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UN PUEBLO DENTRO DE MADRID

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FINO OYONARTE: Nací en Jaén en 1964 y a los pocos meses me fui a Almería. Allí había mucho ambiente de heavy y rock urbano. Durante la Movida, allí no llegó prácticamente nada: el rock andaluz de Triana, Imán, Califato Independente; Azahar y grupos como Burning y Leño. Yo perseguía a Leño incluso si iban a tocar por algún pueblo. Íbamos con la pandilla. A esa edad estaba siempre en la calle. No escuchaba tanto la radio.

En un viaje de LSD me fui con un colega a San José, un pueblecito costero al lado del Cabo de Gata, y entré en el Pez Rojo, un cortijito donde unos madrileños hacían cuero y tenían su bar. Había ocho personas: entre ellas, Iñaki de Glutamato Ye-Yé y Joe Strummer. Le dije a Iñaki que era bajista, que tenía un grupillo y nos dimos el contacto. En Navidad fui a pasar una semana a Madrid, me llevé el bajo y, como Iñaki invitaba a todo el mundo a tocar aunque se lo encontrara en el metro, me pasé a tocar unos temas. Allí estaban Poch, Patacho… Yo era un chaval, pero me trataron muy bien. Hasta me llevaron a La Vía Láctea. Y me volví a Almería.

En abril del 85, llamó Iñaki a casa de mis padres y me dijo, «¿te apetece hacer la gira de verano?». Me fui en el expreso de medianoche con mi macuto, mi Rickenbacker y una nevera portátil llena de pescado y gambas. Mi primer concierto con Glutamato fue en las fiestas de San Isidro delante de cincuenta mil personas. Presentaban Alaska y Almodóvar. Me metí en el corazón de la Movida directamente del pueblico. Ese día era mi cumpleaños.

Hice una gira de diez conciertos en verano con Glutamato Ye-Yé. Eran paquetes de dos o tres grupos en plazas de pueblo. Tocamos con Poch, Sindicato Malone, Siniestro Total, Los Secretos, Loquillo… Yo no había cobrado ni veinte duros en mi vida y estaba encantado.

Al acabar el verano, Iñaki me dijo que dejaba el grupo. Yo no sabía qué hacer y me puse a currar en Malasaña. Por allí me movía todos los días. Me tiré casi dos años durmiendo de sofá en sofá en casas de colegas.

FERNANDO PARDO: Malasaña era como un pueblo dentro de Madrid. Era el barrio Maravillas, pero ese nombre fue retrocediendo y avanzó el de Malasaña, que era más castizo. Era un barrio problemático, lleno de prostitutas y yonquis, muy poco cuidado. Uno vivía en un chamizo de treinta metros y al lado había un palacio de ciento cincuenta metros con terraza. Iba gente con interés artístico porque tenía alquileres muy baratos. Entre el 84 y 88, cogió esa fuerza e identidad de barrio tomado por Wyoming y ese tipo de gente progre. Vivía gente muy modesta, pero, de repente, allí vivía Sánchez Dragó.

Vivíamos por cuatro duros en casas apuntaladas, muchas de las cuales ya no existen porque las tiraron. Un día te saltaba la luz y te quemaba media casa, o tenías inundaciones o te quedabas sin agua… Se compartía mucho. En casa de uno vivían otros dos; sobre todo, los que venían de fuera.

IÑIGO PASTOR: Me vine a estudiar a Madrid en 1986 y me encontré una ciudad superapetecible. Había conciertos todos los días, muchísimas salas con directos, muchísimas tiendas de discos, gente haciendo fanzines, bares con musicón y con ambiente, gente de otros países… Había ingleses, americanos, franceses… Y estaban los Desperados, Los Nativos, Los Mockers, Los Macana, Los Imposibles, Las Ruedas, Ángel y las Güais… Era una ciudad muy interesante y divertida. Y el tema de la hostelería y el ocio no estaba tan regulado. Había más garitos abiertos y no había tanto control de decibelios ni tanta salida de emergencia. De hecho, no había horarios.

Empecé a estudiar Ingeniero Técnico de Telecomunicaciones. Entonces no había ni academias de sonido y era lo más parecido a algo relacionado con la música. El periodismo no me interesaba, a pesar de hacer un fanzine. Me apetecía algo más activo, algo más desde dentro. La carrera me pareció extremadamente difícil y ni siquiera acabé primero.

Los primeros años viví en Malasaña, en la calle del Barco. Allí también tuve la oficina. Vivíamos varios en el piso. Yo ponía discos en los bares. Estuve en El Malandro, en El Templo del Gato, en el Agapo… Entonces el pinchadiscos era como una máquina que ponía discos. Estabas ocho horas, sin contrato ni nada. Igual cobraba tres mil pesetas al día.

FINO OYONARTE: Curré en el King Creole, un bar de rockers. Estuve un año de camarero con Rossy de Palma. Por allí pasaban Antonio Bartrina, Radio Futura, Poch, Julián Infante, Jorge «Ilegal», Julián Hernández, Paloma Chamorro se traía a los Stranglers después de grabar el programa… Josele [Santiago] y Artemio [Pérez], de Los Enemigos, también venían cuando los dejaban entrar, porque eran muy traviesos.

Los Enemigos ganaron el concurso Villa de Madrid, grabaron un EP de cinco o seis canciones y rápidamente los fichó GASA, una independiente que ya había cogido fuerza, pero que aún no había petado con Duncan Dhu. Josele me dijo que tenía un grupo y que me había visto tocar con Glutamato. Me pasó el casete, lo escuché y fui a hacer una prueba. El día que llegué al local les estaban echando, así que no pude hacer la prueba y nos fuimos de juerga. No habrían pagado ese mes el alquiler. Eran un desastre. Los ensayos de Los Enemigos eran comprar una botella de vino cada uno e ir pallá.

FERNANDO PARDO: Uno de los primeros personajes que encontramos en Malasaña fue Kike Turmix. Coincidíamos en el Rastro, en Rock-Ola y en Record Runner. Al principio, iba de postpunk a lo Peter & the Test Tube Babies. No era tan gordo. Iba con el pelo un poco de punta y una camisa de rejilla de lana que dejaba los pezones a la vista. Cuando empezaron los Stray Cats y, sobre todo, los Meteors, King Kurt y todos los grupos de psychobilly ingleses, se enganchó a eso y tiró hacia lo garajero. Por allí también estaba Josele, de Los Enemigos, que empezó a aparecer por el Agapo.

FINO OYONARTE: Kike era una institución. Todos los días te hablaba de grupos de los que no tenías ni puta idea: australianos, de Canadá… Había una cultura musical muy potente en los bares. Casi todos ponían muy buena música, pero concretamente Kike y Ladis Montes11 traían vinilos de fuera y movían el circuito independiente. Contactaban con fanzines y sellos de todo el mundo. Kike estaba superatento y daba lecciones con su gusto radical y cañero… «¡Eso que llevas ahí es una mierda!».

IÑIGO PASTOR: Un día Pepe [Peral], el portero del Rock-Ola, me dijo que iban a abrir una sala y que les gustaría que yo pusiera la música. Era el Rock Club. Entraba a las nueve, salía a las cuatro de la mañana y libraba un día a la semana. Había presupuesto para discos y me iba a Del Sur o a Record Runner y los compraba. Era una época en la que había mucho movimiento en Madrid y la mayoría de días había actuaciones. Es la mejor sala que hubo en Madrid. Estuve dos años poniendo discos allí.

Mucha de la gente que venía al Rock Club eran los camareros del Rock-Ola, los de la puerta… Tenían cuatro o cinco años más que yo y estaban muy dañados. Yo iba a mi rollo. Estaba centrado en mi música. Siempre fui el más pequeño, pero estaba siempre con la oreja puesta, aprendiendo.

Al trabajar en Rock Club, yo estaba en una situación muy privilegiada. Veía las pruebas de sonido, estaba con los grupos… Muchos se quedaban después del concierto. Cuando sacaron el primer disco, Primal Scream estuvieron dos días en plan promoción desmadre y cada noche estaban allí: haciéndose fotos, pidiendo que les pusiera a Love… Yo ya hacía entrevistas en persona. Fue la época más activa del fanzine.

JUAN HERMIDA: Llevar los fanzines a todos los bares era horrible porque tenía que esperar a que cerrasen para hacer caja. Yo no bebía y me decían que me tomase una Coca-Cola, pero a la tercera ya decía, «tío, págame y no me hagas esperar otras dos horas». Tenían esa norma para que nadie tocase el dinero de la caja. Muchos íbamos pelados y, aunque solo hubiesen vendido dos fanzines, les pedíamos que nos pagasen los diez que habíamos dejado. Mucha gente vendía fanzines, camisetas y discos en los bares.

IÑIGO PASTOR: Había un tipo que iba mucho por Rock Club. Era un asiduo que me dio la impresión de tener un buen trabajo, quizá relacionado con la aeronáutica, y mucho dinero. Un día me preguntó cómo me iba. Yo pasaba por una situación un poco angustiosa porque me había independizado de mi familia y estaba intentando salir adelante. Me esperó a que saliese al final de la jornada y, según íbamos por la Gran Vía, entró en un cajero y me dio cuarenta o setenta mil pesetas. «Toma, ya me lo devolverás algún día», me dijo. Fue la luz. Luego ha habido otros traspiés y situaciones extremas, pero esa escena fue proverbial y bonita. Nunca volví a ver a esa persona.

Con lo que ganábamos de un fanzine, pagábamos el siguiente. Empezamos en blanco y negro hasta que nos atrevimos a poner dos colores en la portada. Luego lo hicimos más grande. Luego con portada brillante.

Y luego ya un fanzine con un disco.


FERNANDO PARDO: La actividad de Malasaña era pura terapia. Era como una fiesta a la que podías ir si llevabas comida, bebida o pasteles. Pasaban tantas cosas y había tanta gente unida que lo normal era sentirte parte de algo. Casi todo el mundo hacía algo: unos sacaban un fanzine, otros tocaban en un grupo… Y era contagioso: si este hace esto, yo puedo hacer lo otro. Muy poca gente iba solo a cogerse una cogorza.

FINO OYONARTE: En Malasaña saludabas a todo el mundo cuando ibas a cenar al Chamizo, un bareto de cañas. Y en los conciertos te encontrabas a todo dios. Ahí estaba Iñigo, jovencísimo, grabando cosas con su casete. Iñigo fue de los primeros que empezó a hacer cosas. Un día nos dijo que iba a sacar un disco y que si queríamos grabar una canción.

IÑIGO PASTOR: Arreglamos cuatro horas y grabaron del tirón: primero un grupo y después el otro. De acuerdo a lo que ofrecía un estudio con esa tecnología misteriosa de cintas, bobinas y mesas de mezclas, era bastante asequible. Igual eran diez mil pesetas la hora, pero si hacías media hora más, te la cobraban. Podíamos pagar cuatro horas, pero ni un minuto más.

FINO OYONARTE: La tarde que grabamos Los Enemigos también grabaron Sex Museum. Así se hacía entonces. Estábamos en la habitación de al lado afinando los instrumentos mientras el otro grupo grababa su canción.

IÑIGO PASTOR: No había contrato ni nada. «¿Queréis grabar?» «Sí.» «¿Cuándo? Pues luego os daremos unos cuantos discos.» Grabamos en Duplimatic, el estudio de Félix Arribas, el productor de Los Pekenikes. Tenía duplicadora de casete. No era habitual que un estudio pudiera hacerte quinientos casetes.

En ese single12 también salían Spacemen 3 y los Surfin’ Lungs. Spacemen 3 nos mandaron su primer LP al fanzine. Ahí iniciamos una relación de correspondencia. Hubo un proyecto de un festival en Gernika con ayuda del ayuntamiento. Hablábamos por teléfono en un inglés chapurreado y luego llegó un telegrama con el visto bueno. Al final, todo se fue al carajo, pero de ahí surgió que nos cedieran un tema para el single.

FINO OYONARTE: Un día en La Vía Láctea vino Ángel [Aparicio], el mánager de Glutamato, con un periódico musical tipo New Musical Express, pero noruego. ¡Hablaba del disco! Decía que nuestra canción se podía escuchar a 33 y a 45 revoluciones. Hubo un error y se prensó más rápido de lo que lo grabamos. Si lo ponías a 33, parecía un blues. Si lo ponías a 45, parecía rock de garaje. Los redobles de batería de Artemio eran que ni de Keith Moon.

FERNANDO PARDO: Ese disco es una buena muestra de cómo funcionaba la escena en la que nos movíamos. Primero, porque suena a revoluciones diferentes a las que se grabó; o sea, que ya está la típica chapuza. Y, luego, porque ya se ve la capacidad de Iñigo para contactar con gente. Dar con Spacemen 3 era complicado, pero él y Gorka estaban muy metidos en todo lo que se hacía entre el garaje y el ruidismo, entre la Velvet y los Stooges.

Pequeño circo

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