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PRÓLOGO
ОглавлениеPequeño circo, el primer EP de Sr. Chinarro, también la primera referencia del sello Acuarela, fue probablemente el primer toque de atención a la escena independiente que emergía en España a principios de los 90. Un pellizco burlón desde el epicentro de un movimiento que avanzaba entre el entusiasmo y el precariado, el hedonismo y el arribismo. Y, claro, ha sido demasiado tentador tomar como título de este libro aquella metáfora tan profética.
El Pequeño circo que ahora tienes en las manos es una narración oral hilada a través de los testimonios de más de un centenar de protagonistas del indie español de los 90. Hay anécdotas cómicas e historias de gánsteres, situaciones rocambolescas y desenlaces aterradores, confesiones íntimas y datos nunca antes desvelados. (Quizá se haya colado también alguna mentira.) Todas las declaraciones han sido recogidas expresamente para este libro1 y en ningún caso se han utilizado extractos de entrevistas publicadas con anterioridad, con la intención de que el conjunto compartiese una misma mirada, la que ofrece la perspectiva de los ya más de veinte años transcurridos desde entonces.
Cuando empecé a trabajar en este libro, tenía dos objetivos: explicar qué fue la escena independiente española de los 90 y también qué no hubo manera de que fuese. Si Pequeño circo corre el peligro de ser tomado como un ejercicio de nostalgia, lo matizo ya en su tercer párrafo: amarga nostalgia, si acaso. Este no quiere ser solo un viaje a los días gloriosos del indie, en caso de que existieran, sino, sobre todo, un relato en el que sopesar todo aquel entusiasmo, aquella impericia instrumental, aquella despreocupación por el dinero, aquel desinterés por la opinión del público, aquella voluntad de cambiar el mundo (o, por lo menos, cambiar la música que sonaba en la radio), aquellas ganas de probar algo nuevo… y ver en qué quedó todo.
El indie de los años 90 es, posiblemente, la escena musical que más ríos de tinta ha generado en España, sobre todo si lo comparamos con el interés que despertó en la población. Sin embargo, no se puede desdeñar el impacto que aquella generación de músicos tendría en años venideros. Para unos, el verdadero indie español apenas duró un año. Para otros, está más vivo que nunca. Aun admitiendo las discrepancias con respecto a su mutación ética (más que estética), el indie es también el género que mejor se ha aclimatado al paso del tiempo y uno de los más visibles en esta época de arrolladora retromanía. Unos perjuran que el indie se coló en el sistema para cambiarlo desde dentro, y otros denuncian que solo es la banda sonora cool del neoliberalismo. En cualquier caso, ha sobrevivido más que cualquier otro estilo.
El recorrido de Pequeño circo centra su atención en la primera década del indie, la que va más o menos desde 1988 —con los primeros pasos de grupos como Cancer Moon, Aventuras de Kirlian y Surfin’ Bichos— hasta 1998 —año de la explosión de Dover y el despegue del festival de Benicàssim—. Obviamente, esta historia empieza antes y sigue después porque el indie de los 90 tiene sus precedentes y porque algunos grupos siguieron en activo años después. Además, la mayoría de relatos arranca en aquellos momentos de la infancia y la adolescencia en los que sus protagonistas se sintieron irremisiblemente atraídos por la música. La generosísima predisposición de todos ellos para contarme su vida convierte muchos capítulos en historias autónomas dentro de este voluminoso libro.
A lo largo de trescientas horas de entrevistas, la respuesta más repetida por los grupos, y con diferencia, ha sido: «Nunca supe cuántos discos vendimos; nunca cobré nada del sello». Hasta tal punto ha sido la frase estrella, que barajé la posibilidad de titular este libro «Por favor, págame», en un guiño al relato oral Por favor, mátame de Legs McNeil y Gillian McCain sobre la escena punk norteamericana de los 70. Pero esas cuentas poco claras, en una escena cuyos músicos y sellos se consideraban entre sí poco menos que hermanos carnales, no son la única característica del indie. También está su fijación por lo estético, su amateurismo, su incapacidad para crear redes colaborativas sólidas, su anglofilia, su desconexión social, su dispersión geográfica…
Este último factor marcó desde el principio la estructura de Pequeño circo. Aunque Madrid acabase siendo el centro de negocios, y Barcelona, su principal escaparate, los personajes clave de esta escena nacieron en lugares tan dispares como Santurce, Albacete, Burlada, Mairena de Aljarafe, Eibar, Getxo, Sant Feliu de Llobregat, Granada, Palma de Mallorca, Bullas, El Puerto de Santa María y Zaragoza. Cada lugar jugó un papel distinto en esta historia. Si en Gijón fue esencial una radio libre, en San Sebastián lo fueron los conciertos en los institutos. Y si en Granada el circuito de bares y la facilidad para acceder a ciertas sustancias marcó un carácter, quizá nada hubiese sido igual si la orografía del Bierzo no hubiese impedido que en los años 80 solo llegasen a Bembibre las ondas de Radio 3.
La primera parte del libro recorre los principales viveros indie de la geografía española. No están todos porque este libro no tiene vocación enciclopédica ni completista y porque la intención ha sido recopilar historias interesantes que ayuden a hacerse una idea de cómo se pensaba y se actuaba en aquellos años. Tal vez algunos de los grupos que no aparecen en el libro se vean reflejados en las vivencias de las bandas que sí hablan aquí. (Por cierto, aunque ha habido que reescribir algunas frases para facilitar la comprensión al lector, también se ha intentado respetar la forma de hablar de cada persona y los localismos y giros propios de cada zona del país.)
La segunda parte del libro abandona el guion geográfico y arranca cuando empieza a vislumbrarse en el indie esa conciencia de pequeña industria musical. Con el éxito, sobre todo, de Los Planetas y Dover, el pequeño circo quiso crecer: alimentándose de las inyecciones económicas de la editorial Warner Chappell, probando suerte en la multinacional RCA, llamando a la radiofórmula, abonándose a la cultura del pelotazo musical a través de las distribuidoras… Tuve la tentación de titular esta segunda parte Gran circo, pero quizá hubiese sido exagerado. La industria independiente no empezó a transformarse en un gran circo hasta el siglo XXI.
Más allá de la infinidad de anécdotas que contribuyen a explicar qué fue y qué no fue el indie, Pequeño circo también quiere arrojar luz sobre las zonas oscuras que aún esconde el análisis del indie como fenómeno cultural. Por ejemplo, ¿fue el indie la antítesis de la Movida, o bien su dócil heredero? Hay una escena de potente carácter simbólico: el día que Los Planetas debutaron en la sala Maravillas, querían droga y quien se la vendió fue Enrique Urquijo, el cantante de Los Secretos. En aquel momento, les entregaba también, metafóricamente hablando, el testigo de la música pop española. Y esa misma noche empezaron a desencadenarse muchas otras preguntas.
¿El indie fue un movimiento rupturista o solo un viraje estético? ¿Qué tuvo de independiente, autogestionario, rebelde, experimental, contestatario o radical? ¿Qué penetración social real tuvo aquel amago de evangelización cultural? ¿Fue una música hecha por y para la clase media? Y aquel entramado de pequeñas discográficas, ¿tuvo algo de contracultural o solo fueron pymes como las de cualquier otro sector industrial? ¿Fue una revolución? ¿Una revolución estética, por lo menos? Entonces, ¿hablamos simple y llanamente de un cambio de moda? ¿O es cierto que se inició justo entonces un cambio profundo en las estructuras de la industria musical española?
Una de las trampas que el indie español se hizo a sí mismo fue buscar la inspiración en el extranjero mientras justificaba su frágil consistencia artística comparándose con el pop español de la época; querer ser como los Pixies y… bueno, al menos, molar más que Presuntos Implicados. No, la autocrítica nunca fue el punto fuerte del indie, pero tampoco los medios de comunicación ejercieron de filtro más allá de lo puramente estético. El gremialismo entre grupos, sellos y medios afines siempre impidió una crítica más seria al indie; incluso en los medios generalistas, que poco a poco irían comulgando con la escena. Ahora, cuando el eco de la música de los 90 es uno de los pilares de la industria, su revisión es más necesaria que nunca.
Ha pasado casi un cuarto de siglo y la distancia hace que los testimonios de Pequeño circo hablen con inusitada franqueza de sus éxitos y fracasos, de los momentos más turbios y de los más desconocidos. También se ha producido un fenómeno inesperado. Mientras el libro iba cobrando forma, han renacido, puntualmente o con intención seria de retomar su carrera, más grupos de los que nadie pudo imaginar jamás: Chucho, Mercromina, Automatics, Los Fresones Rebeldes, El Inquilino Comunista, Australian Blonde, The Faded Flower, Iluminados… Se han hecho homenajes a los desaparecidos Sergio Algora y Pedro San Martín, se han celebrado conciertos de aniversario del Devil Came to Me de Dover, de Una semana en el motor de un autobús de Los Planetas, del Hipnosis de Lagartija Nick, se preparan recopilatorios de El Regalo de Silvia… El indie español original ya tiene su revival.
Insisto, no es la intención de este libro contribuir a él, sino detectar en las explicaciones de sus protagonistas las grietas que presentaba aquella escena. Más de dos décadas después, la inmensa mayoría de los entrevistados, a quienes antes que nada quisiera reiterar mi agradecimiento por su inmensa paciencia, ven las cosas de otro modo. Muchos relativizan el peso cultural de aquella escena y repudian todo el legado discográfico; los hay que incluso reniegan de sus propios discos. Pero aun así, del indie español de los 90 hay mucho que aprender: de lo que pretendía ser y de lo que acabó siendo, de sus modestas virtudes, de su creciente ambición, de todo a lo que renunció por el camino y de las maniobras que se fueron sucediendo en la segunda mitad de la década. Quienes aspiren a reformar el indie o a recuperar sus valores primigenios encontrarán aquí algunas pistas de cómo nació todo, cómo creció, cuándo se perdió el norte, qué se pretendía realmente…
Los éxitos y carencias del indie son la base sobre la que se cimenta la industria independiente actual: con sus festivales obsesionados con el último grupo de revival noventero o la enésima reunión, con sus revistas entregadas ya de por vida a una labor acrítica y con sus discográficas perpetuando sin rubor las prácticas más injustas del show business. Los 90 son el caldo de cultivo de todo lo que tenemos hoy: un frágil tejido independiente, unos medios seguidistas, una estructura piramidal en cuya cúspide están los festivales, un circuito de conciertos en el que las marcas inyectan el capital como en los años 80 hicieron los ayuntamientos… No se trata de culpar de todo al indie, pero sí habrá que reconocer que aquella escena fue incapaz de proponer dinámicas alternativas. Al final, nada cambió. Solo el decorado.
Buena parte de los empresarios de la industria alternativa actual crecieron en esa época. Y aquella música, que hace dos décadas se autoproclamaba alternativa, disfruta hoy de un estatus cultural indiscutible. Pero aún tenemos que preguntarnos, quizá más que nunca, por sus valores y objetivos: qué explica de su entorno, cuál es su posicionamiento social, en qué medida cuestiona o fomenta las dinámicas más crueles del capitalismo, a quién representa… Son algunas de las preguntas que quedaron pendientes en su día.
Nando Cruz,
febrero de 2015