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LA CAJA DE RITMOS Y LOS SPONSOR
ОглавлениеALEJO ALBERDI: Josetxo recaló en [el sello] Triquinoise en una etapa tardía. A Glitter Cobweb35 es un disco un poco difícil. La producción era algo áspera, con esas cajas de ritmos intentando imitar una batería.
JAIME CRISTÓBAL: Comparado con Bitter Pink, A Glitter Cobweb baja bastante de calidad, y creo que Josetxo también lo notó. No tiene unas composiciones muy brillantes. Lo grabó él solo, tocando él todas las guitarras y los bajos. Las canciones eran solo esqueletos, ese era su deseo: dejar las canciones esqueléticas. Igual no había otra opción.
ALEJO ALBERDI: Josetxo era muy exigente, pero a la hora de hacer promo no hacía todo lo que debía hacer. Tenía una actitud de estrella, pero era una estrella que no vendía. Y el disco pasó sin pena ni gloria.
FERNANDO PARDO: Josetxo «Bicho» siempre estaba muy pillado de pasta. Era romanticismo al máximo y practicidad cero. Cuando sacó A Glitter Cobweb yo trabajaba en la oficina de Roto36. Él venía a Madrid, dejaba su Marshall, su pedal Big Muff y sus cacharradas por ahí en medio. Era un puto desastre. Era la época en que hacía los conciertos sin banda.
GERMÁN CARRASCOSA: Iba por los bares de Pamplona con la guitarra y la caja de ritmos. Cuando tocaba así, no le fallaba nadie. ¡Fallaba él! El truco de la lentilla era muy recurrido. Lo usó varias veces. No se sentía con fuerzas de tocar, se le venía encima todo, llamaba dos horas antes y decía,«lo siento, he perdido una lentilla: no puedo tocar». Y cancelaba el concierto.
Hay fotos de Josetxo con gafas, pero son de adolescente. Luego llevaba lentillas. Y si no las llevaba, olvídate de que te reconociese. Veía cero. Pero jamás iba a llevar gafas.
JAIME CRISTÓBAL: A mediados de los 90, la imagen de Josetxo es la de alguien que se queda solo: musicalmente, sobre el escenario…
GERMÁN CARRASCOSA: A nosotros nos encantaba, pero se armaba tal caos de ruido y acoples… La gente se salía de los bares. Veías conciertos de Josetxo con cuatro gatos. Tenía muchos amigos, pero tus amigos también se cansan de verte. Tocaba en baretos de conocidos, que son los que le dejaban tocar y le daban de beber. Ese era otro tema; le daba mucho.
JAVIER CORCOBADO: Josetxo Ezponda en solitario… Era un placer presenciar los exorcismos a los que sometía a su guitarra eléctrica.
ROBER!: A Josetxo lo conocí cuando ya actuaba en solitario con los pedales. Lo fui a saludar al camerino y fue muy gracioso. Nunca había hablado con él, pero me dijo, «¡coño, Roberto, ya era hora!». Con ese acento navarro con un poco de flor… «¡Hombre, majico, mira que te ha costao presentarte!»
En ese formato lo vi tres veces. En Bilbao éramos veinte personas. Una pena. Tampoco dio muchos conciertos así. Y todo se le estropeaba, se le rompía el cable… Pero el tío se ponía a hablar y era gracioso.
Lo invité un día a mi casa. Yo vivo en un barrio un poco macarra de Barakaldo y, cuando llegó, los macarras le llamaron de todo. Él decía, «joder, cómo me han puesto esos». Yo disimulaba, «¿ah, sí? ¡No me he dado cuenta!». ¿Qué podía a hacer? ¿Pegarme con ellos? Menuda pinta llevaba…
Vivía yo en un piso viejo. Él se levantaba por la mañana y veías una sombra corriendo. No le llegabas a ver. Al cabo de diez minutos aparecía ya con el pelo cardado, maquillado… Ibas luego al baño y tenías que entrar con mascarilla. Olía a laca barata una exageración. Josetxo olía a una mezcla de laca y Ducados. El olor llegaba antes que él.
Era un tío encantador, pero salimos por la noche y al día siguiente lo odiaba todo Bilbao. Se emborrachaba y empezaba a hablar mal de todo dios. Era una marica mala. Le preguntaban por un grupo de Bilbao y decía, «¡son una puta mierda! ¡Donde no hay mata no hay patata!». Tenía gracia y tenía razón, pero lo decía todo gritando. «¡En este país solo se salvan Corcobado, Atom Rhumba y yo!», decía. Y supongo que incluía a Atom Rhumba porque estaba yo delante.
JAIME CRISTÓBAL: Cuando sacó A Glitter Cobweb dio una pequeña gira por Galicia con la caja de ritmos y la guitarra. Volvió hablando mucho de «un jaco de puta madre» al que le habían invitado. Pero siempre era «me han invitado». Josetxo no tenía presupuesto para hacerse yonqui.
Se le veía más en los after hours. Era de esa gente que salía tres días seguidos. Cuando salía, salía, pero siempre con los sponsor. Alrededor del año 90 comienza a circular el speed y empieza a ser típico lo de salir tres días seguidos.
La palabra gorrón suena horrible, pero entre nosotros hablábamos de los sponsor de Josetxo. Se echaba un colega y lo exprimía durante meses hasta que se hartaba. No tenía ingresos, pero si eliges vivir del aire… Él tomó una decisión muy consciente de no currar.
GERMÁN CARRASCOSA: En una entrevista en Ruta 66 contaba que iba con personas que manejaban mucho dinero por rollos de drogas. Había una chica que vendía ingentes cantidades de heroína y era mecenas del grupo. Le pagaba los viajes y un montón de cosas. No se sabe si Josetxo llegó a trabajar. Se ha especulado mucho sobre eso. ¡Se han hecho tesis!
JAIME CRISTÓBAL: Se decía que curró una época de pintor de paredes para comprarse la Telecaster. Fue esa vez y nunca más. Siempre andaba a salto de mata. En alguna entrevista había comentado que su padre le mandaba pasta. Siempre tuvo algún apoyito por ahí, y luego, la mánager aquella…
GERMÁN CARRASCOSA: Cuando Josetxo leyó Por favor, mátame37 con sus cuarenta años, le entró cierta frustración. Esa era la raíz de toda su música: los New York Dolls, los Ramones, Iggy Pop, la Velvet… Él pensaba que podía haber sido uno de ellos. Yo pienso lo mismo. Aunque su música deriva de ellos, a partir de algo existente él hizo algo irrepetible y personal, maravilloso y distinto. Para mí tiene tanto valor como el disco de la Velvet y Nico, pero en Pamplona le hacíamos caso cuatro colgados. Y él debía de pensar: «Madre de Dios, ¿qué he hecho con mi vida?».
JAIME CRISTÓBAL: Eso salía a veces en la conversación, pero más como una fantasía. Para mí todo partía de ese afán adolescente de réplica de tus ídolos. Por mucho que dijera que no tenía que haber nacido aquí, lo decía con rabia, no con una verdadera frustración. No creo que lo sintiera como una injusticia. No veía en él ese resquemor. No iba con ese rollo de «aquí no me conoce nadie y se me tiene que descubrir». Creo que tenía la suficiente autoestima para decir, «sé que he hecho esto, está de puta madre, una gente con buen gusto lo aprecia y nadie me va a quitar mis posiciones en las listas de Rockdelux de los mejores discos de los 80 y lo mejor del año 89»38.
GERMÁN CARRASCOSA: No es que Josetxo odiara Pamplona, pero sentía que allí no tenía nada que hacer. Pero nunca se marchó. Tenía un punto quizá acobardado. Si se iba, ¿de qué viviría? Después de tocar con Los Bichos, si ganó algo de dinero fue con los royalties. Más adelante se vendió los derechos y, como no quería trabajar, se vio obligado a quedarse allí. Él decía que ser artista está reñido con el trabajo. Era un tío que igual se tiraba un mes comiendo arroz. Sus amigos le ayudaban a pagar las facturas de la luz.
GERMÁN CARRASCOSA: Su madre tenía cáncer, y cuando falleció, él heredó el piso. En el disco Bitter Pink, Josetxo cantaba «Holocaust» de Big Star, y toca de forma muy sentida cuando habla de la madre que ha muerto.
JAIME CRISTÓBAL: En la galleta del disco de A Glitter Cobweb sale una foto antigua de una mujer. Es la madre de Josetxo. En ese disco hay una canción que, cuando ensayábamos con él, llamaba «Cabaretera»39. Es una con un ritmo rollo Tom Waits. Al menos en origen estaba dedicada a su madre.
GERMÁN CARRASCOSA: Josetxo vivió siempre en el mismo piso de Burlada. Era un piso muy fetiche: oscuro, precioso y lleno de objetos estrafalarios. Parecía la casa de la familia Adams. En la entrada tenía el ampli Marshall que se había pintado. Había cuadros suyos por todos lados, instrumentos, un bajo Höfner, su guitarra Eko de doce cuerdas… Se quedó solo allí.
El intento de fichar con Subterfuge fue en 1999. Josetxo fue a Madrid, le explicó a Carlos todo lo que quería hacer y volvió emocionado. No sé quién fue más exagerado, si Carlos o él, pero Josetxo se emocionó un montón pensando en la posibilidad de volver a tocar. Josetxo siempre usaba una expresión: «Voy a dar la vuelta a la tortilla». Quería decir que se iba a poner en marcha, que iba a dejar la miseria en la que vivía. Llamó a Jon Ulezia, un muy buen guitarrista de Pamplona. Y a mí para tocar el bajo. Yo no tenía bajo ni lo tocaba, pero me consiguió un Höfner de violín. Estuvimos ensayando unos meses en su casa. Ponía los amplis en el salón, nos enseñaba canciones…
En su casa tenía desde discos de blues del Delta hasta las mayores marcianadas. Compraba mucho en Kilkir, una de las mejores tiendas de discos que ha tenido Pamplona. Por mil pelas te pillabas uno de los Scientists, de los Beasts of Bourbon, de Birthday Party… Eso es lo que le volvía más loco: lo australiano. Y todo eso yo lo conocí por él.
A principios de los 90, había dejado de comprar discos. Yo le dejaba cosas nuevas. «Josetxo, ¡escucha a los Subsonics! ¡Escucha a los Gories!» Pero él decía, «¡esto es una tontería! ¡No inventan nada! ¿Esto es un chiste? ¡Qué ruidera! ¡Qué manera de grabar más mala!». Había mucha broma.
FERNANDO PARDO: Vino a Madrid para conseguir que Subterfuge le sacara un disco porque Carlos le había dicho, «cuando tengas lo que sea, ven y yo te lo saco». Pero Carlos pasaba de él. Recuerdo una conversación en La Vía Láctea en la que le dije, «no se puede ser 98% puro: hasta el mejor whisky hay que rebajarlo, nadie puede beber un alcohol tan puro». Y él, «¡las canciones son buenísimas, él mismo me lo dijo, así que me va a escuchar!».
CARLOS GALÁN: Vino a la oficina. Seguía siendo el mismo Josetxo, con ese lookazo, con unos botines blancos… Estuvimos una tarde hablando. Ya eran otras circunstancias, el momento era distinto.
FERNANDO PARDO: Según pasa el tiempo, aprendes ciertos movimientos que tienes que hacer, porque no quedan más huevos. A base de hostias, memorizas qué piedras has de pisar para cruzar el río sin que te muerdan los cocodrilos. Josetxo, cada vez que entraba en el río, decía, «yo entro por donde me da la gana». Y ¡zas!, el cocodrilo le daba un bocado y otro y otro… Salía desesperado diciendo que los cocodrilos le tenían manía. Y le tenías que decir, «¡tienes que entender la jugada! ¡Entiende de qué va este negocio en España!».
En el norte, sobre todo en Euskadi, aunque también se puede incluir Navarra, hay un tipo de creador muy prolífico y muy rico que a la vez es puro sufrimiento. Sobre todo en los 80, cuando las drogas estaban demasiado cerca y lo complicado era no caer en ellas. Casi todos probamos de todo. Y para una persona sensible es complicado. Son tíos duros, pero esa sensibilidad y las decisiones que toman acaban yendo contra ellos. Son demasiado sensibles para meterse en el juego en el que se metieron: el de la música independiente en España. Para sobrevivir ahí tienes que tener tu porcentaje de artista, pero con un 40% o un 30% de eso ya basta. Como no tengas otro 40% de mentalidad de tío peninsular práctico, eso te arrasa.
JAIME GONZALO: Sería imposible pensar en Los Bichos rebajándose la graduación. No hubiesen perdido un segundo con esto. No entraba en sus esquemas. Hubiesen preferido no grabar. Los grupos del indie ya estaban domesticados de antemano. Ni siquiera se lo planteaban como una aventura romántica. El rock o el pop en el indie era un objeto utilitario: tenemos medios para llegar, tenemos un público de amigos del instituto, tenemos un sello que nos edita, nos hace caso la prensa y tenemos una coyuntura magnífica. Nadie se planteaba mucho más. A Josetxo el éxito le hubiese gustado, pero tampoco se encontraba mal en su pequeña cuota de mercado.
Se quejaba de que, siendo un genio, no le hacían ni puto caso, pero la genialidad dista mucho del pop; o la genialidad tal y como él la pretendía. Él intentó publicar en Subterfuge, pero su música era igual de corrosiva. El disco que sacó en solitario en Triquinoise todavía zumba. ¿Quién iba a poner eso en la radio? El indie que la gente quería era «Chup chup» y El Inquilino Comunista, cosas cristalinas que para mí eran lo mismo que en su día fueron Los Brincos y Los Mustang. Exactamente lo mismo, pero con otras coartadas culturales, con otro decorado de fondo.
FERNANDO PARDO: Josetxo fue varios días a Subterfuge, pero Carlos pasó de él. Y veías cómo, día a día, se iba desinflando. Muestra muy bien el choque brutal del espíritu de una época y cómo había cambiado el mundo.
Josetxo era un tipo con mucha energía, pero a la vez, simplemente andando por la calle, le escocía la realidad. También era muy orgulloso y echado p’alante. Complicado. En el momento en que le tumbabas, le podías tumbar mucho. Se fue muy tocado de esa visita a Madrid. Se fue con la sensación de «madre mía, igual todo se ha acabado».
IÑIGO PASTOR: Carlos, que era fan número uno de Los Bichos, cuando pudo hacer algo por Josetxo, no lo hizo. Josetxo confiaba mucho en ello, y Carlos no le dio la más mínima chance, pero eso va en la propia definición de Subterfuge. Josetxo se sintió muy dolido, pero también es cierto que, en cierto momento, perdió fuelle e inspiración y siguió con su personaje, con su máquina de hacer ruido, actuando él solo… Ahí se descolgó un poco. Se le agotó la inspiración. Pero, si lo piensas bien, Josetxo llevaba desde los doce años montando grupos. Ya no era un crío.
MURKY LÓPEZ: A mí todo esto de Subterfuge no me lo contó nunca. El ego de Josetxo era tan grande, para bien y para mal, que lo mismo no me lo quiso contar para que yo no supiera que no le hacían ni caso.
Se quejaba mucho de que malvivía, pero cuando daba un concierto y no venía nadie, lo terminaba asumiendo y, cuando llevábamos un rato saliendo por ahí, se le olvidaba. Siempre se quejaba, pero aquel era solo un palo más. Le habían dado tantos que aguantaba. No le recuerdo llorica. Le echaba un par de huevos y seguía adelante. Orgullo no le faltaba.
Josetxo me pasó una maqueta de cuatro temas grabados con Asio. Me dijo, «es para que la tengas, pero no quiero hacer nada con esto porque no me he quedado satisfecho». Para que estuviera un poco ahí, en activo, le dije de sacar una canción en La legaña sinfónica40. Salió, aunque a regañadientes. Le tuve que insistir mogollón. Era muy perfeccionista en todo lo que hacía. Él no era un chapucero. Los conciertos le salían así porque se ponía muy nervioso, pero las portadas, la música que grababa y los dibujos estaban muy trabajados. Y siempre se quedaba insatisfecho.