Читать книгу El error de tu venganza - Noelle Cass - Страница 6

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Dos semanas más tarde, Cristopher se encontraba en el apartamento que había comprado una semana antes. Daba vueltas de un lado a otro, como una fiera enjaulada. Si seguía así, acabaría haciendo un agujero en el dormitorio, se decía así mismo. Se acercó a la ventana y se puso a observar el paisaje. Era un día soleado en que el sol resplandecía en lo alto del cielo, sin nubes alrededor que amenazaran con cubrirlo. Estaba dudando en llamar a Isabella por teléfono, para invitarla a comer o a cenar, de esa forma pondría su venganza en marcha. Finalmente, se acercó a la mesilla de noche donde estaba apoyado el móvil y lo cogió. Después de largo rato de dudas, decidió marcar el número de teléfono de Isabella, que había apuntado en una guía telefónica en la que estaba anunciada la empresa donde trabajaba.

—¿Diga? —respondió Isabella sin apartar la mirada de la pantalla del ordenador.

—Hola, Isabella, ¿cómo estás? —preguntó del otro lado de la línea una voz profunda que ella reconoció al instante, y se enderezó en el asiento.

—¿Qué es lo que quieres? —habló ella con toda la calma que pudo. Después de semanas, ya se iba haciendo a la idea de que él estaba en Londres.

—Me gustaría invitarte a comer o a cenar, lo que tú prefieras —prosiguió diciendo Cristopher, mientras seguía dando vueltas por el dormitorio, esperaba que Isabella no rechazara su invitación, y si lo hacía, seguiría insistiendo, cuanto más se resistiera ella, más implacable sería él con ella, hasta que por fin accediera a su petición.

—¡A... comer…! —exclamó ella sorprendida, no se esperaba ningún tipo de invitación que viniera de Cristopher.

—Eso es lo que he dicho —siguió diciendo él, mientras a sus labios asomaba una risa de triunfo.

—¿Se trata de alguna broma?, ¿qué es lo que pretendes? —preguntó ella con la respiración entrecortada, esperando su respuesta.

—Venga, Isabella, no estoy tramando nada en contra tuya, solo quiero invitarte a comer y pasar un buen rato, puede ser el momento perfecto para hacer las paces y olvidar el pasado, pasar página y seguir con nuestras vidas. —hasta él mismo se sorprendió por su respuesta, y se felicitó por ello.

—¡Va... ya... no sé qué decir…! —exclamó, mientras el pulso se le aceleraba, no podía creer lo que estaba oyendo, la respuesta que le había dado Cristopher le pareció sincera.

—¿Cuándo crees que podemos quedar? —preguntó dubitativo, temiendo que, llegado a ese punto, Isabella rechazara la invitación.

—¿Te parece bien el viernes, en el Old Beginins? —Estaban a martes y eso le daría unos cuantos días a ella para hacerse a la idea.

—¡Estupendo! —exclamó él, mientras hacía un gesto de triunfo con la mano izquierda, que era la que tenía libre—. Perfecto, Isabella, ¿te va bien a las dos de la tarde?

—Sí, a esa hora me va bien, no suelo entrar hasta las tres de la tarde —dijo ella con la mirada ausente—. Depende de cómo tenga el trabajo adelantado, los viernes incluso no es necesario que regrese a la oficina hasta el lunes.

—Perfecto entonces... —beep, beep, beep, entonces la comunicación se cortó. Isabella se quedó largo rato hipnotizada mirando el teléfono. Se sorprendió así misma, diciéndose que acababa de cometer un grave error al aceptar la invitación a comer de Cristopher.

Diez minutos más tarde, Kyle entró en el despacho de Isabella con dos vasos de café con leche, uno para Isabella, y otro para él.

—¿Qué te pasa?, pareces ausente —preguntó él, mientras tomaba asiento frente a ella, y depositaba los vasos de café sobre el escritorio. Le acercó uno a ella e Isabella lo destapó, oliendo el delicioso aroma de café, era su favorito.

—No me pasa nada, es el trabajo. —Y dio un sorbo a su bebida.

—No me engañas, Isabella. Algo te tiene preocupada. —Y también dio un sorbo a su café.

Isabella se recostó en el respaldo del asiento y habló:

—Creo que he cometido una locura.

—¿Por qué…? —preguntó Kyle, para incitarla a que siguiera hablando. Sabía muy bien que, si Isabella se cerraba en banda, no había forma de sacarle nada. Tenía que aprovechar que ella estaba dispuesta a hablar.

—Acepté una invitación a comer de Cristopher —prosiguió diciendo, mientras las manos le empezaban a sudar, a causa de los nervios.

—¿Ese... es... el hombre del que estabas enamorada? —Kyle recordaba que le había hablado de él, y cómo acabó todo entre ellos. Su instinto protector hacia ella se puso en guardia, y se enderezó en el asiento—. Hazme caso, Isabella, no vayas, no sabes qué intenciones tiene ese hombre.

—Tranquilízate, Kyle —lo dijo más bien para ella misma que para él, ya que estaba hecha un manojo de nervios—, solo es una comida, me ha dejado escoger el restaurante, el Old Beginins, el viernes a las dos de la tarde.

—¡Por favor, cuídate!, ese hombre te hizo sufrir mucho y no quiero que vuelva hacerlo de nuevo.

—No lo hará, no le daré la oportunidad de que me vuelva a hacer daño, solo será una comida para zanjar el pasado y seguir con nuestras vidas.

—¿Eso es lo que piensas tú, o lo que te ha dicho él? —preguntó Kyle incrédulo, temía que ese hombre ya estaba empezando a utilizar de nuevo a Isabella, y no le gustaba para nada el asunto.

—Ambos lo pensamos así. —Pero mientras decía esas palabras, desvió la mirada para que Kyle no viera su expresión, ya que a él no podía engañarlo, siempre le hacía bromas diciéndole que, para él, ella era como un libro abierto. Isabella no era capaz de mentir y menos a un hombre que estaba enamorado y siempre pendiente de que ella estuviera bien.

Kyle frunció el ceño, dudando de la respuesta de Isabella, pero de momento se conformaría con la respuesta; a partir de ahora, tendría que estar pendiente de ella. Esperaba estar equivocado sobre ese hombre, pero su intuición le decía que ese tal Cristopher iba a acabar por destrozarle la vida a Isabella, y eso él no lo podía permitir mientras él viviera, se dijo para sí con convencimiento. Vigilaría de cerca los movimientos de Isabella y ese hombre. Si veía que ella corría peligro, actuaría.

Una hora más tarde, salieron del despacho a comer. Dieron un paseo mientras se encaminaban hacia el restaurante y disfrutaban del agradable día que hacía.

Cristopher seguía en su apartamento, pensativo. No podía creerse la suerte que tenía. En menos de lo que se imaginaba, Isabella estaría tan prendada de él, que haría todo lo que le pidiera. La tendría literalmente a sus pies, y cuando ella pensara que todo marchaba bien entre ellos daría comienzo a la tortura. Isabella sufriría de primera mano todo el daño que le había hecho a él. Ella creía que esa comida sería para firmar una tregua entre ellos, pero Isabella no sabía que ese día empezaría su sentencia de muerte. Cuando acabara con ella, iba a desear mil veces la muerte que seguir viviendo a su lado. Ni siquiera iba a dejar que rehiciera su vida con otro hombre. La iba a dejar tan traumatizada, que iba a desconfiar de las intenciones de cada hombre que se le acercara. Siguió sonriendo mientras giraba en la silla del despacho que había instalado en el apartamento. Por fin la vida le había dado la oportunidad de vengarse de Isabella, e iba a disfrutar de cada segundo con ella.

De nuevo iba a disfrutar del cuerpo de ella. De sus caricias, sus suaves y delicadas curvas, del olor a almendras de su aterciopelada piel y la fragancia a rosas de su pelo. Cuánto la amaba, se decía así mismo, mientras en su mente afloraban los recuerdos del pasado. Si ella no se hubiera burlado del amor que él le profesaba, todo habría sido muy diferente. Ahora seguirían felices amándose, compartiendo las noches en la misma cama, como lo hicieron en el pasado. A Cristopher, esos recuerdos le causaban un insoportable dolor en el corazón. Pero la traición de Isabella era un recuerdo que nunca se podría quitar de la cabeza, aunque él quisiera relegarlo a la parte más lejana de su cerebro. Siempre había una chispa que los encendía nuevamente, causándole un dolor atenazante que no podía soportar.

Finalmente, se levantó del sillón y salió del despacho. Esa noche tenía una importante cena de negocios con un comercial y le hacía falta el tiempo para ducharse y cambiarse de ropa, cuarenta y cinco minutos después, salió del apartamento y se encaminó hacia el aparcamiento donde estaba estacionado el coche. Se subió a él y suspiró, mientras sujetaba con firmeza el volante, su plan de venganza contra Isabella estaba en marcha. Aunque en su mente lo tenía así de claro, su corazón se oponía, diciéndole que estaba cometiendo un gran error. Pero él se negaba a escucharlo de nuevo. Le había hecho caso una vez y había acabado con él destrozado, no le daría de nuevo la oportunidad de volver a sufrir por ella. Tenía que pagar por todo el dolor que le había causado. Necesitó de años para enfrentarse de nuevo a la realidad y darse cuenta de que ella ya no volvería a estar de nuevo con él. No amándolo, como él la amaba a ella. Sacudió suavemente la cabeza, y puso el coche en marcha. Salió del aparcamiento acelerando y con un estruendoso chirriado de ruedas. Así era él, cada vez que se acordaba de Isabella. Tenía que acordarse de ella como una cualquiera, capaz de entregarse al mejor postor por conseguir lo que quería y ascender en la sociedad. Pensaba, mientras circulaba entre la densa circulación, y conducía de camino al restaurante donde lo esperaba el comercial para tratar un importante negocio.

Esa misma noche, a Isabella le resultó imposible pegar ojo. No dejaba de dar vueltas y más vueltas en la cama. No podía creer que fuera tan idiota para aceptar la invitación a comer de Cristopher. Sabía que, si lo dejaba entrar de nuevo en su vida, la volvería a hacer sufrir. Y no quería volver a sufrir de nuevo por ese hombre, no después de los esfuerzos que tuvo que hacer para salir a flote y encauzar de nuevo su vida. Diez minutos después, se dio por vencida al ver que le era imposible dormir y encendió la lámpara. Se levantó de la cama y salió del dormitorio para ir a la cocina a prepararse un té que la ayudara a descansar. Lo necesitaba, el día siguiente tendría un día muy ajetreado y necesitaba urgentemente unas horas de descanso para despejarse. En la cocina cogió una taza, después puso un cazo de agua a hervir en el fuego y cogió un sobre de té del paquete. Minutos después, ya con el té preparado, se sentó en una de las sillas que había alrededor de la encimera. Su mente voló, inevitablemente, de nuevo a Cristopher. Seguía siendo un hombre atractivo, se dijo para sí, los cinco años que habían pasado habían hecho que su rostro más maduro, enfatizara sus facciones. Su cuerpo era también más musculoso y fuerte que en el pasado. Seguramente por las largas horas que pasaba en el gimnasio, pensó distraída, mientras su mente evocaba imágenes de Cristopher. No podía creer que fuera tan necia para seguir amándolo como lo amaba, sobre todo después de todo el daño que le había hecho, que hubiera sido mucho peor si estuviera enterado de la verdad.

Por otro lado, pensaba que no había nada de malo, que solamente era un comida en la que intentarían dejar el pasado atrás y seguir con sus vidas, por lo menos ella era lo que deseaba. Quería cerrar esa parte de su vida y seguir adelante para poder vivir su vida y ser feliz al lado de un hombre que la amara sinceramente y le diera hijos. Pero muy en el fondo, se negaba a creer que Cristopher no tuviera intenciones ocultas, respecto a ella. Le parecía imposible que él se lo estuviera tomando tan bien. A ella le constaba que Cristopher la había amado profundamente y un amor tan intenso, no desaparecía de la noche a la mañana. Tendría que estar alerta, iba a tener que andarse con pies de plomo, respecto a él. Se acabó la taza de té, enjuagó los cacharros que había utilizado y los dejó escurriendo en el fregadero. Apagó la luz de la cocina y se fue al dormitorio. Se acostó y apagó la luz de la lámpara, veinte minutos más tarde, se quedó dormida. Estaba tan cansada que el resto de la noche no se enteró de nada.

Cristopher seguía en su despacho trabajando en el ordenador. Ya era madrugada y todavía no podía concentrarse en el ordenador. En su cabeza aparecía la imagen de Isabella, tan bella como la recordaba. Los años transcurridos le habían sentado de maravilla. Estaba más bella que en el pasado, se decía, mientras se terminaba la taza de café que se había preparado. No podía creerse que después de tantos años, pudiera seguir amándola como la amaba. Lo que más le dolía era ver con la facilidad que ella lo había olvidado. Eso era lo que más le quemaba en el fondo de su ser. Verla tan feliz al lado de otro hombre, mientras él seguía guardando y atesorando cada recuerdo en lo más profundo de su corazón y de su mente. Pero, al fin y al cabo, sabía perfectamente que cambiar de un hombre a otro con tanta facilidad, era la naturaleza de ser de Isabella, era algo que no le sorprendía para nada. Él mismo había sido víctima de sus encantos para ascender rápidamente en el escalón social, tener todo lo que en su humilde infancia no se le había permitido tener. Por eso, cuando lo conoció a él, vio una luz de esperanza a la que aferrarse y ascender más rápido, que trabajando. Había sido un ingenuo que aún se seguía flagelando por la estupidez que había cometido al enamorarse de ella. El amor te nublaba todos los sentidos y hacía que no se pensara con racionalidad, y estaba pagando las consecuencias por su imprudencia. Pero muy pronto eso terminaría cuando la destruyera a ella, pensó con una sonrisa cínica, mientras miraba fijamente la pantalla del ordenador, en la que en ese momento se proyectaba en la pantalla una foto de los dos sonriendo felices, como si el mundo dejara de girar cuando estaban juntos. Las horas que pasaban juntos se les hacía demasiado corto, tanto, que los dos perdían la noción del tiempo.

Después de dos horas, por fin consiguió terminar el trabajo. Exhausto, apagó el ordenador, se levantó del asiento y se fue al dormitorio. Ya en él, se quitó la camiseta dejando a la vista unos perfectos abdominales y unos musculosos brazos, un torso salpicado por un vello fino que terminaba a la altura de la cintura, en forma de V. Finalmente, se quitó los vaqueros que llevaba puestos y se quedó en bóxeres. Abrió la cama y se deslizó entre las suaves sábanas de seda azul que cubrían la cama. Apagó la luz y se quedó un buen rato mirando fijamente el techo, sumido en sus pensamientos. Después de media hora, inconscientemente, fue cayendo en los brazos de Morfeo, transportándolo a un profundo y reparador sueño. Por fin, después de varios días sin poder dormir bien, finalmente, consiguió descansar toda la noche con total tranquilidad. Mientras una tenue luz de luna iluminaba el dormitorio, que a veces, quedaba en penumbra porque las nubes ocultaban la blanca luna.

A la mañana siguiente, Isabella se despertó con los primeros rayos de sol iluminándole la cara. Parpadeó unas cuantas veces, para que la vista se acostumbrara a la luz. Le parecía imposible que hubiera sido capaz de dormir tan profundamente. Se levantó de la cama con energías renovadas. Se fue a la cocina y se preparó su acostumbrado almuerzo que constaba de una taza de café, tostadas con mermelada y una barrita de cereales energética. Luego volvió al dormitorio y se fue directa a la ducha, disfrutó de la relajación y el bienestar que le producía el agua caliente a su cuerpo. Al terminar, se secó con una toalla y se cubrió con un albornoz y salió del cuarto de baño. En el armario rebuscó y escogió un vestido beige de encaje que le llegaba por las rodillas, zapatos de tacón del mismo tono y una chaqueta blanca de volantes. Se puso en el cuello una sencilla cadena de oro con la inicial de su nombre, brillantes incrustados delicadamente y unos pequeños pendientes a juego con la cadena complementaban el atuendo. Se acercó a la cómoda, y mirándose en el espejo, se aplicó una suave capa de maquillaje, sombra de ojos y brillo en los labios. Isabella tenía una piel tan limpia y uniforme, que nunca había necesitado de mucho maquillaje, y a eso había que añadirle lo bella que era. Ese día se recogió el pelo en un moño bajo la nuca y volvió a repasar el maquillaje. Echó un último vistazo al espejo y quedó satisfecha con el resultado, se veía más guapa que nunca. Salió del dormitorio y cogió el maletín del ordenador portátil, las llaves del apartamento y cerró la puerta. De camino al aparcamiento, Isabella saludó a dos vecinas que salían juntas todas las mañanas a correr por el vecindario. Eran unas chicas agradables que trabajaban como dependientas en una tienda de ropa y se habían hecho grandes amigas. Le habían contado a Isabella, en una ocasión en la que la invitaron a tomar café. También le habían contado que sus respectivos novios eran hermanos e Isabella se alegraba por las chicas, eran tan buenas que merecían ser felices, se dijo mientras llegaba al coche.

Subió al coche y arrancó, después de varias paradas en los semáforos, y media hora más tarde, aparcaba el coche en el estacionamiento de la empresa. Salió del coche y cuando no había dado unos pasos, Kyle la llamó desde el otro extremo del aparcamiento, sus plazas quedaban bastante alejadas. Isabella esperó hasta que él llegó a su lado, se dieron los buenos días y se pusieron a caminar hacia la entrada del edificio. Saludaron a la recepcionista y subieron al ascensor hasta su correspondiente planta. Al salir, fueron a la sala de descanso y se tomaron un café juntos, ya que aún les quedaba veinte minutos para incorporarse al trabajo. Un cuarto de hora más tarde se despidieron y se fueron a sus respectivos despachos, Isabella entró en el suyo con una sonrisa en los labios. Se sentó en el asiento y lo giró hacia los grandes ventanales, no podía amargarse el día por conjeturas, se dijo, ese día se obligaría a sí misma a concentrarse en el trabajo y a no pensar en nada más. Hacía un día tan hermoso que no quería empañarlo con los recuerdos de Cristopher, se negaba a que ese hombre se volviera a convertir en el centro de su vida para acabar destrozándosela nuevamente. Pero un suave movimiento llamó su atención hacia donde estaba el sofá, ella se quedó de piedra, no se había dado cuenta de que había entrado alguien en el despacho, Jasmine, su secretaria, no le había informado de que esa mañana tuviera alguna visita.

El error de tu venganza

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