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EL CULO DEL MUNDO DENTRO DEL CULO DEL MUNDO
ОглавлениеFERNANDO ALFARO: Nací en 1963 en Albacete. Somos once hermanos. Yo era el tercero. Cuando era adolescente tenía ocho hermanos más pequeños en casa jugando y haciendo locuras. Salía a la calle para relajarme.
Mi padre era abogado y administraba una finca medianilla en Alcadozo. Mi madre empezó Derecho, pero cuando empezaron a tener hijos, lo dejó. Con la crisis de los 70, mi padre fue vendiendo la finca que en su día había heredado. Vendió la mitad de las tierras, que de por sí no eran muy productivas. Si haces una inversión muy fuerte en regadío, puede ser productivo, pero allí el cultivo habitual es el cereal, y eso no da dinero.
Alcadozo era como el culo del mundo dentro del culo del mundo, un sitio perdido en una provincia ya de por sí perdida como es Albacete. Teníamos una gran casa familiar en el pueblo donde pasé los veranos de mi niñez. En el pueblo nos decían «señoritos». Porque lo éramos; potencialmente. Todo el entorno familiar, mis primos y tíos, tenía mucha más pasta. Mi padre nunca tuvo una situación boyante.
Un día iba en bici y, pum, me dieron una pedrada. Eché a correr tras el chaval y me lié a hostias. El chaval era enorme y me dio bien. Me hice amigo suyo y luego de su hermano. Entre ellos rivalizaban por ver quién era más amigo mío y cuando se peleaban se liaban a pedradas.
Nuestra vida era así. Éramos como una banda. ¡Una banda armada! De la mitad del pueblo hacia abajo eran una banda y de la plaza hacia arriba éramos otra. Había lucha urbana con grapas. Las fabricábamos con alambre de empacar la paja. Las cortábamos con una piedra, las doblábamos y nos las tirábamos con tirachinas que fabricábamos con la madera de los almendros. ¡Se clavaban en las piernas! Esas guerras las hacíamos en los campos adyacentes porque si te veían en el pueblo salía una mujer y te daba de hostias.
En Alcadozo estaba también la gasolinera en la que trabajé los años de Surfin’ Bichos y Chucho. La gasolinera también era de mis padres.
JOAQUÍN PASCUAL: Nací en 1964 en Ayora, un pueblo de la provincia de Valencia. En la familia de mi padre todos son músicos. Mi padre dirigía la banda municipal de Ayora y daba clases de matemáticas en un colegio. Allí conoció a mi madre. Mi padre ha compaginado siempre su trabajo de maestro con la música. Como yo, que también soy maestro.
Mis padres eran maestros de primaria y estuve toda la infancia zumbando por pueblecitos de la provincia. Vivíamos en aldeítas donde solo había una escuela. A los cinco años nos instalamos en Pozuelo61. Nuestra infancia en el pueblo fue de descubrimiento constante. Buscábamos perros que acababan de parir, nos llenábamos de pulgas, mis colegas ahorcaban gatos, nos subíamos a las alpacas, nos tirábamos desde cinco metros…
Hasta los catorce años no viví en Albacete. Veníamos asalvajados y nos metimos en un piso. Los primeros años fueron terribles; allí nos sentíamos como encerrados en una cárcel. Nos pasábamos el día en la terraza tirando cubos de agua a la gente y haciendo todas las maldades que se nos ocurrían. Veníamos de una infancia primitiva, de un pueblo de trescientos habitantes y de un ambiente bastante Los santos inocentes. De la España profunda.
Pronto conocí a gente que iba a apedrearse con los gitanos a las barriadas de las afueras de la ciudad; gente de nuestra edad que empezaba a beber y a drogarse. Eran igual de burros o más que nosotros. El haber tenido una infancia más alocada, menos agarrada a los padres, nos hizo ser más atrevidos. Teníamos más distorsionado el umbral de lo que podíamos hacer. No recuerdo que mi padre me dijera nunca «no salgáis a la calle».
FERNANDO ALFARO: Cuando volvía de estar tres meses en el pueblo, a pedradas por el campo o metiéndole mano a las crías, no me acostumbraba a Albacete. Me alejé poco a poco de mis primos y de mi entorno pijo. Me iba a las afueras con amigos de mi mismo pelaje. Y el mismo rollo: a pedradas y puñetazos con los gitanillos. Era el pan nuestro de cada día.
El colegio de los escolapios en el que estudié no era solo de pijos. Había alumnos de pago y otros que estudiaban gratuitamente. De hecho, les llamábamos «los gratuitos» y nosotros, los pijos, les teníamos miedo. Nos tenían en patios diferentes, pero a partir de cierto momento los rectores decidieron juntarnos. Eso fue superimportante para mí porque desde entonces la mayoría de mis amigos fueron de «los gratuitos». Ahí se amplió mucho todo a nivel sociológico e ideológico. Los padres de los niños ya no eran solo de familia pija. De niño yo no entendía que alguien no votase a Alianza Popular. Todo mi entorno familiar y de amistades era de derechas.
JOAQUÍN PASCUAL: Empezamos a salir por Albacete, a ir a las bodegas a beber, y ahí conocí a otros chavales que tenían un local en el barrio de las Carretas. Entonces, la ciudad acababa ahí. Esos locales estaban en un descampado y los llevaba una mujer mayor. Los llamábamos «los locales de la vieja». La mujer tenía una casa y debajo había unas pequeñas cuadras para animales que había rehabilitado. Alrededor del patio había cinco o seis locales. En alguno vivía gente; familias de gitanos. Convivíamos con ellos.
En Albacete no había ni un solo bar. Estaba La Luna, pero tenía un ambiente muy hippie y no nos iba mucho. Los locales eran los sitios donde ibas a pasar la tarde, a tocar o a montar fiestas. En el nuestro había hasta una cama. Era un poco picadero. Todo muy cochino. Teníamos amigas que se quedaban a ver los ensayos. Venían a fumar y a beber.
En los locales de la vieja conocí a Carlos Cuevas62 y a Fernando.
FERNANDO ALFARO: En la época del punk estaba siempre peleándome. Tengo dos dientes implantados porque a los dieciséis años me los saltaron en una pelea. Bueno, aquello más que una pelea fue una paliza. Un amigo se puso a mear en un rincón y resulta que unos pijos —pijos yonquis de los primeros 80— habían dejado sus petardos allí. Eso decían ellos, pero igual era heroína.
JOAQUÍN PASCUAL: Fernando no era violento, pero siempre fue muy provocador, muy de dar la cara. Incluso ensayando tenía un carácter muy instigador. A la hora de tocar, nos decía qué actitud debíamos tener como grupo. No desafiante, pero sí valiente. Contagiaba una sensación de fuerza. Cuando salíamos con él había una intensidad constante.
Albacete es una ciudad aburrida, pero teníamos nuestros recursos. Ni siquiera teníamos la sensación de querer escapar. Nos divertimos muchísimo y sufrimos muy poco. Un poco enfadados sí estábamos, pero era porque todo era un aburrimiento. No hacíamos nada malo, pero teníamos punch de punkies. Teníamos ganas de sentir que estábamos haciendo algo. Si hacíamos una escapada a Almansa, queríamos tener algo que contar a la vuelta.
En Almansa había una discoteca, la Hollywood. Era grande como las de la Ruta del Bakalao. Se ponía hasta arriba de gente de toda la provincia. Se podía bailar en plan pogo. Ibas a hacer el animal. Había tribus: los punkies, los rockabillys… El que no llevaba tupé, llevaba crestas, chupa de cuero o patillas. Nosotros íbamos un poco de rockers. Allí vimos a La Polla Records, a Loquillo, a Los Rebeldes, a La Frontera… Nos poníamos hasta el culo, veíamos el concierto y, cuando se nos pasaba el pedo, nos veníamos. Íbamos todos con nuestras pintas, todos los de los locales: Toñito, Camilo, José Mari Ponce63, Carlos Cuevas, Jesús Villar, Miguel Guardia64, Fernando…
Había un ambiente de violencia malsana, pero molaba. Había conatos de pelea constantemente, por empujones o por lo que fuera. Sabíamos que habría lío y que había que ir juntos, en pandillaca. Eso generaba instintos de protección. Los Surfin’ siempre fuimos muy piña: íbamos juntos a todas partes. Esa sensación de grupo que es algo más que la música viene de ahí.
FERNANDO ALFARO: Éramos gente de buena familia, pero había un clima de violencia.
JOAQUÍN PASCUAL: Éramos de clase media. Mi padre era maestro y el de Fernando era abogado. Albacete es una ciudad muy de clase media y tampoco había grupos de gente ni muy pomposa ni muy desarraigada. No teníamos sensación de claustrofobia social o familiar. La religión era lo único que daba por culo. Mis padres fueron del Opus durante un tiempo, los de Fernando, también, y los de Carlos eran muy religiosos. Pero no era algo que nos aplastara. Y al final incluso pudo ser un aliciente.
FERNANDO ALFARO: Yo tuve una formación religiosa intensa. No solo estudié en un colegio de curas hasta los catorce años, sino que llegué a meterme en comunidades de base; de cristianismo social o rojo, para entendernos.
JOAQUÍN PASCUAL: En La Gineta, un pueblo cerca de Albacete, hicieron durante un par de años unos conciertos muy punkies. Allí vimos a Derribos Arias y a Ilegales. Tocaban en un garaje durante las fiestas porque la pandilla local había montado un concierto. No había más de veinticinco personas.
FERNANDO ALFARO: Yo tocaba la guitarra con el grupo punk de mi primo José Mari, Cortejo Fúnebre. Le dejé el ampli a Alejo Alberdi. A Poch le habían dado una paliza el día anterior en un concierto. En el camerino contó una película superextraña que le había pasado en un pueblo de Galicia. Se quitó la camisa y tenía el cuerpo lleno de tiritas y apósitos.
ALEJO ALBERDI: Derribos Arias tocábamos bastante en pueblos de los que no habías oído hablar nunca: Campo de Quintana, Castuera… Atraíamos bastante a freaks. Ahí veías la ilusión que tenía la gente por esas cosas.
JOAQUÍN PASCUAL: En los 80 nunca fuimos a Madrid a ver conciertos de grupos extranjeros. Ni siquiera giras mastodónticas de grupos tipo Rolling Stones. Y a Albacete no llegaban las giras internacionales. Solo los Immaculate Fools tocaron una vez en la discoteca Roxy. Igual por eso nunca nos planteamos cantar en inglés.