éste lo llaman los dioses Janto, los hombres Escamandro 23 .

Esta noticia, siendo, como es, efímera la estirpe de los hombres, que perece pronto, se destruye y se desvanece, la guarda por medio de la memoria, conserva los hechos virtuosos y hace las obras inmortales por la fama. Por esto es cantado Leónidas no sólo por los lacedemonios de entonces, y Temístocles es celebrado no 〈sólo〉 24 por aquellos atenienses. Perdura también la magistratura de Pericles y, todavía hoy, la justicia de Aristides. Paga Critias aún ahora su castigo y Alcibíades sigue desterrado. En una palabra, los discursos de la historia, para quien no tiene noticia de ellos, son lo más dulce por el placer y, para el que los conoce, lo más seductor por la remembranza.

[6] Entonces, ¿qué banquete de discursos podría ser más agradable que éste? Es difícil decirlo y hacer frente a la abundancia y nobleza de los prosistas 25 ; hay que decir, con todo, que es hermosa vuestra armonía y agradable para el canto, pero el alma buena añora otra cosa que no es como lo que vosotros brindáis. ¿Qué dignidad supone la memoria de los males pasados para el que todavía no sabe cómo hay que precaverse de ellos? ¿Qué ventaja vino a los atenienses de la historia del Ática? ¿O qué ventaja a los de Halicarnaso de la historia de Jonia? ¿Es que los de Quíos son más prósperos en algo por la suya 26 ? Si, tras separar lo hermoso de lo vergonzoso, ocultaran esto y contaran aquello, habría, sin duda, beneficio para el alma por la imitación de lo que se cuenta en la historia, como para los ojos por la imitación de la pintura 27 . Pero, en realidad, en esos discursos se mezcla todo, abunda lo peor y lo vergonzoso triunfa. Y son la mayor parte de la historia los tiranos codiciosos, las guerras injustas, las suertes irracionales, las acciones malvadas, las desgracias crueles y las situaciones trágicas. De ello es lábil la imitación, dañoso el recuerdo, inmortal la desventura. Yo, por mi parte, deseo para mi disfrute el sustento de discursos saludables y preciso de un alimento exento de enfermedad, aquél por el cual Sócrates estaba sano, así como Platón, Jenofonte y Esquines.

Desea el alma del hombre y teme, se apena y envidia y [7] se ve atrapada por otras variopintas y enemigas pasiones. Ves el desorden amargo y declarado. ¡Cuéntame una guerra de este género y deja las Médicas! ¡Cuéntame esa enfermedad y deja la epidemia! Dime, ¿a quién confiaré el mando y la curación? Deja a Hipócrates para el cuerpo, a Temístocles para el mar. Nómbrame el médico del alma, nómbrame el general. Y si estás escaso de hombres, vuélvete a los dioses. Pregunta no por la tierra devastada, no por el mar expoliado, no por murallas cercadas, no por cuerpos que perecen. Minucias son éstas, cosas pasajeras. Será cortada la mies, aunque los peloponesios se abstengan. El mar se verá asaltado, aunque no combatan los atenienses. Derribará las murallas, si no Filipo, el tiempo. Perecerán los cuerpos, aunque se extinga la epidemia. La virtud del hombre

ni puede regresar ni está sujeta a pillaje

ni se puede tomar 28 .

Pregunta por ésta cuando es cortada el alma, saqueada, cercada, enferma. Precisas un oráculo, necesitas una profecía, suplica al dios:

Óyeme, Arco de plata, que frecuentas Crise 29 .

¡Oídme, Apolo y Zeus y cualquier otro dios que sane el alma enferma,

si alguna vez coroné tu gracioso templo

o quemé en tu honor pingües muslos 30 !

Te escuchará Apolo cuando esto supliques antes que a Crises. Pues no lo invocas para una epidemia ni para disparar dardos mortíferos ni para destrucción de perros, hombres y mulos; no es ésta la labor de un dios músico, sabio y adivino. Homero le atribuyó esta leyenda aludiendo veladamente a los rayos del sol, que avanzan por el aire más rápidos que un dardo, superiores 31 al equilibrio de los cuerpos. Sea Homero, sea Hesíodo, sea cualquier otro poeta divino, ¡entone un canto para mí en honor del Dios que sana las pasiones del alma! ¡Digno es esto de Apolo, digno de Zeus!


1 Resumen de las aventuras de Odiseo desde el libro V al comienzo del VIII de la Odisea , aunque no parece que el episodio de Leucótea —por el que Máximo muestra cierto aprecio por causa de su sentido simbólico, cf. XXII 1 y XXXVIII 7— responda del todo a lo que leemos en Odisea V 333 ss.

2 Paráfrasis de Odisea IX 2-11.

3 Odisea VIII 75.

4 Cf. Odisea VIII 499-520.

5 Odisea IX 11.

6 La intepretación hedonista de los versos citados de la Odisea remonta al menos a PLATÓN , República III 390ab. Heraclides Póntico, en su libro Sobre el placer (en ATENEO , Banquete de los eruditos XII 512ad = fr. 55 WEHRLI ) había acusado a Epicuro de tomar su fin ético de Homero; cf. HERÁCLITO , Alegorías de Homero 79; PS . PLUTARCO , Sobre Homero II 150; Escolios H a Odisea IX 28. Ario Dídimo —en ESTOBEO II 7, 3a— considera que Homero fue el primero en proponer un télos espiritual por referencia a estos versos de la Odisea con la misma interpretación que Máximo: cf. ARISTÓTELES Política VII 1238a. En XL 1, Máximo considera que la alabanza de Odiseo es oportuna porque responde al momento del banquete. La interpretación de los episodios de las sirenas y los lotófagos como rechazo del placer aparece en otros pasajes de Máximo: cf. XIV 4, XXX 2 y XXXIX 3 —véanse las notas correspondientes— y es también conocida por HERÁCLITO , Alegorías de Homero 70, 3; Escolios T a Odisea IX 89 y JULIANO , Discursos VI 185a.

7 Ilíada X 13, en parte literalmente, en parte parafraseado.

8 Cf. PLATÓN , Timeo 80b.

9 Cf. PLATÓN , Fedro 239c.

10 Cf. JENOFONTE , Anábasis VI 1, 7-9.

11 Texto corrupto. Traducimos la conjetura de TRAPP (app. cr.) .

12 HERÓDOTO , I 133, 3-4 y JENOFONTE , Ciropedia VIII 8, 10.

13 Para esta comparación, cf. JENOFONTE , Banquete II 24.

14 Cf. HERÓDOTO , VIII 78 ss. y VII 201 ss.

15 Referencia genérica a la obra histórica de Jenofonte: a las Helénicas con Agesilao (II 4) y a la Anábasis y la Ciropedia , por medio del personaje novelesco de Pantea (Ciropedia VII 1, 41-41; 4, 2-13) y el de Ciaxares, el abuelo de Ciro.

16 Odisea I 3, 5. Citados también en MÁXIMO , XV 6, XVII 5 y XXXVIII 7. METODIO DE OLIMPO , Tratado sobre la vida V 1, cita el verso a propósito de la diversidad de la vida humana.

17 La valoración de la historia por el conocimiento que aporta sin los peligros que conlleva la experiencia, con la misma referencia a la figura de Odiseo, aparece en el proemio de la Biblioteca Histórica de DIODORO DE SICILIA (I 1-4).

18 HERÓDOTO , I 6, 1, pasaje muy frecuentemente citado por los tratadistas de retórica y estilo: cf. DIONISIO DE HALICARNASO , La composición literaria 4; HERMÓGENES , Sobre las formas de estilo I 30, 21 RABE ; ALEJANDRO , Sobre las figuras III 39, 21 SPENGEL .

19 Ilíada XX 215.

20 TUCÍDIDES , I 21, 1. Igualmente objeto de atención de DIONISIO DE HALICARNASO , Sobre la composición literaria 4, y de DEMETRIO , Sobre el estilo 199.

21 Ilíada VI 152.

22 HERÓDOTO , I 6, 1. Se trata del río Halis.

23 Ilíada XX 74.

24 Suplemento de Markland.

25 Trapp considera que tras «prosistas» habría una breve laguna, que propone suplir con un término como «coro». El texto, sin embargo, como indica Koniaris, no precisa ninguna corrección.

26 Russell propone leer, en vez de taútēn (R), tḕn Philippikḗn «Filipica», es decir, «Historia filípica». En tal caso Máximo aludiría, tras Tucídides y Heródoto, a las Historias filípicas del historiador y rétor TEOPOMPO DE QUÍOS , una obra que gozó de notable prestigio en la Antigüedad. Sobre Filipo II de Macedonia, cf. XXIX 2, con la nota 13 al pasaje.

27 Sobre el valor filosófico de la pintura, cf. MÁXIMO , XXVI 5 y la nota 17 al pasaje.

28 Ilíada IX 408-409.

29 Ilíada I 37.

30 Ilíada I 39-40.

31 Texto incierto. Hemos seguido la lectura de Markland. Koniaris defiende akratotéran («más pura») a partir de SUDA , s. v. «ákratos ēlíou aktís» (A 965): la pureza de los rayos destruye el equilibrio de cualquier cuerpo, basado en la mezcla de los elementos. Sobre las diversas interpretaciones alegóricas a las que dio lugar la intervención de Apolo en este episodio de la Ilíada , cf. BUFFIÈRE , Les mythes d’Homère , págs. 291-300.

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