Читать книгу Pequeño circo - Nando Cruz - Страница 13
EL BRIAN EPSTEIN DE LA ÉPOCA
ОглавлениеJUAN HERMIDA: El primer EP de Iñigo y el mío de los Outsiders15 salieron prácticamente a la vez. El de Munster se vendió mucho más que el mío, porque al fin y al cabo los Outsiders eran un grupo raro holandés de garaje-punk de los años 60, pero Iñigo tardó mucho más tiempo en sacar su segunda referencia. Esa primera referencia mía salió a finales del 87 y en marzo del 88 constituí legalmente Romilar-D Records con cien mil pesetas.
Monté el sello porque alguien tenía que hacerlo. Me parecía muy triste que nuevas e interesantes propuestas musicales y artistas con auténtico talento pasasen desapercibidos porque no encajaban en las reglas que dictaban las compañías y los medios. Si el fanzine era una publicación hecha por y para fans del rock and roll, el sello también lo fue. Y si los últimos números del fanzine vendían mil unidades, el sello podría hacer más o menos lo mismo. No había mayores pretensiones comerciales.
No es que me interesase más publicar discos de grupos extranjeros que españoles, sino que me era más sencillo. Los americanos y australianos venían a Europa de gira y ofrecían sus últimos lanzamientos casi por un nulo coste, solo a cambio de fabricarlos y promocionarlos. Así surgió mi colaboración con Citadel Records, editando álbumes de los New Christs o Died Pretty. Muchas veces me ofrecían grabaciones exclusivas. Esa es la razón por la que tuve el privilegio de editar discos de The Chemistry Set, Crawdaddys, Yard Trauma, Boys From Nowhere…
El primer disco español que saqué fue Sex Museum versus Los Macana. La idea original era un recopilatorio de cuatro grupos llamado Beat Times! Había hablado con Sex Museum, Los Macana, Los Raros —el grupo de Jon Zamarripa— y Ex-Crocodiles, de Mallorca. Sin embargo, Ex-Crocodiles no quería participar en ningún recopilatorio, y sacar el disco con tres grupos no me gustaba. Por eso decidí dejarlo en uno por cada cara.
IÑIGO PASTOR: Desde que empezamos hasta que legalizamos nuestra posición empresarial, pasamos por varias etapas. Entre ellas, la de ver si uno es capaz de sostener el negocio. La licencia que usamos nosotros al principio fue la de Penetración, un fanzine de la primera hornada, del 78. Lo llevaba Alberto, que hoy es gestor de Munster. Tenía el epígrafe de fabricante y nos hizo esta gestión.
Juan Hermida fue el primero que se profesionalizó. Antes que yo, incluso, pero él era más de «escuela de negocios».
JUAN HERMIDA: Siempre pensé que trabajar en un sello independiente no estaba reñido con ser profesional. Es más, creo que por obligación hay que ser más profesional. Siempre intentaba inculcar a los grupos que quisieran ser más grandes que sus ídolos. Que fuesen mejor que la Velvet Underground o Led Zeppelin, por ejemplo. Hablamos de talentos extraordinarios, pero muchos grupos me decían que les encantaban los Fuzztones y que les encantaría tocar como ellos. Para mí, eso era una ambición muy pobre.
ANTONIO ARIAS: Juan Hermida era el Brian Epstein de aquella época: peinado a lo ejecutivo americano buscatalentos y sufriendo como un apasionado de la música que abre un negocio y se lleva todas las hostias. Es muy fácil culparlo a él, pero cuando uno se ha autoeditado, lo comprende mejor. Las carencias que podía tener eran iguales que los beneficios que obtenías.
JUAN HERMIDA: Los bancos tampoco me daban ninguna facilidad. El de Caja Madrid me pidió literalmente que me fuese. «No sé si te dedicas a las drogas, pero no nos interesan clientes como tú, y por el tipo de clientes que traes, tampoco manejas mucho dinero», me dijo. Imagina a Eric Jiménez, de Lagartija Nick, que se pasaba la noche de marcha y llegaba a las ocho de la mañana hecho polvo a cobrar un cheque. Debían de pensar, «¡este nos atraca!».
ERIC JIMÉNEZ: Aún tengo el primer y último cheque de royalties de Romilar. Está enmarcado en mi casa, aún sin cobrar. Eran unas treinta mil pesetas.
JUAN HERMIDA: Yo siempre pagué royalties y en ese sentido era un poco atípico. Siempre vestía normal y permanecía en un segundo plano.
Tenía claro que mi misión era desarrollar artistas. Y era un gran esfuerzo grabar, fabricar, editar, licenciar y promocionar un disco. Para ahorrar diez pesetas en cada disco, los enfundaba yo. Era tan valiosa cada copia promocional que creé un tampón y adjudiqué a cada periodista un número. Por ejemplo, José María Rey era el quince y cualquier disco que le enviaba iba con ese número. Si algún día veía en una tienda de segunda mano un disco de Romilar, lo abría, miraba qué número tenía y ese periodista no volvía a recibir un disco mío. Borré a muchísimos de la lista. Prefiero no dar nombres.
Mi oficina era terrorífica. Estaba en un edificio en la calle Ferraz 33, delante de la sede del PSOE. Los pisos eran muy grandes y habían convertido cada salón de la casa en una minioficina. Al final de un pasillo tenebroso, que parecía de la casa de la familia Munster, llegabas a la mía. En otras había un abogado, un hombre que distribuía pan, una chica que contrataba chicas de la limpieza… Pagaba veinte mil pesetas de alquiler al mes.
ERIC JIMÉNEZ: Las compañías que menos pagan son las pequeñas: entre los gastos fijos de alquiler de la oficina, la luz, el agua, las distribuidoras que no pagan… Es lógico y lo comprendo. ¿Qué te tienen que pagar? Cuatro duros. Si de ese dinero depende el sacar otra referencia, yo haría lo mismo y ya pagaría más adelante. Las compañías que funcionan de puta madre y no pagan son las que no entiendo.
JUAN HERMIDA: Viví permanentemente haciendo equilibrios en el alambre. Cada dos por tres me cortaban el teléfono. Nunca gané dinero ni con el fanzine ni con los discos. Todo lo contrario: cuando me vi forzado a congelar el sello, estuve pagando varios créditos durante años. Al margen de préstamos puntuales, financié Romilar-D vendiéndome la macrocolección de discos que había atesorado.