Читать книгу El error de tu venganza - Noelle Cass - Страница 11

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Esa noche llegó a casa pasada la medianoche. El día había sido muy duro y estaba agotada, apenas se tenía en pie, mientras abría la puerta del apartamento. En cuanto estuvo dentro cerró de una patada la puerta y dejó caer el bolso en el suelo, luego se acercó al sofá y se dejó caer pesadamente sobre él. Esos días estaba matándose a trabajar para tener su mente ocupada y dejar de pensar en Cristopher. Tenía que tomar una decisión cuanto antes, si él no se iba de la ciudad, sería ella la que dimitiría en su puesto de trabajo y pondría tierra de por medio entre Cristopher y ella. No podría soportar por más tiempo esa situación, se daba cuenta de que una manera u otra, Cristopher la tenía entre sus manos y que podía hacer con ella lo que quisiera. Ella solamente era una marioneta que él manejaría a su antojo, obligándola a hacer todo lo que Cristopher quisiera. Aunque ella intentaba mantenerse firme en su resolución, él siempre acababa por derrumbar sus defensas y colarse de nuevo en su mente y en su corazón. Tenía que demostrar más fortaleza, se dijo, mientras se recostaba en el sofá y cerraba los ojos. Le pareció que llevaba una eternidad con los ojos cerrados, cuando el sonido del timbre la sobresaltó y se levantó de un salto del sofá. No tenía ni idea de quién podía estar llamando a esas horas a su puerta, que ella recordara, no esperaba visita alguna esa noche, se corrigió, no esperaba visitas ninguna noche. A las únicas personas que había accedido a que entraran en su apartamento eran Anna y Kyle. Fue hacia la puerta tambaleándose, ya que de camino había perdido uno de los zapatos y cojeaba por la ligera descompensación. Al llegar a la puerta echó una fugaz mirada por la mirilla, se quedó de piedra al ver de quién se trataba.

Cristopher estaba plantado delante de su puerta con un ramo de rosas en la mano y una botella de champán en la otra. ¿Qué pretendía ese hombre ahora? Se preguntó Isabella estupefacta. Se giró y se pasó la mano por el pelo nerviosa, ese hombre nunca la iba a dejar en paz. Él insistió en el timbre otra vez.

Cristopher se estaba empezando a impacientar, sabía perfectamente que ella lo había visto por la mirilla y no quería abrirle. Pero tenía que calmarse, se dijo, si quería lograr su objetivo. Esa noche había ido a su apartamento con intención de seducirla, de comenzar a derribar sus defensas de nuevo. Y cuando la tuviera dominada de nuevo, la haría sufrir como nunca antes había sufrido. Iba a pagar en carnes propias todo el daño que le había hecho en el pasado. Pero lo estaba cabreando que ella lo ignorara.

—Isabella, sé que estás ahí —dijo con voz tranquila y melosa. Una tranquilidad que en realidad no sentía para nada—. Abre, por favor, vengo en son de paz.

—No pienso abrir, lárgate —respondió ella, mientras seguía apoyada de espaldas sobre la puerta.

—Venga, Isabella, quiero charlar contigo mientras disfrutamos de una buena copa de champán.

—No tengo intención alguna de socializar contigo, estoy cansada y necesito descansar.

Cristopher lanzó un juramento en voz baja, su plan no estaba saliendo como él pretendía. Pero tenía muy claro que no se iba a ir sin poner en práctica su plan.

—Venga, Isabella, no estaré mucho rato.

Al poco rato, escuchó el característico clic de la cerradura, la puerta se abrió e Isabella se hizo a un lado para dejarlo entrar.

—Buena chica —dijo él, mientras entraba en el interior del apartamento y sin previo aviso besó a Isabella. Ella, por unos instantes, se quedó paralizada y perdida en las sensaciones que ese beso le produjo a su cuerpo. Ni en un millón de años estaría preparada para volver a sentir todo lo que había vivido en el pasado con el amor de su vida.

Cristopher rompió el contacto satisfecho, mientras en su mirada aparecía un destello perverso. Tendría a esa mujer comiendo de la palma de su mano mucho antes de lo que se imaginaba. Ella seguía temblorosa y sin poder moverse, estaba segura de que si intentaba dar un paso acabaría irremediablemente en el suelo. Cristopher se acercó a la mesa grande y depositó en ella el ramo de flores y la botella de champán. Minutos después se acercó a Isabella, la sujetó del brazo y la condujo hacia el sofá, hizo que Isabella se sentara y luego se sentó él a su lado, mientras acariciaba en círculos la mano de ella. Isabella estaba perdida en un mar a la deriva por las sensaciones. Esa simple caricia estaba causando estragos en todo su ser.

—¿Te apetece una copa de champán? —preguntó él, mientras la seguía acariciando y mirándola fijamente.

—Una copa de champán estaría bien —respondió Isabella en apenas un susurro audible. Rompió el contacto con Cristopher, se quitó el zapato que aún llevaba puesto y se levantó del sofá para dirigirse temblorosa a la cocina a por dos copas. Cristopher se felicitó mientras la seguía con la mirada. Se iba a aprovechar de todas las debilidades de Isabella para romper sus defensas y destrozarle la vida como ella se la había roto a él. No cejaría en su empeño hasta verla completamente destruida. Minutos después, Isabella regresó al salón con dos copas en la mano y cogió la botella donde la había dejado Cristopher, luego se acercó al sofá y lo dejó todo sobre la mesita frente al sofá. Él cogió la botella, la abrió y sirvió la bebida en ambas copas, mientras ella se sentaba. Poco después, Cristopher le entregaba la copa a ella y chocó las copas a modo de brindis y se llevó la copa a los labios. Isabella lo imitó y bebió de su copa mientras lo miraba hipnotizada, no podía apartar la mirada de él. Sus nervios estaban a flor de piel y su corazón latía descontrolado en su interior mientras la sangre le corría por las venas quemándole las entrañas.

—Tienes un apartamento precioso —dijo mirando a su alrededor.

—Gracias —respondió ella, mientras bebía un largo sorbo de champán.

—Me alegro de que te vaya tan bien en la vida. —Dejó su copa sobre la mesa y volvió a acariciarle la mano.

—A ti tampoco te va nada mal —balbuceó ella sin poder pensar con claridad.

Cristopher asintió afirmativamente, luego subió su mano y empezó a acariciarle el pelo enrollando algún mechón entre los dedos. Sabía que la estaba desarmando por completo y eso le encantaba. Estaba seguro de que, si se lo proponía, esa noche Isabella caería en su brazos. Tenía que ser fuerte y controlarse. El contacto con Isabella lo estaba desarmando por completo. Despertando recuerdos del pasado que él creía olvidados ya. Pero en esos momentos se estaba dando cuenta de que nunca la había olvidado. Y esa verdad lo impactó de lleno en todo su ser. Su corazón galopaba alocadamente en su interior, mientras el deseo por ella se intensificaba. Tenía que tranquilizarse y mantener la cabeza fría para no caer de nuevo en las redes de Isabella. Bajó la mano y continuó acariciando y enmarcando su rostro con la palma de la mano. Mientras, ella continuaba con los ojos cerrados y perdida entre sus caricias. Clavada en su asiento como si no quisiera perderse ni un segundo de ese contacto, deseando que continuara el resto de su vida y nunca llegara a su fin. En ese instante ella se dio cuenta de que después de tantos años, su vida volvía a estar patas arriba de nuevo. Solo hacía falta una simple caricia de él para borrar de un plumazo todo el daño que le había hecho. Estaba completamente perdida y a merced de él y eso la aterraba. En unos pocos segundos, Cristopher había sido capaz de derribar sus defensas. Él lentamente fue acercando la cara a la de Isabella y aspirando la fragancia a rosas que la envolvía. Notaba cómo ella se estremecía con sus caricias y le gustaba el efecto que tenía sobre ella. Se paró a unos milímetros escasos de la boca de ella temblando de anticipación, sabía que los besos de Isabella eran dulces y sensuales. Iba a disfrutar cada segundo del placer que iba a obtener del cuerpo de ella, y la besó. Cuando los labios de los dos se tocaron, una corriente eléctrica los sacudió a ambos. Ninguno estaba preparado para lo que en ese momento estaban sintiendo. Los corazones latían desbocados y un torrente de lava candente corría por sus venas. Cristopher intensificó el beso mientras sus respiraciones se entremezclaban y respiraban con dificultad. Con la mano que Cristopher tenía libre, la posó sobre uno de los pechos de Isabella y lo acarició por encima de la tela, ella gimió de placer al notar el contacto de la mano de él sobre su cuerpo. Por dentro, ella ardía de pasión mientras la ropa le empezaba a estorbar. Él la tumbó en el sofá y fue besándole el cuello hasta el nacimiento de los pechos, dejando a su paso un reguero de fuego sobre la piel de Isabella. Ella sabía que lo que estaba pasando no estaba bien, que debería detenerlo antes de que fuera demasiado tarde, pero su cerebro no era capaz de pensar con coherencia con todo lo que Cristopher le estaba haciendo sentir en esos momentos. Ahora sabía con certeza que estaba completamente perdida.

Mientras los dos seguían envueltos en una intensa niebla de pasión, Cristopher había puesto la mano sobre una de las piernas de Isabella e iba avanzando hacia el centro de la feminidad de ella, e hizo que Isabella le vinieran de golpe a la mente todos los recuerdos del pasado e intentó zafarse de él, mientras gritaba enloquecida.

—¡Suéltame, imbécil! —gritó ella luchando contra él para que la dejara libre.

—¡Isabella, qué te pasa! —exclamó Cristopher desesperado por verla en ese estado.

—Déjame en paz —imploró Isabella mientras intentaba levantarse del sofá.

—Isabella, ¡mírame!, soy yo Cristopher, no voy a hacerte ningún daño —habló con el corazón encogido, algo muy grave le había pasado a Isabella para que se pusiera de esa forma.

Pero ella no escuchaba nada de lo que Cristopher le estaba diciendo. Todo lo que había vivido con el desgraciado de Albert Lancaster, volvió de repente a su cabeza. Estaba desesperada por librarse del hombre que la aprisionaba con tanta fuerza en el sofá, pero no conseguía verle la cara entre tantas lágrimas y por la desesperación de querer librarse de él, pero era como si una barra de hierro la mantuviera presa sin poder librarse de ella.

Cristopher se incorporó en el sofá y le dejó algo más de movimiento, pero la seguía teniendo sujeta, mientras que con la otra mano le acariciaba la cara bañada en lágrimas.

—¡No me toques! —respondió ella mientras con un gesto se levantaba del sofá y ponía distancia entre los dos y volvía a estallar en llantos. Mientras a Cristopher se le rompía el corazón por verla así.

—Isabella, mírame —repitió de nuevo—. Soy yo, Cristopher, no voy a hacerte daño —dijo, mientras se acercaba a ella.

—¡Lárgate de mi apartamento ahora! —exclamó señalándole la puerta.

Pero él no pensaba marcharse del apartamento de Isabella hasta averiguar lo que estaba pasando, y por qué ella se había puesto de esa forma en un abrir y cerrar de ojos. Lo estaba partiendo en mil pedazos ver lo desesperada que estaba.

Isabella se soltó de él y fue hacia la puerta del salón; allí, se apoyó de espaldas y se dejó caer al suelo derrotada, deslizándose mientras se acunaba para calmarse. Cristopher se acercó a ella y se agachó para que sus caras quedaran al mismo nivel. Pero ella esquivaba su mirada y en ningún momento permitió que él la tocara. Desde el principio, Isabella sabía perfectamente que era Cristopher, y se maldijo por demostrar tanta vulnerabilidad ante ese hombre. Maldijo una y otra vez a Lancaster, ella era joven y no sabía qué pretensiones tenía ese hombre respecto a ella, pero cuando se dio cuenta de lo que él pretendía ya era demasiado tarde. Siguió maldiciéndolo por violarla. Y maldijo por demostrar tanta debilidad ante Cristopher. Los recuerdos de esa maldita noche habían regresado en el momento menos oportuno y sentía rabia e impotencia por ello.

—Isabella, no era mi intención hacerte daño —dijo él, mientras seguía acuclillado frente a ella.

—Quiero que me dejes sola, lárgate ya de mi apartamento, Cristopher. —Y le señaló la puerta nuevamente.

—No voy a dejarte sola en este estado, es evidente que algo gordo te ha pasado para ponerte de esta manera.

—No pienso darte explicación alguna, jamás la quisiste en el pasado y ahora es demasiado tarde para que te preocupes por mí —respondió, mientras se limpiaba las lágrimas con el dorso de la mano y lo miraba fijamente con una expresión indescifrable.

—No pienso irme hasta que me digas qué está pasando.

—Y yo te he dicho que de mí no obtendrás respuestas. —De un manotazo improvisto lo apartó de ella y se levantó. Aprovechó ese momento para esquivarlo y se puso a correr por el pasillo hacia su dormitorio y se encerró. Cristopher lanzó un juramento y fue detrás de ella.

—¡Maldita sea, Isabella! —exclamó, mientras golpeaba la puerta—. ¡Abre la maldita puerta de una vez!

Isabella se dejó caer sentada sobre la cama y se tapaba los oídos para no escucharlo. Esa noche se había comportado como una auténtica idiota. Nunca debió permitirle entrar en su apartamento y mucho menos dejar que las cosas llegaran tan lejos. Sabía perfectamente que él no tramaba nada bueno contra ella y le acababa de proporcionar la munición perfecta para destruirla. Sabía que después de esa noche, él no se quedaría tranquilo y se pondría a averiguar lo que realmente había sucedido esa maldita noche cinco años atrás. Tenía el presentimiento de que, si Cristopher averiguaba la verdad, todavía la odiaría mucho más cuando supiera que habían abusado de ella. Su instinto le decía que él se sentiría asqueado de ella. Quince minutos después, Cristopher se cansó de golpear la puerta y gritar, salió de la casa soltando una sarta de imprecaciones y dando un sonoro portazo. Pero, por si acaso, ella se quedó como estaba largo rato.

Cristopher se acercó al coche hecho una furia. Se sentó tras el volante y descargó toda su frustración con el volante mientras seguía maldiciendo. Había sido completamente inútil hablar con Isabella. Había intentado ser paciente, pero sus esfuerzos fueron completamente inútiles. Ella había logrado encerrarse en lo que creía era el dormitorio, ya que no tuvo tiempo de mirar en su interior. Tenía que averiguar lo que estaba pasando de otro modo, sabía que por ella no iba a conseguir sacarle la verdad. Lo que ella le había dicho era cierto, si cinco años atrás no quiso escuchar la verdad, ahora era demasiado tarde. Aunque lo que estaba pasando a Isabella, le dolía en el alma como si le clavaran un puñal en el corazón, eso trastocaba todos sus planes, ya que para lograr su objetivo tendría que seducirla. Pero algo le habían hecho a Isabella para que rechazara el contacto con un hombre cuando estaban muy cerca de hacer el amor. Se había puesto a gritar con desesperación y pidiendo que la dejara en paz.

Encendió el coche y salió del aparcamiento con un sonoro chirrido de neumáticos, Isabella se acercó a la ventana de su dormitorio y vio que Cristopher se marchaba a toda velocidad, esperaba que por lo menos no tuviera un accidente por su culpa. Se maldijo una y otra vez por ser tan estúpida. Nunca debió permitir que él entrara en el apartamento y dejar que las cosas llegaran tan lejos. Pero se sentía tan aturdida por las caricias de él que no fue capaz de pensar en nada más. Fue el hecho de que él puso su mano en su parte más íntima para que de pronto, volviera a revivir todo de nuevo. Así había empezado Lancaster, y aunque ella había intentado resistirse, él era mucho más fuerte que ella y evitó que pidiera ayuda. Cuando Cristopher los sorprendió, parecía realmente que eran dos amantes disfrutando de una tórrida noche de pasión. Daba gracias a Dios porque no se hubiera quedado embarazada de ese desgraciado. Su vergüenza sería mucho mayor para ella viendo la cara de Lancaster reflejada en un niño, aunque la criatura no tendría culpa por la forma en que sus padres lo habían engendrado, ella no podría vivir con el recuerdo de lo que había hecho ese malnacido, que ella creía que era un caballero y resultó ser el mismo demonio. Después de largo tiempo pegada a la ventana, cerró las cortinas y se desnudó para ponerse el camisón y acostarse. Sabía que esa noche le iba a ser imposible pegar ojo, deseaba de todo corazón que Cristopher llegara ileso a su apartamento.

Cristopher aparcó el coche en su plaza de aparcamiento y salió disparado hacia su apartamento. En dos zancadas se puso en la puerta, sacó del bolsillo el llavero y después de seleccionar la llave que abría el apartamento, la abrió. Entró en el interior del apartamento y cerró dando un sonoro portazo. No le importaba que sus vecinos protestaran, él necesitaba descargar toda su frustración. Se fue al mueble bar del comedor y se sirvió un whisky doble, luego se fue al despacho y allí se puso a dar vueltas como una fiera enjaulada y de vez en cuando daba sorbos a su bebida. No podía permitir que sus planes se vinieran abajo, seducir a Isabella era primordial para que ella se enamorara de él y convertirla en su esposa para hacer de su vida un infierno. Pero lo sucedido esa noche trastocaba todos sus planes. Pero ver la cara de terror de ella cuando estaban muy cerca de hacer el amor, lo atormentaba y no lo dejaba tranquilo. Por mucho que quisiera olvidarse de ello le era imposible. Tenía que averiguar qué le estaba pasando a Isabella. Se acercó a la ventana y se pasó la mano que tenía libre por el pelo. Debía buscar una solución para saber qué pasaba, las dos únicas salidas posibles eran hablar con Kyle o indagar y recabar información sobre la mejor amiga de Isabella. Seguramente alguno de los dos sabía de primera mano lo que le pasaba a Isabella, con disgusto, se daba cuenta de que ella no rechazaba el contacto de Kyle, y ese era un punto que tenía en su contra. No podía permitir que Isabella se le escapara de nuevo. Por la mañana llamaría a Kyle nuevamente, se dijo, mientras se acababa el whisky. Si de él no sacaba la verdad, tendría que seguir intentándolo con la amiga de Isabella. Dejó el vaso sobre el escritorio y se fue al dormitorio. Se desnudó quedándose únicamente con los bóxeres y se deslizó entre las sábanas. Tardó tiempo en quedarse dormido, dándole vueltas a la cabeza y pensando, pero finalmente el sueño lo venció y se quedó profundamente dormido.

Esa mañana, Isabella se despertó con los primeros rayos de sol, que intentaban colarse a través de las gruesas cortinas corridas. Le habría gustado quedarse más tiempo en la cama, pero no podía permitírselo, tenía que ir a trabajar. Había pasado una noche de perros. Se despertó dos veces empapada en sudor y respirando con dificultad a causa de las pesadillas. Había semanas que estas no se presentaban, pero el momento tan apasionado que había vivido con Cristopher, despertó de nuevo ese recuerdo que intentaba relegar al lugar más recóndito de su mente. Tenía que evitar a Cristopher, apenas llevaba unas semanas en Londres, y ya estaba causando estragos en su vida y en su ser de nuevo, y no podía permitirlo. En el pasado se había encontrado sola, todavía no conocía a Kyle y con Anna se había reencontrado años después, pero ahora las cosas eran muy diferentes, contaba con el apoyo de sus amigos y ellos no permitirían que Cristopher le hiciera daño de nuevo. Con una mueca de disgusto se obligó a arrastrarse fuera de la cama, fue a la cocina a prepararse un café bien cargado para despejarse, debía tener todos los sentidos alerta para trabajar. Ya en la cocina, cogió la tetera para hervir el agua del café, casi nunca usaba la cafetera. Luego cogió una taza en una de las alacenas, en otra cogió el café y puso unas cucharadas en la taza. Poco después silbó la tetera, vertió parte del agua en la taza y luego le añadió unos terrones de azúcar. Cogió la taza y mientras removía la mezcla, se apoyó sobre la encimera. Apenas se tenía en pie con el agotamiento. Bebió el café lo más rápido posible y se fue al cuarto de baño a darse una buena ducha para despejarse y sentirse con energías renovadas. Diez minutos después, salió del cuarto de baño envuelta en una toalla alrededor del cuerpo y otra sobre la cabeza. Ya en el dormitorio, se vistió con una sencilla falda azul marino, una camisa también azul marino con lunares blancos y zapatos color crema. Delante del espejo se aplicó un discreto maquillaje como solía hacerlo siempre, se peinó con una sencilla cola, luego se puso una chaqueta estilo americana también de color crema. Después de echarse un vistazo en el espejo, salió del dormitorio y avanzó por el pasillo hasta la entrada del apartamento, cogió su maletín, las llaves de la casa y del coche y salió al exterior. Mientras avanzaba hacia el aparcamiento, el sol la inundaba y ella agradeció la sensación de bienestar que el sol le proporcionaba. Subió al coche, arrancó y se dirigió al trabajo.

Esa mañana, a Cristopher le costó levantarse de la cama, le fue imposible pegar ojo el resto de la noche. Le fue difícil sacarse a Isabella de la cabeza, su mente volaba una y otra vez a ese desagradable momento de la noche anterior. A regañadientes, se levantó y se fue a la ducha, cinco minutos después regresó al dormitorio y se vistió con un sencillo traje beige, camisa blanca y corbata del mismo tono que el traje. Los zapatos que eligió ese día eran de un tono muy parecido que combinaban perfectamente con el traje. Se acercó a la cómoda y se peinó el pelo hacia atrás. Después, fue a la cocina, se sirvió un café y se fue directo al despacho. Allí se sentó en el asiento y se reclinó hacia atrás, mientras observaba la calle, aunque era demasiado temprano y no había nada interesante que mirar. Dentro de una hora llamaría a Kyle para concertar una nueva cita con él. Tenía que recabar toda la información posible de lo que había traumatizado tanto a Isabella, para tener tanto pánico a hacer el amor. Era un acto común en todas las parejas que se amaban y se sentían atraídas el uno por el otro. Pero con Isabella las cosas eran muy diferentes, algo la había marcado de una forma tan brutal para sentirse asqueada por un acto tan primitivo como el sexo. Esperaba que Kyle pudiera ayudarlo, necesitaba ir rompiendo las defensas de Isabella, si no averiguaba qué le pasaba, todos sus esfuerzos por conquistarla serían en vano, porque ella siempre rechazaría su contacto. Intentó concentrarse, pero le resultó difícil, consultaba el reloj cada diez minutos y le daba la impresión de que este estaba parado, el tiempo pasaba muy despacio. Unas horas más tarde, cogió el teléfono móvil del escritorio y marcó el número de la oficina de Kyle, este respondió al cuarto tono.

—¿Diga? —contestó Kyle distraído.

—Buenos días, Kyle, soy Cristopher, quisiera invitarte a comer hoy, ¿sería posible?

—Cristopher, no quiero volver a saber nada de ti —respondió arrugando el entrecejo.

—Por favor —suplicó Cristopher—, es de vital importancia que nos reunamos, necesito saber algo y creo que tú eres la persona adecuada.

Kyle se quedó unos segundos en silencio pensativo. No sabía de qué forma podía ayudar él a Cristopher. Pero ya había despertado su curiosidad. Después de lo que a Cristopher le pareció una eternidad, Kyle respondió:

—Está bien —aceptó a regañadientes—, pero quedaremos en un restaurante diferente, no quiero que Isabella se entere de que nos vemos a espaldas suyas.

—Te lo agradezco, no te lo pediría si no fuera algo importante. ¿Te parece bien el restaurante que hay al final de la calle? He escuchado que preparan una buena comida.

—De acuerdo, estaré allí a las dos de la tarde. —Y colgó el teléfono.

Cristopher volvió a dejar el teléfono sobre el escritorio y se quedó aliviado por la respuesta que le había dado Kyle. Esperaba que él pudiera darle las respuestas sobre Isabella que él necesitaba. Sabía que Kyle se iba a poner hecho una fiera cuando se enterara de que Isabella y él habían estado a punto de acostarse, pero eso era lo que menos le importaba a Cristopher. Lo que necesitaba era llegar a la raíz del problema de Isabella y arrancarlo de cuajo. Lo había dejado impresionado ver cómo ella intentaba librarse de él con tanto pánico. Había visto el miedo reflejado en su mirada. No podía sentir miedo respecto a él en ese sentido, se dijo, nunca le había dado motivos para temerlo en la cama, al contrario, cuando hacía el amor con Isabella era tierno, cariñoso y dulce con ella. Nunca había hecho nada que llegara a asustarla. La mañana pasó lentamente para Cristopher, aunque tuvo dos conexiones a través del ordenador, le fue difícil concentrarse en toda la montaña de trabajo que tenía para ese día. Con solo pensar en Isabella, esta hacía que la vida tan estricta que se había forjado desde tan joven, se tambaleara. Esa mujer tenía el poder de desestabilizarlo y no podía permitirlo. Era el líder de un gran imperio y no podía permitirse el lujo de desviarse de sus deberes, no cuando había tanta gente que dependía de él.

Isabella en su despacho tampoco era capaz de concentrarse, cada dos por tres, los ojos se le cerraban continuamente por el cansancio, no la había ayudado de nada la dosis de cafeína que ingirió para espabilarse. Intentaba concentrarse en balances que tenía en el ordenador, pero por más que lo intentaba le era imposible. Resignada, se reclinó en el asiento y lo giró hacia la ventana, el sol le dio de lleno en la cara y cerró los ojos para relajarse. Necesitaba paz y tranquilidad, pero sabía que desde que Cristopher había vuelto a su vida, eso iba a ser imposible. Su mente le decía que tenía que alejarse de él, que a su lado iba a sufrir lo indecible, pero su corazón se negaba a escuchar a la voz de la razón, latía inexorablemente por Cristopher, y así sería hasta que dejara de respirar la última gota de aliento. Muchas veces se creía la mujer más estúpida sobre la faz de la Tierra por seguir enamorada de un hombre que la había hecho sufrir tanto y ella no podía remediarlo. Era algo inevitable, se dijo, mientras abría de nuevo los ojos, para concentrarse en el tráfico de la calle y en gente que iba de un lado para otro a trabajar, pasear o hacer las compras de cada día. Giró de nuevo el asiento y volvió a quedar frente al ordenador, la pantalla le volvió a mostrar de nuevo los balances en los que había empezado a trabajar esa misma mañana.

Pasada la una y media de la tarde, Cristopher apagó el ordenador, se levantó del asiento y se alisó la ropa. Salió del despacho y se fue hacia la entrada del apartamento, cogió el llavero, las llaves del coche y salió al exterior. Después de cerrar la puerta con llave, caminó despacio y relajado hacia la plaza del aparcamiento, mientras disfrutaba de la sensación que a su cuerpo le producían los rayos del sol. Ya en la plaza de aparcamiento, abrió la puerta y entró en el interior del vehículo, puso la llave en el contacto y arrancó. Pocos minutos después, se incorporó al tráfico y encendió la radio mientras se dirigía al restaurante que le había indicado a Kyle, ya comió allí unas cuantas veces y la comida estaba muy buena. Se sentía relajado porque creía que Kyle le iba a poder ayudarlo con Isabella, ojalá no se equivocara, pensaba, mientras avanzaba por la ciudad con el coche.

El error de tu venganza

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