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La comunicación musical y su contexto

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Dentro de la comunicación musical –noción que hemos abordado en otras disquisiciones sobre música lírica y romántica– nos interpela el principio de creación relacionado tanto con la dimensión biográfica de los intérpretes, autores y compositores, como con las situaciones que hacen factible una determinada realización.

Michel Foucault (1999), entre otros investigadores, cuestionó la noción de autor para las artes; sus planteamientos –heredados de la modernidad– quieren ver, en lugar de una persona, una serie de cruces institucionales que explican el fenómeno de la creación. En el caso de la canción popular, este asunto también ha devenido en espacio de discusión –aunque por razones distintas a las de Foucault–, debido a que frecuentemente el intérprete desplaza al autor de la letra (letrista) y al compositor de la música, cuando no son realizadas por la misma persona, como en el caso del cantante mexicano José José, quien eclipsó con su voz a sus autores y compositores. No obstante, en algunos casos –incluso presentados en este libro– es el propio artista quien produce tanto la letra como la música de sus canciones. Aunque el proceso de creación no es el objeto del presente texto, es relevante mencionarlo debido a que pocas veces es abordado.

En el caso del mensaje musical, quizá lo más identificable –por el uso de la lengua– son las letras, las palabras, las repeticiones, los estribillos, aunque haríamos poco favor al fenómeno musical si ancláramos el misterio de toda comunicación musical únicamente al código lingüístico que porta. De tal modo, el mensaje musical constituye el espacio imaginario donde creador y oyente se encuentran, por lo que no podemos desconocer sus componentes físicos, sonoros, tímbricos, entre otros.

El mensaje musical es clara melodía, una sucesión de sonidos que en golpes de respiración van formando –como en el habla– una serie de frases; cantar no es leer sino interpretar la letra, de modo que en el habla musical encontramos juegos típicos de la melodía. Las letras de las canciones nos dejan ver la cotidianidad, las costumbres, los mitos, la subjetividad y las emociones. A la manera de un cuadro que nos brinda visiones del mundo, la balada es una lente por la que se cuela, desde el matiz del discurso amoroso, una forma de mirar otras aristas de la realidad.

Generalmente, las melodías son de fácil recordación y en el efecto de escucha parece que sonido y palabra se articulan. Junto con la melodía existe una particular densidad dada a la armonía, aquello que generalmente se asocia con el acompañamiento y constituye una espesura propia, un conjunto de sonidos que enriquecen la canción. Sin embargo, no es solamente acompañar sino también redefinir, porque la armonía, aunque no lo parezca, hace parte del mensaje; cuando se goza de alguna formación musical es posible aumentar el placer y la fruición al identificar cómo esos sonidos se entrelazan entre los distintos instrumentos de la orquesta. El timbre también se vincula con estas propiedades que, en el caso de la época abordada, toma cuerpo con los instrumentos eléctricos relevantes para la sonoridad y las cualidades físicas de ese sonido que nos enamora. El ritmo, por su parte, provee la cadencia que incorpora al discurso musical el pulso y el golpe necesarios para identificar la velocidad y también el ataque de los distintos instrumentos; el concepto de ritmo se asocia con cierto tipo de música más percutida o bailable; aunque la canción lírica posee un ritmo por lo general pausado, su intensidad expresiva puede aumentar.

Finalmente, el oyente es el encargado de conferir el significado último: no es lo mismo escuchar una pieza musical solo en una habitación mientras se evoca a una persona o una situación, que hacerlo en un club nocturno, en una tertulia con los amigos o a través del radio del automóvil mientras se abraza a la amada o al amado. El oyente actualiza los sentidos que la canción porta y no solo la vincula a procesos cognitivos, sino que hace algo con ella en su vida cotidiana.

La canción también marca situaciones especiales. Los usuarios son capaces de incorporar nuevos significados no previstos por el autor o el compositor, sino que están dados por la tradición. Tuvimos oportunidad de demostrar esta hipótesis a través de un estudio de recepción sobre la canción romántica en la región mexicana de la península de Yucatán (Karam Cárdenas y Echevarría, 2013). Lo anterior no supone una transgresión sino la creatividad propia de la escucha, presente en todas las artes; de manera particular, las teorías de la recepción –por ejemplo, en el fenómeno literario– han explorado la construcción del significado y el sentido en el lector, y nosotros las pensamos aplicables a la experiencia musical de escucha.

Para el análisis de todo proceso comunicativo, o en nuestro caso de una práctica comunicativa particular (la expresión romántica de los baladistas argentinos en las décadas de 1960, 1970 y 1980), es necesario ubicar algunas coordenadas mínimas que permitan entender de qué manera se concebía la canción en esa época, esto es, en un momento particular del desarrollo de la industria musical y las industrias mediáticas. De igual modo, es pertinente identificar la tendencia musical y el tipo de expresión, que ya no están hechos únicamente de cuerdas dentro de un tiempo, sino que se alimentan de la sonoridad electrónica en combinación con la orquesta. La balada romántica no constituye una creación musical íntima, a la manera de la trova con su inseparable dupla guitarra-voz, sino que supone arreglos musicales y puestas en escena a través de programas radiales y televisivos, conciertos, shows, festivales musicales, entre otros dispositivos de difusión, sin los cuales no hubiese sido lo que fue.

De manera particular, cabe destacar la importancia de los festivales musicales nacionales e internacionales para el proceso de circulación de la música; por ejemplo, desde 1972 el Festival OTI de la Canción se proyectó con gran éxito no solo en México, sino en los demás territorios de Latinoamérica debido a que fue un semillero y un espacio televisivo de importante visibilidad para la canción; este festival –no está de más mencionarlo– emulaba el Festival de la Canción de Eurovisión que, a diferencia del iberoamericano, continúa vigente. Si bien ninguno de los entrevistados ganó el Festival OTI de la Canción, sí aparece referido uno de los ganadores argentinos, Daniel Riolobos.

Por otro lado, es pertinente señalar algunos puntos de aquella dura historia que vivió la cultura argentina en la década de 1960 y sobre todo en la siguiente con la llegada de la dictadura militar; el régimen autoritario influyó negativamente en variados planos de las artes, por ejemplo, en el proceso de creación donde la intervención de las letras configuró un recurso eficiente para desplegar la censura, tal como lo cuenta Daniel Magal en su entrevista: las canciones que no eran autorizadas se prohibían, y cuando esta situación ocurría –recuerda Magal– la pérdida de tiempo y dinero era significativa. Podría pensarse que no habría razón política para prohibir una canción de amor, pero la había porque dentro de los temas abordados no se podía hablar de política, o de problemáticas sociales como la pobreza, el sexo o la infidelidad; la censura se imponía –como plantean Magal y Mattos– por “cosas ridículas”.

Cabe señalar que la Argentina es un país particular, cuna de grandes intelectuales y portador de una voz propia dentro de América Latina, con una gran tradición en muchas expresiones. Por tal razón, no es casual que algunos de los grandes íconos de nuestro continente, como Ernesto Guevara, María Eva Duarte de Perón o Jorge Luis Borges, sean argentinos. De tal modo, con su comida, su pampa, sus vinos y sus tangos es un espacio emblemático de producción cultural. Estas características quedan reflejadas en las descripciones del contexto que cantantes como Jerónimo realizan en las entrevistas; este cantautor se vincula con el país en tanto espacio de enunciación particular.

En el contexto de la época que ocupa estas entrevistas, una de las expresiones más difundidas era la música folclórica, que es en realidad una estilización particular que adquirió matices propios en cada país (Los Parra en Chile, Ariel Ramírez en la Argentina o Los Folkloristas en México). Si bien parecía que esos años aciagos de fuerte politización y tensión entre fuerzas sociales serían el lugar dominante de muchos jóvenes, en estas entrevistas vemos los matices de intérpretes que dialogaron de distinta manera con esta expresión, como el caso de Juan Carlos Iseas, quien tuvo en este tipo de música un espacio formativo.

Balada a 22 voces

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