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ANGLOFILIA, CAPILLITAS Y PRIMERAS GRIETAS

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FERNANDO PARDO: En los 80, el mensaje de «si eres español, ¿por qué cantas en inglés?» estaba muy vivo. Oí quejarse hasta a Sabina. Hasta los más progres sentían que era una falta de honestidad patriótica cantar en inglés. Sonaba tan a rancio que daban ganas de decirles, «iba a sacar el siguiente disco en castellano, pero solo por la tocada de cojones que me das, voy a seguir con mi rollo». No nos pusieron en la radio durante mucho tiempo.

JUAN SANTANER: Al cantar en inglés, había un poco de reacción contra la Movida. Los Enemigos cantaban en castellano, pero Josele era el único que sabía hacer buenas letras en castellano. Los demás no sabíamos cómo hacerlo y cantábamos en inglés: los Museum, nosotros, Los Potros… Los primeros ensayos de los Vancouvers fueron en castellano, pero no nos gustaba nada. Marta19 era mi novia de la facultad, estudiaba Filología Inglesa y lo hablaba muy bien. Nos reíamos mucho de las letras de otros. Los Fallen Idols titularon un tema «Rock’n’roll in the Heaven»: una patada al diccionario.


Artemio Pérez, Josele Santiago y Fino Oyonarte, de Los Enemigos, en 1987. (Cedida por Fino Oyonarte.)


Kike Turmix, de The Pleasure Fuckers (con camiseta de Motörhead), varios músicos de Blackmoon Fire, Pop Crash Colapso y Los Clavos, y Carlos Galán (al fondo con la boca abierta), en los camerinos de la sala Revolver. (Cedida por Carlos Calán.)

FINO OYONARTE: Éramos grupos muy dispares: Los Enemigos, Sex Museum, Las Ruedas, Los Ronaldos, Los Cardíacos… Éramos gente que queríamos tocar bien y teníamos referencias del rock americano. Me hace gracia lo del «sonido Malasaña»… ¡Malasaña éramos nosotros que estábamos todo el puto día allí metidos! Había desde rockabillys hasta garajeros, pasando por rock castizo. Y luego, gente de la Movida que había sido muy conocida y que en verano hacía el agosto. Glutamato eran de esta gente, aunque ni ellos ni Derribos ni Sindicato Malone tenían cachés tan altos.

FERNANDO PARDO: Los Enemigos empezaron con una visión de «nos metemos aquí, cogemos fuerza y tumbamos el muro», pero con el tiempo era más «esa es vuestra movida, nosotros estamos aquí para hacer música».

FINO OYONARTE: En Malasaña, como en cualquier sitio, cada cinco años hay un cambio generacional y la gente joven viene con unas energías y unos gustos diferentes. Yo conecté a través de Glutamato con la última etapa de la Movida, pero no viví su eclosión ni me relacioné tanto con ellos.

Los Enemigos estábamos cansados de que se diera tanta bola a la Movida, pero íbamos a lo nuestro. Quedábamos para pasarlo bien, tomar unas cervezas, intentar que se nos escuchara, poder grabar discos y tirar p’alante.

JAVIER CORCOBADO: Tanto Sex Museum como Los Enemigos eran grupos amigos. Compartíamos la noche y la ebriedad y los escenarios, aunque musicalmente estábamos lejos.

FINO OYONARTE: Yo no vi a Sonic Youth, pero a quien sí vi y cambió mi vida fue a Yo La Tengo. También fue en el Rock Club y en el 88. Kike Turmix nos vio un día por Malasaña a Josele y a mí y nos dijo, «tengo unas entradas para un grupo de puta madre que tenéis que ver». Nos invitó y fuimos los tres. Me quedé impresionado. Josele quizá no tanto. Me desbordó la intensidad del ruido y luego los temas tan angelicales. A Kike también le gustó; era muy garajero, pero también tenía muy buen gusto.

FERNANDO PARDO: La escena malasañera tenía un posicionamiento político. Tanto Kike como nosotros y mucha otra gente éramos extremistas de izquierda. Queríamos cambiar ciertas cosas. Daba la sensación de que los mayores iban a hacer la revolución a corto plazo para forrarse. En las segundas elecciones, yo ya era consciente de que el PSOE era un acercamiento a la socialdemocracia de Willy Brandt y que al verdadero PSOE se lo habían quitado de en medio. Tenía muy claro que esa democracia era un tongo. A Kike le hacían una entrevista en la tele y salía con una camiseta de las Brigadas Rojas. Había que marcar las diferencias.

JAIME GONZALO: Turmix era un epatador. Que llevase una camiseta de las Brigadas Rojas tenía el mismo significado que llevar una de Charlie Rivel. Muy lícito, pero se reía de todo. Había sido uno de los máximos apóstoles de ese rock militante, religioso y obtuso. Y mucha gente se lo creyó.

Entonces, o eras auténtico o no lo eras. Y «auténtico» era otro adjetivo que yo odiaba. Eso era un cambio de moda, y lo que yo pretendía era un cambio de mentalidad. Eso no se consiguió y nos quedamos con una visión de fan. Casi toda la gente que escribía en esos tiempos era fan pura, dura y sectaria. Y eso se fue recrudeciendo. Malasaña, en los primeros 80, ya era lo que luego conoceríamos, pero aún no existía ese «o eres del [bar] Louie Louie o eres de los otros» y toda esa serie de bobadas que le prestan una identidad muy valiosa a esa escena pero que acabarán asfixiándola.

Esa influencia del Ruta nunca fue buscada y siempre me ha molestado profundamente. Yo no pretendí crear ese capillismo casi infantil y fetichista. Fue una influencia negativa. Yo perseguía generar una conciencia, que la gente se preguntara de dónde provenía esa música socialmente y qué papel jugó con el avance del capitalismo y del imperialismo cultural estadounidense. Era una lectura un poco más profunda. Yo quería contribuir a ampliar la visión de la gente: creía que el rock nos podía llevar a otros sitios. Y no nos ha llevado a ninguna parte. Fue un callejón sin salida absolutamente megalómano. Fue gente construyéndose identidades ficticias a partir de residuos culturales. En ese sentido, reniego de esa influencia que ejerció Ruta. Yo no la quería.

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