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UN IMÁN DE GENTE EXTREMA
ОглавлениеFERNANDO PARDO: Se habla mucho de Josetxo, pero el resto de Los Bichos también eran bastante peculiares. Cuando hay un tipo así en una ciudad, acaba atrayendo a los demás. Josetxo era un imán de gente no necesariamente parecida, pero con la que bastaba que pudiese encajar. Es la atracción de los opuestos, pero opuestos dentro de una misma rama de personalidad. Gente un poco extrema a la hora de percibir las cosas: cómo sienten el arte, cómo les sientan las drogas, qué esperan de la vida, qué consiguen a cambio, cómo se desesperan, cómo se desaniman, cómo caen…
GERMÁN CARRASCOSA: Asio era muy bonachón. Era más accesible. Josetxo también era accesible, pero estaba más en su posición de artista. Asio trabajaba en un restaurante mexicano y, cuando íbamos a verle y estaba cerrando, nos invitaba a una cerveza o a unas gambas. Curró de muchas cosas. Incluso de conserje. Luego montó un estudio de grabación.
Sin Asio, Josetxo no hubiese sido Josetxo. Era un estupendo bajista y controlaba muchísimo de sonido. Todos los pedales de efectos de Josetxo se los recomendaba Asio. Mucho del sonido del Bitter Pink y del de Josetxo en solitario fue gracias a Asio. Era un romántico del sonido y la grabación.
JAIME CRISTÓBAL: Roberto C. Meyer28 siempre cuenta que conoció a Charly29 en un piso en lo viejo de Bilbao. Josetxo le presentó a Charly, este le dio la mano, se dio la vuelta y, sin mediar palabra, se tiró por la ventana. Cayó sobre un coche. Era un primer piso. Charly era esquizofrénico. Todos eran unos elementos. Asio tenía su tema, y los baterías… El primer batería, Fermín [Belloso], murió de sida, aunque eso no implica necesariamente una vida salvaje, porque en los 80 podías morir de sida por mil razones. Fermín tenía mucha fama por su pegada tan cañera. Su mote era «Ekaitza Ba Dator», «Se Avecina Tormenta», porque era muy bruto. Hubo otro batería entre medio, Rubén, que tocaba en Tijuana In Blue. Y luego llegaría Jesús Suinaga.
GERMÁN CARRASCOSA: Josetxo estaba metido en un ámbito insano. De niño, yo no me podía acercar a él ni de coña. Josetxo daba conciertos y yo tenía unas ganas locas de ir, pero mis padres no me dejaban. Yo lo tenía encumbrado como si fuera Mick Jagger o David Johansen. Para mí, Los Bichos estaban a la misma altura.
JAIME CRISTÓBAL: En Pamplona, nadie sabía quién era Josetxo. Cuando sacó los discos de Los Bichos, alguno sabría que tenía un grupo. Y los días que iba de punta en blanco, la gente se lo quedaba mirando, como es propio de una ciudad de provincias. Pero él decía que Pamplona no le entendía.
Josetxo vivía con sus padres. Tenía ese punto «acomodado», aunque era una familia bien modesta y vivían en una casa que no era ningún lujo. Podía interpretarse como un apoyo y un respeto de sus padres hacia un hijo con esa sensibilidad e ideas.
FERNANDO PARDO: Chuparte el otoño y el invierno en Burlada cuando tú vas hecho un pintón con boas por la calle… Hay días que tienes fuerza para pensar que eres el rey del mundo, pero hay otros días que te hundes.
GERMÁN CARRASCOSA: Y no solo el invierno; todo el año es jodido. La gente va de otro rollo. Es más pueblo. La demanda de cultura es menor que en una gran ciudad. Cuando Josetxo iba a Madrid, flipaba en colores.
IÑIGO PASTOR: Conocí a Los Bichos en los bares de Madrid. Teníamos afinidad de gustos y personal. Josetxo y Asio eran gente muy entrañable y con una dedicación muy seria. No es común esa fijación, ese creérselo y vivirlo. Hoy parece que los chicos de los grupos vengan de escuelas de negocios. Te pueden soltar un discurso sobre la genealogía del rock inglés y el folk de Nick Drake, pero Los Bichos lo vivían. Lo llevaban encima y pagaban las consecuencias de ello.
UNAI FRESNEDO: Vi a Josetxo por primera vez en las oficinas de Munster. Su llegada generaba una expectación máxima. Un tío tan estrambótico, tan lunático, tan excéntrico, venido de Pamplona… Aparecían él y Charly con un cuelgue de la hostia… Eran muy majos.
FERNANDO GEGÚNDEZ: Los Bichos venían mucho a mi casa. Asio era encantador. Un yonqui que no parecía un yonqui. Un tío doméstico y majo. Y Josetxo era un puto vampiro, las cosas como son. El típico tío que te chupa la energía. Estabas un rato largo con él y decías, «¡que se calle ya!». Era muy vampírico, pero tenía esa mezcla guapa de arrogancia y deseo de saber. Se ponía a mirar mis vinilos con una avidez tremenda. Le descubrí a Kevin Ayers. Y él me grababa esas cintas tan guapas que hacía, todas decoradas.
CARLOS GALÁN: Josetxo colaboró en los cuatro primeros números del fanzine Subterfuge. Hacía tops de canciones, me mandaba cintas con cosas que no conocía… Era un tío entregadísimo, majísimo. Nos parecía nuestro Johnny Thunders, siempre con los ojos pintados. Era el punk, el glam, la actitud: todo junto. Y con una cultura aplastante. Era un tipo desbordante y muy creativo. Lo acribillábamos a preguntas sobre sus anteriores grupos.
IÑIGO PASTOR: Los Bichos era un grupo muy formado cuando sacaron su primer disco. Hay muchas grabaciones anteriores de Josetxo. Pero quién coño se atrevía a mover eso en términos de management. Era una locura. Hay casos extraños como los Sex Museum, que han cumplido veinticinco años a base de constancia y una personalidad más contenida. Son gente más seria. El caso de Los Bichos era más desparramado y pernicioso.
FERNANDO PARDO: La gente de Pamplona es muy peculiar. Hay sitios con un talento especial, y este es uno. Pamplona es una mezcla de mucha energía, bastante talento y una actitud muy loser. En Granada no son tan losers. Tienen más capacidad para enfocar su talento que en Pamplona. Eso podría explicar la diferencia entre Lagartija Nick y Los Bichos.
Pamplona es lo más australiano que puede haber en la península. Han salido cosas muy personales y peculiares. Allí son muy australianos sin pretenderlo. Te puedes encontrar un Kim Salmon, unos Scientists o unos Birthday Party porque allí comen chistorra en lugar de sopa de canguro.
ROBER!: La primera vez que vi a Los Bichos, Asio potó en medio del concierto y siguió tocando. Iba pasado de heroína. Tocaron en el Gaueko30 dos veces: por la tarde y por la noche. Yo fui por la tarde. Llevaban unas pintas que parecían de otro mundo. Asio, con el pelo por la cara; Josetxo, con botas de piel de serpiente, los ojos maquillados… Charly siempre iba con traje gris, pero anchote, agitanado, con sombrero… Tocaba las maracas y bebía Pippermint entre solo y solo de guitarra. El batería era medio heavy pero también tenía pintaca. Parecían salidos de otro planeta. Luego te enterabas de que eran de Burlada y decías, «¡eso es imposible!».
FERNANDO GEGÚNDEZ: Yo ya había visto a Los Bichos antes de que se presentaran a la primera edición del Villa de Bilbao31. Eran muy vistosos en directo. También, porque salían muy puestos. Era una cosa a la que no estábamos acostumbrados. Tenían una imagen muy cool y muy fuerte. La gente decía, «¿y estos son de Pamplona? ¡No puede ser!». Sobre todo, Asio y Josetxo. Charly ya había sido guitarrista en Neon Provos. Era asturiano, un asturiano que se fue a Pamplona; nadie sabe por qué. Era muy fino punteando. Hacían un combo muy distinto a todo lo que habíamos visto.
Era mucho pedir que ganasen Los Bichos. Era la primera edición y el jurado aún estaba muy disperso. Todavía no estaba definido el estilo del concurso. Imagino que hasta costó que les dieran el accésit.
JAVIER CORCOBADO: En los 90, Josetxo Ezponda y Los Bichos eran la banda más glamurosa y potente que se podía ver en un escenario. Me encantaba el estilo de Josetxo y de Asio, y su entrega al rock and roll.
FERNANDO PARDO: La sombra del caos estaba siempre al lado de Los Bichos. Podía pasar cualquier cosa. Y no necesariamente épica. De repente, le podía dar un calambrazo a Josetxo y tener que llevarlo al hospital.
MURKY LÓPEZ: Eva y yo vimos a Los Bichos en la presentación de su primer LP en la sala Ya’Sta de Madrid. Nos sabíamos el primer disco de pe a pa. Le gustaba lo mismo que a nosotros: los Scientists, Birthday Party, Suicide, los Cramps… Era el primer grupo que veíamos con esas referencias. Al terminar el concierto, nos colamos en el camerino y presentamos nuestros respetos a Josetxo. De ahí nos hicimos amigos hasta el final.
Patrullero Mancuso grabamos un instrumental dedicado él: «El rey bicho».
GERMÁN CARRASCOSA: Todo el mundo coincidía en que Los Bichos podían dar conciertos espectacularmente buenos y espectacularmente malos. Dependía del estado de cada uno. Los dos baterías que tuvo, Fermín y Rubén, se ponían hasta el culo de speed y alcohol. Asio se iba a una granja y desaparecía durante meses, o incluso un año. Josetxo explicaba que era imposible tocar con ellos.
JAIME CRISTÓBAL: Los Bichos era un grupo hecho para él y para sus canciones. Las guitarras de Charly se complementaban muy bien con las suyas. Josetxo era muy buen guitarrista. Tenía un estilo muy particular. Les gustaba mucho Television y hacían ese juego de guitarras a lo Tom Verlaine, pero de otra manera. Ellos cogían la idea y usaban mucho la palanca de vibrato, pero no era «vamos a hacer como Tom Verlaine». Por el camino se encontraban otra cosa. Tocaban de otra manera.
Hasta en la forma de tocar la guitarra había muchas cosas asimiladas. Josetxo no imitaba a tal o cual guitarrista: era una amalgama de estilos. Ponía las manos de un modo muy peculiar. Sujetaba la púa entre los dedos pulgar, índice y corazón, pero apoyaba el brazo de una forma distinta. Pulsaba como picoteando. Para mí son claramente posturas muy autodidactas, de alguien que dedicó muchas horas a perfeccionar un estilo.
MURKY LÓPEZ: Josetxo forzaba mucho la voz y era muy teatrero, pero no en el mal sentido, sino en el de meterse en un personaje. Era como si Bela Lugosi se creyera que es Bela Lugosi. Cantaba como un bicho, como Lux Interior. Eso me repele en otros cantantes de música española, que parecen que pronuncian en inglés pero cantan en español, pero en su caso no me repelía. Lo veía como un monstruo entrañable.
JAIME CRISTÓBAL: En los 70 debió de recibir algunas clases rudimentarias de inglés en el cole, pero él aprendió inglés —y esta frase es horrible— en la escuela del rock and roll. Tenía tres mil y pico discos, se empollaba las letras y se leía todos los créditos. En los años 80 uno se aburría mucho, y él se había pasado horas en casa dibujando y escuchando. Soy profesor de inglés y es perfectamente posible que alguien con unos pocos rudimentos, si está muy motivado, pueda leer y escribir muy bien en un idioma. Josetxo fue pillando bastante bien temas sintácticos, de gramática y de vocabulario. Sus letras son muy interesantes. No era algo impostado. Era su cultura. No es un corta y pega. Todo lo contrario. Tiene un valor muy grande.
JAIME GONZALO: Era gente muy instruida musicalmente. Pasamos de una generación que tenía una relación puntual con la música a otra que ya tenía una curiosidad voraz y los medios intelectuales y físicos para conseguir la información. Y Los Bichos eran de estos últimos, muy ilustrados en ese aspecto. Era gente que intentaba montárselo desesperadamente, pero abocados a no conseguirlo por las infraestructuras en las que se movían. En aquellos momentos, nadie veía clara la propuesta de Los Bichos.
FERNANDO GEGÚNDEZ: Como la gente del sello Oihuka habían sido de Motos —una banda mod de Iruña que, aun sin tener nada que ver, de todo lo que había allí eran de lo más cercano a los preceptos de Josetxo—, Los Bichos acabaron allí. Era una relación de amor y odio, pero era mejor tener un sello en tu ciudad. Siempre fue un tira y afloja. En Oihuka no entendían a Los Bichos.
ROBER!: El primer disco de Los Bichos se vendió bastante. Las canciones en castellano sonaban en los bares: «Verano muerto», la ranchera aquella32… Parecía que podían tener cierto potencial hasta en Los 40 Principales.
UNAI FRESNEDO: Entonces se vendían muchos discos y Oihuka tenía muy buena distribución. No es tan bestia que llegasen a vender cinco mil copias del Color Hits. Igual la cifra está un poco redondeada, pero el disco estaba en los bares.
JUAN CARLOS PARLANGE: Los bares funcionaban como tiendas de discos. Entonces, casi no necesitabas tener casa de discos. En Pamplona ibas a un bar y había diez o quince maquetas para elegir. Platero y Tú comercializaron su primera maqueta en bares y quizá llegaran a vender quince mil. Y todo con un cartel de «a la venta aquí» y la cinta a quinientas pesetas. Los vinilos también podías encontrarlos en los bares.
JUAN HERMIDA: La distribuidora Zabaltzen llevaba los discos a cualquier aldea. Ibas a una aldea perdida en la montaña a la que alguien te llevaba porque hacían unas judías muy buenas y, además de todo tipo de libros en euskera, tenían todo el catálogo de Oihuka. Me flipaba que se pudiera comprar ahí un disco de Los Bichos. Era una estrategia cultural para fomentar que futuras generaciones conociesen esa música. Ese apoyo podía incluir a Los Bichos porque grababan en un sello vasco.
JAIME CRISTÓBAL: Josetxo enviaba los discos a muchísimos sitios. Se comenta que los mandaba al NME y al Melody Maker. Se decía que una revista de Nueva York había sacado una breve reseña de Color Hits y que una de las referencias que daban eran las Bangles. Me pareció lo más normal. Me parecía que, en un planeta paralelo, podría haber funcionado internacionalmente.
JAIME GONZALO: Había algo roto en el interior de Josetxo que daba unos frutos interesantes. No digo que debas tener algo roto en tu interior para hacer música, pero en su caso era así. Recuerdo gente de Australia escuchando discos de Los Bichos y descojonándose. «¿Qué es esta copia de tercera división de Kim Salmon?», decían. ¿Cómo les explicaba yo las características personales y culturales, la situación del mercado español? En esos momentos, salvo Cancer Moon, que eran muy buenos haciendo retales y mosaicos, la música que se hacía en España denotaba claramente sus influencias. ¿Había que esconderlas? Supongo que no. Si eres un grupo de influencias, lo eres.
JAIME CRISTÓBAL: Fueron sus años de eclosión creativa. Incluso gráfica. Si había un concierto de Los Bichos, Josetxo hacía un cartel increíble y superchulo, diseñaba la entrada… Muchos amigos suyos conservan material preciosísimo. Fue un momento de inspiración máxima y gran creatividad.
Bitter Pink era un disco más raro, era todo en inglés, y más caro porque era doble y se promocionó muy mal. A nivel de composiciones y concepto, es una cascada exuberante. Y en las entrevistas de la época decía que, si hubiera tenido más tiempo, hubiera metido más canciones. De hecho, luego grabó My Deaf Pink… Love, aunque casi todo son versiones.
IÑIGO PASTOR: Cuando venían a la oficina de Munster, era una fiesta. Era muy divertido, pero también muy naíf. «¡Vamos a sacar un doble!» «¡Un triple!» «¡Vamos a tocar con Johnny Thunders!» «¡Botella de champán!»
El doble coincidió con que los hermanos Goñi33 se fueron del sello para montar su propio negocio y Oihuka quedó descabezado. De hecho, estaba Asio al frente del sello. Y era una locura. Era como si le das a un niño a manejar un revólver. Era una situación un poco grotesca.
En el año 91 fuimos a grabar a Burdeos. Por allí aparecieron las novias de Josetxo, también Josetxo de Cancer Moon… Fueron unos días muy entrañables. Y le saqué un disco a la vez que el doble Bitter Pink34.
ALEJO ALBERDI: Josetxo se quejaba de Oihuka, pero le habían grabado un doble LP en un estudio de la hostia y con un ingeniero de la hostia, Jean Phocas. Sacó un doble LP y, al mismo tiempo, otro en Munster, inundando el mercado. Le ofrecieron unas condiciones de grabación extraordinarias para un disco en inglés, de una música difícil. Se quejaba de vicio. ¿Cuánta gente ha grabado un doble LP en España? Poquísima. Era muy de echar la culpa a los demás, pero los hermanos Goñi se portaron estupendamente con él.
En Color Hits, Josetxo demostró que podía hacer letras en castellano con una potencia increíble. Siempre se quejaba de que no le hacían caso, pero su gran baza era su capacidad de hacer rock arrasador en castellano, y la desechó: tomó la decisión de cantar el segundo disco solo en inglés. A mí me gusta mucho Bitter Pink, pero echo en falta un «Verano muerto», un «Me gustaría llorar». No puedes quejarte si se reduce tu abanico de posibilidades, porque, si renuncias al castellano, la culpa es tuya. Pero eso se enmarca en una tendencia de la época a reaccionar contra el pop-rock español.
JAIME CRISTÓBAL: En los años 90 se hablaba mucho de la mala suerte de Josetxo. ¡La mala suerte de Josetxo! Él mismo achacaba muchas cosas a la mala suerte, pero en el fondo sabía lo que pasaba. En muchas entrevistas, hacía un análisis lúcido: «No salían conciertos y es mucho esfuerzo llevar entre cuatro personas una cosa si no hay ingresos». Ensayar para el disco sería guay, pero, después, ensayar para quizá no tener ningún concierto hizo que la cosa se fuera diluyendo. Después de Bitter Pink ya no ensayaban.
Salió el single de «A Hell of a Girl» en Radiation pagado con crowdfunding cuando no existía esa palabra. La grabación la pagaron los colegas. Y quizá también la fabricación. Fue lo último que hizo como Los Bichos. La foto de la portada es de una película de Mirna Loy. En el interior del disco había una cartita escrita por Josetxo, muy melancólica: «Hola, guapa, qué tal estás…». Era muy bonito el texto. Está bien que exista ese single. Es un buen cierre. Así no se quedó todo en el Bitter Pink.
UNAI FRESNEDO: Nunca tuvo mucha salida, la verdad. Él no entendía por qué no triunfaba, pero tampoco podías decirle nada. Yo nunca he hecho una canción, y las que él estaba haciendo para mí eran la polla. Te jodía que no vendiesen más o que les montases un concierto y viniesen veinticinco personas, pero yo estaba muy agradecido por sacarles un single. Hacían la música que más me gustaba.
Era un tipo con unas circunstancias muy especiales: de pueblo y con una pasión suicida de la hostia por el rock and roll. Josetxo no trascendió el ámbito underground. Josetxo iba a hacerlo cada vez más difícil, más extremo. Los Bichos era más peligro, más suicida; más pose, también.
JAIME GONZALO: Llegaban dos divas de Pamplona, Asio y él, con rímel de ojos… Yo les decía, «vais proclamando a gritos lo que queréis ser, no lo que sois». Al principio se lo tomaron mal, pero luego hicimos migas. Eran adorables. Llevaban tan al pie de la letra el lema del rock que hasta las drogas formaban parte de la utilería. Tenían un cierto aire de decadencia que a mí me parecía un maquillaje grotesco.
El histrionismo de Josetxo formaba parte de lo que ofrecía, pero era lo que menos me interesaba. Cuando hablabas con él, era diferente a la persona que veías en escena, y eso me reventaba. Josetxo Anitua sacaba sus demonios, pero Josetxo Ezponda sacaba sus delirios de grandeza y su vanidad. Para mí, potenciar el ego a través del ceremonial del rock era un concepto obsoleto. Eso de disfrazarse de otro y pretender ser una estrella del rock siempre me ha chirriado muchísimo, y más en aquella España que salía de las estrellitas de la Movida. Yo pensaba que eso se superaría. Sin embargo, le funcionó y fue lo que más llamó la atención de Josetxo. Había una vocación de malditismo. En el fondo, eso convenía a su imagen.
JAIME CRISTÓBAL: En una entrevista explicaba que le había preguntado a Marino Goñi cómo era posible que lo pusieran tan bien en las revistas y que vendiera cuatrocientas o setecientas copias. Se le notaba cierta amargura pero también cierta aceptación, en plan, «si lo que hago no interesa, tanto da, no tengo que seguir con el grupo». Anunciaba un poco el final de Los Bichos.